LA HABANA, Cuba. — Es natural que las más recientes incidencias en la actividad del señor Miguel Díaz-Canel Bermúdez despierten el interés de sus compatriotas. Estamos hablando del villareño que fue exaltado a la Presidencia de la República de Cuba por el voto de apenas 605 conciudadanos. Con ello estableció —al menos, en nuestro entorno geográfico-cultural— un récord que rompió hace unas semanas, al ser ratificado en el alto cargo por sólo 470.
Entre esos sucesos recientes descuella la interpelación que le hizo una mujer al coincidir con él durante la gira que realizó el primer mandatario por zonas del oriente cubano afectadas por las recientes lluvias e inundaciones. La señora tuvo la ocasión de abordarlo cuando el helicóptero que lo transportaba arribó a Jiguaní, cabecera municipal de la actual provincia de Granma.
Según 14yMedio, la dama enrostró al mandamás “la situación deplorable en la que viven varias familias y citó el caso de un ex combatiente”. De este último, al que caracterizó como “caso social”, la jiguanisera explicó que “duerme en una hamaca y en una casa que se está cayendo”.
Hasta aquí, no hay nada particular que señalar. Si acaso, la decisión de la mujer que, en lugar de limitarse a decir las cosas que un mayimbe visitante desea escuchar, se anima a hacerle una petición más específica. De ese modo, ella se convirtió en portavoz de algunos de las muchas personas que en Cuba vegetan en la miseria. La señora tuvo más suerte, sí (al ver frente a frente al Presidente); pero también más presencia de ánimo.
Lo que me sorprendió en este caso fue la respuesta que le dio Díaz-Canel. Por un momento, me retrotraje a los tiempos del fundador de la dinastía castrista, y especulé: ¿Qué habría hecho el “Máximo Líder” al verse en una situación análoga? Para empezar, habría empezado por ordenar a alguno de sus muchos cachanchanes la inmediata entrega de un colchón con su correspondiente cama al “excombatiente” de marras.
Con esa pose, claro, habría alimentado las leyendas de “buena gente” que divulgaban los medios de agitación y propaganda que se apuró en poner a su entero y exclusivo servicio. También habría ayudado a difundir otra historieta demagógica muy de su gusto: que él —¡pobrecito!— era uno solo, y que, por mucha que fuese su buena voluntad, no podía resolverlo todo. Era lo que, de vez en cuando, daba pie para que algún verraco, al enterarse de otra más de las barbaridades de “la Revolución”, exclamase ilusionado: “¡Deja que Fidel se entere!”.
Una persona amiga me comentó esa diferencia entre lo que habría hecho el “Máximo Líder” y la respuesta dada ahora el “presidente de la continuidad”: “Tenemos cientos de combatientes y no tenemos todos los recursos para resolver los problemas de todo el mundo”. Esa amistad me dijo: “¡Es que es muy torpe! ¡No tiene la astucia del otro!”. Esta explicación parece muy seductora y resulta —a no dudarlo— la más fácil. Pero no me convence.
No debemos perder de vista que el castrismo ha entrado ya en la fase terminal de su crisis generalizada. Han desaparecido los valedores extranjeros que en otros tiempos le permitían simular que era mucho menos ineficiente de lo que en realidad es. En ese contexto, no es raro que incluso los más altos dirigentes no dispongan de los recursos materiales necesarios para congraciarse con los más humildes, para hacer demagogia.
En Cuba, el cambio de los “tiempos felices” del “Máximo Líder” y el subsidio soviético o chavista a los del sombrío panorama actual son muy profundos. Decenas de miles de cubanos se han lanzado a las calles a gritar “¡Abajo el comunismo!” y “¡Cambio!”. Gracias a las redes sociales, cualquier incidente puede ser divulgado y magnificado. ¿Se imaginan ustedes el constante guirigay que se le armaría a Díaz-Canel si se divulgara el resultado favorable alcanzado por alguna de esas peticiones!
Pero las situaciones polémicas que rodean al “presidente de la continuidad” no se limitan a esa interpelación granmense. Hemos sabido también que este lunes, el personaje llegó a Roma para una visita al papa Francisco en la Ciudad del Vaticano. Granma y Juventud Rebelde exhiben un mismo titular desorientador: “Díaz-Canel en Italia”.
A un lector poco avisado podrá parecerle que el villareño comenzó una visita oficial al gran país peninsular, pero eso no es cierto; al menos, no por ahora. Es el caso que, tras la firma de los Pactos de Letrán en 1929, Italia, entre otras cosas, reconoció la independencia del Vaticano y su condición de Estado soberano. Esto, desde luego, incluye el recibimiento de diplomáticos y visitantes extranjeros.
Lo que pasa es que, como el Vaticano consta de pequeños territorios enclavados en la ciudad de Roma, es necesario utilizar los puertos marítimos y aéreos de Italia para que esos vínculos del Estado pontificio con los países extranjeros puedan materializarse. Esto llega a un verdadero extremo: aunque no existan relaciones diplomáticas entre un país determinado e Italia, esta última está obligada a permitir que residan en su territorio romano los representantes del primero acreditados ante la Santa Sede.
De modo que no: en puridad, no puede decirse que Díaz-Canel esté de visita en Italia, como insinúan los plumíferos del castrismo en Cuba. Por el momento, el viajero visitará el Vaticano, donde se entrevistará con el sumo pontífice. Un titular del diario digital arriba mencionado expresa: “Los presos políticos cubanos, el tema ineludible en la reunión de Díaz-Canel con el Papa este martes”. ¡Ojalá que, en efecto, el tema sea abordado y se obtenga algún resultado concreto para los más de mil presos de conciencia de la Isla!
En el ínterin, llama mi atención que el primer mandatario cubano viaje en la compañía de, entre otras personas, su esposa Lis Cuesta. En principio, nada tengo en contra de ese acompañamiento. Lo que pasa es que, cuando un jefe de Estado actúa de ese modo, es para que la señora realice las actividades protocolares que le corresponden a una Primera Dama (No es el caso del Papa, claro, pero sí de los otros presidentes que sean visitados, como los de Serbia e Italia).
¿Pero no habíamos quedado en que Díaz-Canel proclamó muy ufano, en presencia de López Obrador (y seguramente para congraciarse con él), que Cuba, al igual que en México, no hay Primera Dama!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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