GUANTÁNAMO, Cuba.- Si alguien quisiera comprobar cómo las pasiones, la intolerancia y el irrespeto constituyen elementos que dividen e identifican a muchos cubanos, sólo tendría que entrar a algunos de los sitios que publican sobre Cuba y leer los comentarios de los opinantes o los textos de algunos periodistas independientes o dependientes del castrismo.
Debido a las características de Internet en Cuba y como no soy un favorecido del régimen, pocas veces he podido entrar a la página de CubaNet y leer las opiniones de mis lectores. Me gustaría intercambiar con ellos sobre la estricta base del respeto y la tolerancia a la opinión ajena pues estoy convencido de que toda persona tiene algo que enseñarme.
Siendo un jurista al que no se le permite ejercer la abogacía por defender la idea de que la democracia es la mejor de todas las vías políticas conocidas para alcanzar la prosperidad, la paz y la justicia social, escribo para ganarme la vida, aunque antes he tenido que desempeñar trabajos nada intelectuales.
Someterse al escrutinio público tiene sus riesgos, sobre todo cuando se escribe con su propio nombre. Yo los he asumido y sufrido. Apenas comencé a escribir para CubaNet fui atacado por Lilibeth Alfonso, periodista de Venceremos, órgano oficial del comité provincial del partido comunista en Guantánamo, quien escribió contra mí un panfleto titulado “El farsante”. Si no lo ha borrado debe de seguir en su blog “La esquina de Lili”. A ella la siguieron otros pues el régimen cubano tiene a muchos testaferros dedicados a fomentar el odio en la red y a crear estados de opinión artificiales. Por mucho que denigren no lograrán sus propósitos porque, según reza un proverbio africano, “lo que la mentira recorre en mil años la verdad lo alcanza en un segundo”.
La palabra tiene fuerza, mucho más como cuando se usa para decir la verdad, no para ocultarla, como quería nuestro Apóstol. Y aunque pudiera afirmar, como Platón, que nada humano me es ajeno, en más de una ocasión he quedado anonadado ante la facilidad con que algunos emiten juicios sobre quienes escribimos en tales sitios sin conocernos. Y conste, no creo que los periodistas somos más inteligentes que los lectores, ni infalibles, pues siempre alguien nos supera con sus agudas observaciones y otros nos acercan a aspectos desconocidos del tema o la noticia abordada.
Precisamente la posibilidad de debatir democráticamente sobre asuntos que interesan a la sociedad es uno de los grandes méritos de Internet. Por eso me parece un desperdicio que en no pocas ocasiones, en vez de opinar sobre el artículo, enriqueciéndolo o polemizando respetuosamente con el autor, algunos usen esa oportunidad para volcar en el foro sus odios e intolerancia, o para enredarse en polémicas irrespetuosas e interminables, alejadas de lo escrito, con otros opinantes, algo que comprobé muchas veces en Cubadebate cuando a mi esposa aún le remitían su boletín de noticias, lo que ya no hacen debido a mis artículos y opiniones, ellos, los que dicen que están contra el terrorismo mediático.
Algo parecido ocurrió en CubaNet con un artículo mío publicado en diciembre pasado y que titulé “Israel Rojas: ¿fidelista o represor?”. Como no tengo acceso a los comentarios pedí a mis hijos —residentes en los EE.UU— que me hicieran el favor de copiarlos y reenviármelos. Entre las opiniones vertidas se constatan los insultos y las suposiciones infundadas hacia mi persona.
Alguien que se hizo llamar Juan Pablo me tilda de estúpido sin límites y otro identificado como Alejandro afirma que soy tremendo descarado porque, según él, no me gusta la música cubana. María Oropesa también me insultó y luego — ¡vaya incongruencia ética!— pidió respeto a otro forista. Otros, más escuetos, fueron igualmente irrespetuosos.
Dejo constancia de que estoy muy agradecido a todos mis lectores. Si tuviera acceso a Internet les respondería, aunque nunca con insultos ni suposiciones sino con argumentos. Si no respondo no es porque menosprecie sus opiniones sino porque carezco de posibilidades de hacerlo. A todos, incluyendo a los que me ofenden, les agradezco por haber dedicado un tiempo de su vida única e irrepetible a leerme y a opinar, porque todos me aportan algo. Pero quien crea que prestaré atención a sus insultos, pagándole con la misma moneda, se equivoca. El odio y los insultos —aun cuando se tenga razón— sólo disminuyen a quien los profesa. No voy a bailar en esa comparsa.
Ojalá algunos foristas tuvieran eso en cuenta antes de emitir sus opiniones porque Cuba, para acabar de tomar la senda del progreso y la justicia social, más que odios, discriminaciones e insultos —campo donde el castrismo tiene medalla de oro—, necesita mucho amor y tolerancia. Lo necesita para levantarse definitivamente “con todos y para el bien de todos”, como quiso Martí, y no sólo con los comunistas, para el bien de ellos y de quienes los apoyan, como ocurre ahora, una vergüenza en pleno siglo XXI.
Y si alguien cree que me hago el santurrón le digo con sinceridad que soy como cualquier hijo de vecino, alguien que ha cometido muchos errores pero que ha vivido lo suficiente para saber que sólo tiene que quedar bien con Dios. O, para decirlo según una frase cuya paternidad he olvidado, soy alguien que desconoce cuál es la clave del éxito, pero que sí sabe que la del fracaso es tratar de quedar bien con todo el mundo traicionando a su conciencia.