LAS TUNAS, Cuba. — Una vez más, y pese a un abstencionismo honroso, pero todavía escaso para las miserias materiales y humanas que vivimos los cubanos dentro de Cuba, acabamos de ver cómo funciona la “democracia” comunista para legitimar lo que la teoría marxista leninista llama “dictadura del proletariado”.
Antes de acometer esta analogía entre la acción y la inacción cívica en un ejercicio de lógica y de derecho civil comparado, debo decir que leí con fruición el artículo publicado por este diario ¿Por qué votamos como lo hacemos?, del doctor José Azel, quien reseña conceptos sobre las teorías románticas y de la retrospectiva de los votantes, según el libro Democracia para realistas, de los académicos Christopher Achen y Larry Bartels.
Estos autores señalan que, según la teoría romántica de la democracia —que a los europeos en Alemania trajo a Adolfo Hitler y a los latinoamericanos nos legó en Venezuela a Hugo Chávez, por sólo citar dos ejemplos— los votantes evalúan las calificaciones de los candidatos y votan por el aspirante al cargo público que mejor refleja sus propios valores políticos. En cambio, a través de la teoría de la retrospectiva —de acuerdo con los académicos—, los votantes actúan como evaluadores del rendimiento anterior de los líderes e identifican, sin más información, “el buen o mal rendimiento del gobierno en base a cómo ha impactado sus vidas”, por lo que “no es la ideología política, sino una mirada al espejo retrovisor lo que mejor explica por qué votamos como lo hacemos”, concluye su análisis el doctor Azel.
Luego, es útil preguntar: ¿Por qué votan los cubanos si las calificaciones de sus supuestos líderes, que no son tales guías, sino comisarios comunistas o aspirantes a burócratas, no reflejan sus valores políticos concernientes a la libertad política y de empresa, que solamente pueden concretar emigrando a países de economía de mercado, como Estados Unidos, España o incluso a cualquier país latinoamericano, necesariamente no desarrollado, pero sí libre?
¿Por qué los cubanos votan por comisarios políticos y mayorales de un régimen comunista de pésimo rendimiento económico que durante ya más de medio siglo ha impactado sus vidas con un signo de miseria y de frustraciones, llevando a miles a las cárceles, el exilio o el paredón de fusilamiento?
¿Acaso son los cubanos masoquistas como para soportar y dar continuidad al régimen con el aval de su voto que, aunque ficticio, sí surte efecto legal en unas elecciones viciadas, sí, pero que no serán nulas mientras no se pruebe su ilegitimidad en un debido proceso inimaginable hoy?
No tengo el dato sociológico ni creo que nadie lo posea referente a cuántas personas cubanas gustan de ser maltratadas por sus semejantes de otro sexo, por lo que no puedo afirmar que el masoquismo sea una tara nacional, como sí creo que la hipocresía es la peste (entiéndase: la epidemia del cubano, de lo cubano a escala nativa y desde hace muchísimos años). Sirvan estos dos ejemplos para ilustrar el fingimiento que funciona en la nación como el veneno en los suicidas.
Este domingo fui a la panadería temprano. No había pan, pero sí varias personas en cola, que con las manos vacías y sin tener con qué desayunar, dieron media vuelta, pero no para regresar a sus casas a rumiar sus desdichas, como todos los días, sino para ir al “colegio electoral” a ejercer su “derecho al voto”, que avala las miserias socioeconómicas del régimen comunista más que la poltrona de un “diputado” en el “parlamento”.
Sé de cubanos involucrados en el proceso de parole humanitario para irse a Estados Unidos que este domingo fueron a votar por la continuidad del régimen comunista en Cuba; “que se jodan los que no tienen patrocinador, mientras estemos aquí tenemos que aparentar que somos revolucionarias”, se supone que dirían para sí mientras marcaban por el “voto unido”. Entre las miserias y la huida, los cubanos votan por la deshonra de su raza. ¡Lástima!
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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