MIAMI, Florida, septiembre, 173.203.82.38 -El giro- sorpresivo para algunos- que ha dado el conflicto armado en Colombia con la disposición del gobierno de buscar la paz con la guerrilla mediante un proceso de diálogo ha provocado reacciones extremas que van desde de la aprobación al rechazo, pasando por el escepticismo. El presidente Juan Manuel Santos declaró su confianza en esta propuesta para solucionar un conflicto de medio siglo de existencia. “Con el trabajo armónico con la rama judicial…estoy seguro de que lograremos tener un Estado con las mismas características: reformador, progresista, decente, con regiones fuertes y dignas y también un gobierno que, así sea más difícil, quiere buscar la paz por encima de estimular la guerra”, dijo el gobernante en un discurso desde la ciudad de Barranquilla a finales de agosto.
Todo parece indicar que la decisión del presidente Santos es el resultado de una determinación que tuvo un antecedente cuando el mandatario estuvo en La Habana y realizó una visita de cortesía al presidente Hugo Chávez, convaleciente de una intervención quirúrgica en un hospital de la capital cubana. No es raro que aquel cumplido protocolar tuviera como objetivo la fragua de lo que hoy es noticia.
Una encuesta difundida tras el discurso de Santos indica un fuerte apoyo de los colombianos a unas eventuales negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC. Pero no todos están tranquilos con este paso. El primero es el ex mandatario Álvaro Uribe quien expresó abiertamente sus dudas respecto a la buena voluntad de los rebeldes. La presidencia de Uribe se destacó precisamente por ser la que colocó al borde de la derrota a los grupos insurgentes dispersos en las selvas colombianas. El Ministerio de Defensa, dirigido por el actual presidente, lanzó diferentes operaciones militares que lograron descabezar al movimiento insurgente de sus más afamados jefes. Estas bajas sensibles, millares de deserciones y la liberación de rehenes históricos, crearon la idea de la rendición incondicional de una guerrilla que por décadas trató de desestabilizar y derrocar a un sistema basado en la legitimidad constitucional. Es de señalar que en la etapa más oscura de la historia política latinoamericana todos los presidentes de Colombia fueron elegidos en elecciones democráticas.
Visto de esa manera una paz negociada podría ser apreciada ahora como un signo de debilidad para el gobierno legitimo que la ofrece. Este detalle y la realidad que se mueve alrededor del hecho son los que encienden las alertas, recelos y preocupaciones. Es razonable que esto ocurra cuando la dirigencia de las FARC mantiene en pie la fuente ideológica que los inspiró desde los inicios de su carrera desde comienzos de los sesenta. Sus vínculos con el régimen totalitario de Cuba, el apoyo recibido y el marco coyuntural en el que intentan sobrevivir justifican cualquier prevención.
A lo anterior se añade un historial pletórico de secuestros, extorciones, asesinatos masivos, violencia contra comunidades indígenas, compadrazgo con el narcotráfico y como si fuera poco el reclutamiento obligatorio de niños, utilizados como soldados en los momentos críticos cuando la guerrilla perdía números en sus filas. En la balanza pesan además como antecedente los fallidos intentos de diálogo bajo la presidencia de César Gaviria y más tarde con Andrés Pastrana. Este último tuvo que romper los contactos tras una larga cadena de incidentes violentos y la burla que significó la zona desmilitarizada que ocuparon para su beneficio los contendientes irregulares. Pedir perdón a la sociedad colombiana por todos estos actos y reconocer el daño causado es obligado. Lo contrario sería un desconocimiento tácito de la responsabilidad y por ende la concesión de legalidad a los actos y a quienes los cometieron. Un diálogo que excluyera el gesto o simplemente lo pasara por alto, sería una concesión de igualdad a quienes enfrentaron la legitimidad con el terror. Una paz en esas condiciones sentaría un mal precedente para el futuro.
Claro que ahora las cosas tienen otro matiz y las posibilidades parecen mejores con las perspectivas que brindan las urnas. En La Habana y Caracas lo entienden mejor y parece que así se lo han hecho razonar a sus amigos. Salir de la jungla, cambiar el traje de camuflaje por la ropa civil y dejar la estrategia del fusil por la de la propaganda política para conquistar el voto electoral y con éste un país completo, es una estrategia prometedora. La misma a la que Chávez supo sacar todas sus ventajas para instalarse en el poder, minar las bases democráticas de la sociedad venezolana y afincar su proyecto bolivariano.
Por ello el alerta ante los frutos que se obtengan de una posible mesa de negociaciones entre gobierno y guerrilla de Colombia en Cuba o en el sitio que se designe, estarán justificados. Primero vendrán días de júbilo con el aplauso de castristas y chavistas. Estos alegarán que gracias a su gestión los hermanos colombianos pudieron lograr la paz. Luego vendrá la batalla política que culminará en elecciones. Los que lucharon sin mayores resultados que la muerte y el dolor para la sociedad civil tendrán la oportunidad de auparse al carro democrático para luego llevarlo al destino que le tenían asignado cuando las balas y las bombas eran su lenguaje. Entonces contaran con el respaldo de poderosos aliados que les darán todo el respaldo que les permite la ventajosa situación institucional de gobernantes legítimamente reconocidos. Quienes pretendan creer que esto será imposible vean los ejemplos de aquellos que ya lo han hecho y ahora cuentan con recursos cuantiosos con los que compran voluntades y amplifican su proyección totalitaria hacia otros horizontes. El de Colombia pudiera ser el próximo.