LA HABANA, Cuba.- Mi amiga Eugenia vino ayer a visitarme. Estaba muy molesta con su hijo que la “quiere gobernar” y ahora le manda el dinero al banco –a una tarjeta magnética– porque no quiere que ande con dinero en la calle.
Claro que el asunto no es tan simple como ella lo cuenta: el joven está preocupado por la seguridad de su mamá, pues sabe que es muy confiada, además de que por su edad ya no posee los mismos reflejos para defenderse si la asaltan, como le ha sucedido en dos ocasiones.
A pesar de ello, Eugenia piensa que todas esas precauciones son exageraciones del hijo.
“Mira, para decirte la verdad, el día que me llevaron la cartera, la pareja estaba merodeando en la tienda”, recuerda, “todo fue tan rápido que me quedé perpleja. Y la otra vez, fueron unos muchachitos en patines que me arrebataron el bolso. Pero después de eso tengo cuidado al sacar el dinero, y lo guardo bien, en una una bolsita que me amarro en el ajustador”.
Eugenia tiene casi ochenta años. Fue profesora de Geografía, y siempre le ha gustado salir a las tiendas, mirar y comprar, aunque desde que se jubiló lo hace con más frecuencia, pues lo ha tomado como un negocio para aumentar su pensión de 200 pesos. Me explica que así se distrae a la vez que hace algunos encargos y siempre “se busca algo”. Ella está pendiente de las necesidades de sus amigos y familiares. “Ellos me dan el dinero en CUC y luego en la tienda, yo pago con la tarjeta magnética”.
Con todo, Eugenia no está muy de acuerdo con que cuando su hijo le manda dinero se lo ponga en una tarjeta. Se queja de que él vive ajeno a la realidad de Cuba y no sabe los inconvenientes que a veces se le presentan. Me comentaba que en los días de escasez de detergente, lo localizó en La Víbora, en el mercadito de Santa Catalina y Párraga, pero no pudo comprarlo porque no había papel para imprimir el vale. Otras veces, al tratar de pagar con la tarjeta, los empleados le dicen que no hay conexión.
Pero no es Eugenia la única que se queja de las dificultades que existen para pagar mediante tarjetas magnéticas, ni ha sido la falta de conexión el único problema que presenta este servicio, pues no parece tener garantizada la infraestructura necesaria para su funcionamiento. Es sorprendente la cantidad de tiendas donde ni siquiera hay Pos (el equipo necesario para hacer la operación de pago con tarjeta).
Aunque incluso más sorprendente -si bien muy acorde con el cruel surrealismo que sufrimos los cubanos-, es lo que le ocurrió hace unas semanas a otro vecino que conozco. Resulta que se anunció en el periódico una especie de descuento (o reembolso) del 5 % del importe para quienes pagaran con tarjeta a partir de determinada fecha. Mi vecino esperó hasta que pasara el día señalado, y unos días después fue a la tienda, a comprar algunas cosas que necesitaba.
Luego, como sabe que “estos comunistas nunca cuentan las cosas como son”, quiso pasar por el banco para informarse bien, no fuera que para hacer efectivo el tal reembolso tuviera que realizar algún trámite omitido por el diario. Así, se dirigió a la sucursal ubicada en Dolores y 18, en Lawton. Pero la respuesta de la empleada, lejos de tranquilizarlo, lo dejó echando chispas. El prometido descuento no era permanente, ni mucho menos. Según la muchacha, podía ocurrir (o no) eventualmente. Y no solo eso: las fechas escogidas no se sabrían de antemano. Para enterarse de si su compra había sido objeto de descuento o no, el cliente debía comparar el precio de los artículos adquiridos con el impreso en el vale, y si este fuera menor, entonces tuvo suerte.