LA HABANA, Cuba. – Los políticos de izquierda, y los personajes que coquetean con ella, a menudo subestiman el papel que juega la democracia como factor de integración en las relaciones internacionales. Esos personeros, en general, le atribuyen mucha importancia a las raíces históricas y culturales como elementos que acercan a las naciones, y colocan en un segundo plano los fundamentos del Estado de derecho.
En días pasados el expresidente de Colombia Ernesto Samper, al parecer muy bien llevado con el castrismo, y a propósito de su participación en La Habana en el denominado Congreso Internacional sobre Nuevo Orden Económico Internacional, se refirió a la integración de los países latinoamericanos. Una integración que estima debe de ser “una construcción de la región”, que se diferencie de lo que podría lograrse al amparo de la Doctrina Monroe.
El señor Samper, no obstante, lamentó que los países latinoamericanos no se hubieran puesto de acuerdo para lograr ese propósito integracionista, y estableció una comparación con lo acontecido en Europa, donde 27 países con 24 idiomas diferentes (los que conforman la Unión Europea) lograron hacer una unión política.
“Es increíble que nosotros, siendo 33 países que compartimos las mismas raíces, la misma lengua y hablamos el mismo lenguaje histórico, no seamos capaces de ponernos de acuerdo en un solo espacio para convivir”, dijo.
Evidentemente, el expresidente Samper es de esos políticos que subestiman el papel de la democracia como factor de integración. No toma en cuenta que Europa, a pesar de las diferencias idiomáticas y hasta culturales de las naciones que la conforman, tiene como denominador común el respeto a los valores de la democracia, el Estado de derecho y la protección de los derechos humanos. Lo anterior, incluso, con la presencia de gobiernos con distintos matices políticos. Es decir, más hacia la izquierda o más hacia la derecha.
En América Latina, en cambio, a pesar de la comunión histórica y cultural, la profunda desavenencia ideológica entre varias de las naciones que la componen, con puntos de vista totalmente opuestos hacia los valores de la democracia, hacen imposible la verdadera integración que solicita el político colombiano.
¿Alguien pudiera concebir una integración política entre los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con naciones como Uruguay, Argentina, Chile, Paraguay y Costa Rica, donde priman los valores de la democracia? Por supuesto que no.
Y en verdad no han faltado intentos integracionistas en nuestra región. La CELAC, la UNASUR y hasta las Cumbres Iberoamericanas han tratado, de una u otra manera, de trillar caminos en ese sentido. Sin embargo, ninguna de esas fórmulas ha podido zanjar los abismos ideológicos que separan a varios de los países latinoamericanos. Incluso, vemos cómo últimamente se ha perdido el interés por algunas de esas citas, y no pocas naciones del área han sido representadas en esas reuniones por funcionarios de bajo nivel.
Y como otra prueba de que la afinidad político-ideológica es la que verdaderamente acerca a las naciones, tenemos el reforzado maridaje entre los regímenes de Cuba y Rusia. Esta semana, el gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez viajó a Rusia para encontrarse con su idolatrado Vladímir Putin.
Además de afianzarse las relaciones económicas entre ambas naciones, el hombre fuerte de Moscú le va a enseñar a Díaz-Canel la manera de mantenerse por largo tiempo en el poder mediante la “victoria” en una elección tras otra.
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