LA HABANA, Cuba.- En el mensaje que el ex gobernante cubano Fidel Castro le envió al máximo representante del chavismo, Nicolás Maduro, días después de la espectacular derrota en las elecciones parlamentarias del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), aparece una alusión que exalta algunas de las supuestas virtudes del sistema político que le borraron la fecha de caducidad con la pretensión de justificar su vigencia más allá de los desgastes y dislates.
Según la nota publicada, con los acostumbrados realces, en los medios de prensa de mayor circulación, “los revolucionarios cubanos –a pocas millas de Estados Unidos, que siempre soñó con apoderarse de Cuba para convertirla en un híbrido de casino con prostíbulo, como modo de vida para los hijos de José Martí– no renunciarán jamás a su plena independencia y al respeto total de su dignidad”.
La primera pregunta ante tamaño despiste sería: ¿lo escribió un anciano, perceptiblemente afectado en sus facultades físicas y mentales?
Tales sospechas se corroboran en las imágenes sin banda sonora que han transmitido por la televisión. Las mismas se limitan a vídeos de cortísima duración y editados, para camuflar el deterioro del hombre que comparan con el Caguairán, uno de los árboles autóctonos más resistentes, también conocido como Quiebra Hacha.
Las otras interrogantes que afloran en mi mente son: ¿Qué país es el que se describe en la nota?, ¿Sobre qué fundamentos se asientan esos paradigmas tan huérfanos de credibilidad y tan rebosantes de cinismo?
En Cuba, sin el desembarco de marines y con un embargo comercial y financiero que en realidad ha servido para enmascarar las insuficiencias del socialismo real, se encuentran en la actualidad los burdeles más baratos de la América hispanohablante.
Por otro lado, es cierto que la Isla no es el casino que alude Fidel o uno de sus escribanos, pero al margen de la ley miles de nacionales prueban suerte a diario con los números de la lotería con la idea de compensar sus salarios de miseria.
Hasta policías y dirigentes del partido, toman parte en un juego que a fuerza de costumbre y necesidad se ha convertido en un pasatiempo nacional.
Los resultados se saben, gracias a las conexiones ilegales a las televisoras en español con base en la Florida, que tienen en La Habana, seguidores de todas las edades, origen racial y niveles de escolaridad.
Hace tiempo que sin estridencias y con la ayuda de las máscaras y los disfraces de ocasión, los cubanos renunciaron a seguir el camino que el partido comunista señala como la única vía hacia a la felicidad plena.
Las circunstancias creadas por la ineptitud y los caprichos de una élite política que se niega al retiro, enraizaron las alternativas de supervivencia que desdicen de la legalidad y el decoro.
Por tanto, hablar de dignidad en un contexto como el que vivimos los poco más de 11 millones de cubanos es un despropósito de marca mayor.
Definitivamente, hay que delinquir o prostituirse para aligerar el peso de la miseria. Queda la opción de irse por mar o por tierra, a riesgo de morir en el intento.
Estados Unidos sigue siendo la carta de triunfo. El lugar donde aspiran asentarse decenas de miles de nacionales hasta que acabe la pesadilla del racionamiento, la chivatería y la represión en todas sus manifestaciones.
Aunque Fidel o quien haya sido al autor de la nota no lo admitan, Cuba es el país más pronorteamericano de las naciones que se encuentran entre el Río Bravo y la Patagonia.
La independencia que se cita a menudo para ensalzar la historia de las casi seis décadas de unipartidismo y economía centralizada, es una condición ficticia.
Hemos tenido que depender de la generosidad de los gobiernos de la otrora Unión Soviética, Venezuela y hasta de Estados Unidos, más allá de los forcejeos retóricos, atenuados con el proceso de acercamiento que cumple un año este 17 de diciembre.
A fin de cuentas del archicriticado imperio es que provendrá el grueso de los recursos que se necesitan para quitarle el protagonismo a las ruinas desperdigadas por todo el territorio nacional.
Fidel vuelve a equivocarse en juicios que tal vez sean solo la interpretación de sus balbuceos.
Independientemente de las dudas sobre el autor del mensaje, vale la crítica frente a puntos de vista que desdibujan un escenario sin una pizca de veracidad ni sentido común.
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