MIAMI, Florida.- Recientemente CubaNet publicó un interesante artículo de Ernesto Díaz Rodríguez con el título Ojalá Cicatricen las Heridas. Lo catalogo de interesante porque cualquier intento por nuestra parte de hurgar e indagar sobre el pasado; no para fosilizarnos en él sino para intentar disfrutar de un sano futuro, es positivo y plausible.
No conozco al autor, pero pienso que desea llegar a respuestas que nos permitan adoptar una visión amplia, inclusiva y moderna del inexplicable desastre que ha azotado nuestra isla desde el 10 de marzo de 1952 hasta el momento en que redacto estas líneas. Para ser más claro: una discrepancia aquí o allá para mí no constituye en lo absoluto razón para descalificar ni criticar a nadie sino que, antes al contrario, se nos propone como ocasión inigualable para entablar un serio, respetuoso y genuino intercambio.
En sustancia coincido con la idea central del artículo, pero no puedo evitar subrayar algo que vengo repitiendo por años: la excusa de que no sabíamos quién era realmente Fidel Castro no es válida.
Muchos fueron sus condiscípulos en la universidad; los apodos que le endilgaban y la apatía con que recibían sus “perretas” en la juventud ortodoxa hablan claro de la desconfianza que reinaba en torno a su persona. Son tantas las anécdotas de las presuntas bofetadas que tal o más cual personaje propinara al entonces joven oriental que si todas fuesen reales, aún de anciano Castro tendría el rostro inflamado.
No todos, pero sí muchos sabían quién era ese señor y, según el entonces embajador de Estados Unidos en Cuba, en el cuarto piso del Departamento de Estado en Washington, conocían bien de la participación de Castro en el Bogotazo y toda la leyenda que generó la misma.
Lo que más irrita de esta tragicomedia es que la alta burguesía cubana, en su racista odio al “negro” no vaciló un segundo para financiar las vacaciones del futuro caudillo en la Sierra Maestra, sobornar al desmoralizado ejército batistiano para que vendiera el tren blindado y halar la leva de Eisenhower para que abandonase al retranquero de Banes en favor del blanquito bitongo de Birán.
Fulgencio Batista no podrá ser jamás reivindicado por la historia, comparte la responsabilidad de la pesadilla que se nos vino encima porque ni siquiera supo ser dictador; pero a cada cual sus culpas, aunque solo sirva de justicia histórica.
Fidel Castro Ruz no era un desconocido para quienes protagonizaron, financiaron y posibilitaron su ascenso al poder; la histeria colectiva y el júbilo infundado de todo un pueblo vino después y sería un peligroso error invertir el orden de los hechos.