LA HABANA, Cuba. — El escritor y editor Armando Añel está consciente —lo advierte en el primer renglón de la introducción— de que su nuevo libro, publicado por Neo Club Ediciones, De Fidel Castro a Vladimir Putin: Ucrania y las claves ocultas de la conspiración populista, resultará muy polémico y le ganará enemigos.
Y no es para menos. Con la habitual audacia de sus análisis, que parece estar extremada últimamente por la peligrosa situación que vive el mundo, Añel arremete contra los populismos ultranacionalistas de cualquier signo, desnuda lo que hay detrás de la manía por las teorías de la conspiración y hurga en las similitudes entre Fidel Castro y Vladimir Putin. Pero va más allá y entra en un tema más complejo y peliagudo: el de buscar puntos comunes entre Fidel y Putin y un personaje aparentemente tan disímil como Donald Trump.
Sobre Fidel y Putin, no hay mucho que analizar. En ambos es común la retórica patriotera, el antiamericanismo (donde confluyen el nacionalismo, el anticapitalismo y la resistencia a la modernidad), la mentalidad de plaza sitiada, el complejo de inferioridad y la debilidad del ego despechado. Sus metas: socavar el orden internacional, el fin del liberalismo global y de la hegemonía occidental.
Fidel Castro fue siempre un febril conspirador, el padre de las teorías de la conspiración antiglobalista desde mucho antes de que se inventara el término. Y Putin, que no ocultaba su admiración por Fidel —a su muerte lo calificó como “un hombre fuerte y sabio que siempre miraba con seguridad al futuro” — ha demostrado con la agresión a Ucrania —que no empezó el pasado 24 de febrero, sino en 2014, con la anexión de Crimea— ser su más destacado discípulo.
Explica Añel: “El impulso de la guerra contra Ucrania en el fondo es antiamericano y primitivo. Nacionalista-feudalista en un sentido no solo geoestratégico, sino también, y sobre todo, antiliberal. Narrar o inventarse a un enemigo (la OTAN, Occidente, Estados Unidos, la Unión Europea) y obviar la naturaleza crecientemente posnacional del mundo en que vivimos ha desembocado en el peor de los disparates. Disparate que primero tuvo lugar en Cuba y ahora ocurre en Rusia”.
Y asegura: “Cuba es un país o un estado ficticio, a partir de narrativas necesitadas, egotistas. Igual que muchos otros estados que como el de Putin en Rusia, hacen cultura del miedo y la necesidad”.
Luego de dejar sentado esto, sin arredrarse por las polémicas que vendrán, Añel se arremanga la camisa y le entra de lleno al asunto de Trump.
Dice Anel: “Rusia pretende hacer creer que la democracia occidental ha muerto, que sus sistemas electorales son presa del fraude y la corrupción. En Estados Unidos, el principal baluarte de los valores de la libertad, esta guerra desinformativa ha escalado particularmente. Trump ha sido una pieza fundamental al servicio, directa o indirectamente, de la ofensiva de la división y la difamación encabezada por Putin”.
Y argumenta: “Criminalizar la diferencia, como ha hecho o dejado hacer el trumpismo incendiario sindicalizado en Twitter, las redes en general, y ciertos medios, constituye un ejercicio de fuerza suicida en sociedades civilizadas como la norteamericana. Mucho más si por detrás mueve los hilos la Rusia de Putin”.
Para Añel, tanto el extinto Fidel Castro como Putin y Trump son “líderes expertos en el asesinato de reputaciones, en inventar pretextos y escenarios fantasiosos”. Y atribuye a la falta de dominio sobre sí mismos de los tres personajes hechos tan desafortunados como el ataque al cuartel Moncada, el asalto al Capitolio de Washington y la invasión a Ucrania.
Apunta Añel que para Trump, que empezó su carrera hacia la presidencia presumiendo de outsider, la culpa de todo la tienen el Estado profundo, el establishment, las elites liberales, los demócratas, “los políticos del pantano de Washington”, los inmigrantes… Detrás de esa demonización de la política tradicional que hace Trump —y también Fidel y Putin— intuye Añel la inspiración totalitaria.
El escritor, consciente de cuán hondo han calado el populismo trumpista y las teorías de la conspiración, sabe las pasiones que revolverá y los ataques y acusaciones que tendrá que enfrentar a causa de este libro por parte de no pocos de los compatriotas que comparten exilio con él. Según afirma: “La mayoría de los excastristas miamenses son trumpistas y, por extensión, putinistas, por lo mismo que fueron castristas. Precisan un milagroso hombre fuerte al que confiar la erradicación de sus dos grandes angustias existenciales: la prosperidad y el éxito ajeno, que consideran injusto, y la complejidad del mundo”.
Libros como este, con los que se puede estar o no de acuerdo, son necesarios para provocar debates y razonamientos lúcidos en estos tiempos tan turbios que estamos viviendo, donde se enseñorean, abrumándonos, desorientándonos, las fake news, la posverdad y las teorías de la conspiración.
Simplificar los hechos es pecar de ingenuos. No es una lucha entre izquierda y derecha, liberales y conservadores, globalistas y nacionalistas. Se trata del más desenfrenado populismo enfrentado en todos los continentes a la democracia, el liberalismo y el estado de derecho. Y cada vez gana más terreno y amenaza con destruir los proyectos civilizatorios de Occidente y retrotraernos a las épocas más oscuras de la historia.
La ideologización patológica permite al neopopulismo —que se nutre de complejos, resentimientos y fobias— habitar permanentemente en una alucinante realidad alternativa. Ahí está el peligro. Porque, como advierte Añel: “Sin importar a que bando, partido o ideología respondas, lo cierto es que no es posible avanzar, ni siquiera debatir diferencias políticas o simplemente perspectivas, teniendo como punto de partida la alucinación, una realidad alternativa. Sin comunicación efectiva o información concreta, esta civilización está condenada a desaparecer. O a delirar”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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