LA HABANA, Cuba. – Tras la caída de Fulgencio Batista en 1959, Fidel Castro no ocupó de inmediato ningún cargo en el nuevo gobierno, tal vez con el propósito de ocultar sus verdaderas intenciones. Manuel Urrutia fue designado presidente de la República, mientras que el cargo de primer ministro le correspondió a José Miró Cardona.
Sin embargo, muy pronto el líder de la Sierra Maestra fue nucleando en torno al Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) a una serie de políticos que le eran incondicionales— algunos de franca orientación comunista—, con los cuales iría copando gradualmente todos los espacios del poder. Surgía de esa manera una especie de gobierno paralelo al oficial, lo que permitió a Castro deshacerse, más temprano que tarde, de los elementos “retrancas” que impedían la radicalización de su revolución.
Casi tres décadas después, a pesar de ser ya el dueño absoluto de la nación, Fidel Castro no soportó gobernar mediante los mecanismos institucionales establecidos en su propia Constitución, y creó el denominado “Equipo de Apoyo y Coordinación del Comandante en Jefe”. En la práctica era otro gobierno paralelo que desorganizaba la vida económica y política del país, pues donde actuaban los muchachones del Equipo de Apoyo y Coordinación, todos los planes podían venirse abajo.
Con el arribo al poder de Raúl Castro, el Equipo de Apoyo y Coordinación dejó de existir. El calvario de Carlitos Valenciaga, uno de los favoritos del Comandante en Jefe, es una muestra de la suerte corrida por buena parte de los integrantes del referido Equipo. El hombre terminó como un anodino trabajador de la Biblioteca Nacional, cargando con frecuencia carretillas de libros, y utilizando el transporte público para ir y venir del trabajo.
Ante tales hechos, algunos pensaron que había llegado a su fin la era de los gobiernos paralelos, y nos adentrábamos en un período de mayor transparencia gubernamental. Mas, no tardaría mucho el General-Presidente en hacer ver que no renunciaba al modus operandi de su hermano mayor. La creación de un Consejo de Asesores, donde sobresalen figuras como Abel Prieto y el Gallego Fernández confirma lo que apuntamos.
Si queremos ahondar en este asunto, miremos, precisamente, al Sector de la Cultura. Al ministro Julián González se le ve como a un simple administrador de los recursos de su organismo. Todos saben que él no traza la política cultural del país. Esa tarea le corresponde a Abel Prieto, que sigue llevando la voz cantante en cuanto evento cultural se celebra dentro o fuera de nuestras fronteras. Es decir, que las estrategias culturales hay que buscarlas en las oficinas de Raúl Castro.
No conforme con lo anterior, el General-Presidente persiste en su afán de crear un mecanismo “más personal” para gobernar sin limitaciones. Hace poco, durante la gira que realizó por Argelia, Rusia e Italia, estuvo acompañado por su hijo, el coronel Alejandro Castro Espín, al que se anunció como presidente de la Comisión de Defensa Nacional. Castro Espín no es diputado a la Asamblea Nacional del Poder, la única institución que crea comisiones de ese tipo. Entonces, ¿qué Comisión es esa? ¿Será acaso un intento del General-Presidente de apropiarse de ciertas atribuciones que disfrutaban los Ministerios de las Fuerzas Armadas y el Interior?…
El pasado 19 de mayo asistimos a otro capítulo de esta trama. Ese día el periódico Granma recogía en primera plana (Sostienen conversaciones oficiales vicepresidentes de Angola y Cuba) el recibimiento al vicepresidente de Angola, en el cual figuraba el general de brigada Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl Castro, y anunciado como presidente ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial. Así nada más, sin agregar a qué organismo pertenece dicho Grupo. ¿Estaremos en presencia de una superinstitución, con más facultades que el resto de los organismos de la Administración Central del Estado?
Al parecer, los aires que soplaban en la finca de Birán fueron propicios para formar caracteres muy omnímodos.