LA HABANA, Cuba. – Durante su muy prolongado mandato, Fidel Castro dio muestras, entre otras cosas, de ser un factor de desorganización, todo como resultado de ese voluntarismo que desbordaba su personalidad y que hacía que quienes le rodeaban corrieran a cumplir los caprichos del comandante.
En infinidad de ocasiones la programación de cierta actividad o la asignación de determinado recurso se veían modificadas a última hora porque el mandamás ignoraba los planes o el trabajo de sus ministros, y dictaminaba que se hiciese su voluntad.
Por estos días, en el contexto de las reuniones diarias que Díaz-Canel celebra con su equipo de trabajo como parte de la batalla contra el coronavirus, hemos observado cierta dosis de voluntarismo en el benjamín del poder. Nada que envidiarle al mayor de los Castro en sus buenos tiempos.
Se percibe que Díaz-Canel lleva a las reuniones una especie de guión con los temas que piensa tratar. Sin embargo, cuando las cosas no le van saliendo puede caer en un estado que los cubanos denominamos “perreta”, y es entonces cuando se torna más peligroso, al ocurrírsele decisiones intempestivas.
La primera vez ocurrió con las notarías. Hasta ese día, a pesar de las medidas ya tomadas contra la pandemia, las notarías se mantenían funcionando. Bastó que el mandatario dijese en una Mesa Redonda que “quién ha visto una notaría funcionando en estas condiciones”, para que a la mañana siguiente amanecieran cerradas todas las notarías del país, con el consiguiente perjuicio a las personas urgidas de trámites para la compra-venta de viviendas, permutas, adjudicación de propiedades de equipos y medios de transporte, testar o realizar cualquier otro acto que tiene lugar en esos locales.
Más recientemente les ha tocado a los parques. Como es sabido, el señor Díaz-Canel llama todos los días a la población para que permanezca en sus casas. Y en otra Mesa Redonda, ante la evidencia de que crecía el número de cubanos contagiados con el coronavirus, el berrinche del Presidente lo llevó a expresar que todavía había “mucha gente caminando por las calles y sentada en los parques”.
Eso fue suficiente para que al día siguiente la policía tomara los parques y prohibiera la presencia de personas en esos lugares. La medida no solo comprende los parques adonde acuden los ciudadanos a conversar o a tomar un poco de fresco que los ayuden a mitigar las altas temperaturas que venimos afrontando en este mes de abril, incluye también a los parques habilitados con conexión wifi, lo que imposibilita que muchas personas puedan comunicarse con sus familiares o realizar otro tipo de operación con sus teléfonos móviles. Ello entra en contradicción con el discurso oficial, que hasta ahora proclamaba la empresa estatal ETECSA, de mantener las comunicaciones en esta etapa difícil por la que atravesamos.
Se trata de una medida que no tiene sentido, pues las personas que acuden a los parques a conectarse no se aglomeran. Ellas mantienen entre sí una distancia prudencial que posibilita la realización de una actividad que precisa de una dosis apreciable de intimidad. Haría mejor Díaz-Canel en dedicar su tiempo a meditar cómo va a resolver el problema de las colas interminables que inundan las calles cubanas para comprar cualquier cosa que vendan en las tiendas. Ahí sí hay aglomeración de personas.
Alguien habrá advertido que tamaño voluntarismo por parte de Díaz-Canel se manifiesta cuando aún no es el hombre fuerte de la nación. ¿Qué pasará cuando Raúl Castro salga de la escena política y el ahora presidente obtenga también la jefatura del Partido Comunista? ¿Acaso un Stalin tropical?
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