LA HABANA, Cuba. – La Diosa celebró su primer concierto en Miami, y aunque contó con el apoyo de seguidores y gente buena que desea verla triunfar, no le faltaron los detractores que, por el tono de las críticas, parecían molestos con el éxito que pudiera alcanzar una cubana recién llegada a Estados Unidos.
Si bien son más los que se alegran de que en tan corto tiempo la cantante Dianelys Alfonso haya cumplido un sueño como artista, tampoco es desdeñable esa turba cuyas “razones de enfado” se parecen más a la envidia, porque quizás el éxito ajeno les recuerde demasiado los fracasos propios.
Pero si bien en buena parte de los comentarios adversos aparecidos en redes sociales es evidente la tirria, también sobresale el odio que algunos, incluso al marcharse de Cuba, cargan consigo y que ―no habiendo tenido el valor de, aún estando en la Isla, dirigirlo contra quienes en realidad lo merecen, es decir, contra esos que durante décadas lo sembraron con miedos, cárcel, pobreza y consignas en cada uno de nosotros― buscan descargar contra el primero que, incluso desde el arte o las redes sociales, parezca sobresalir en una comunidad a la que percibe como horda, en virtud de esa oportunista “igualdad”, de esa malévola “uniformidad” que tanto daño ha causado entre los cubanos.
Tan marcados y moldeados están por la miseria, por el adoctrinamiento, que el éxito de un “igual” les parece el peor de los “pecados”. Vamos los cubanos tan cansados de adorar dictadores y tan deseosos de derribar estatuas que tal pareciera que el aplastar cualquier cabeza que se alce sobre nosotros nos diera placer. Y los ataques contra La Diosa (por el simple hecho de esforzarse por triunfar) son el mejor ejemplo de ese sentimiento destructivo, miserable que, sin dudas, el régimen cultiva y estimula (incluso en los adversarios) y que luego emplea no solo contra sus enemigos sino cuando necesita desviar la atención para que otros asuntos más importantes (y más preocupantes) no sean el epicentro del “debate nacional”.
Serguéi Lavrov visita La Habana, el primer ministro cubano, Manuel Marrero, anuncia una reunión con Putin para junio venidero, los rusos —necesitados de una estrategia que los acerque geográficamente a Estados Unidos, así como la OTAN se acerca a sus fronteras— cada día están más involucrados en la depauperada economía cubana; sin embargo, una mayoría de cubanos prefiere ocupar su tiempo y sus energías en esa agotadora y estéril “tiradera” en las redes sociales, o ya como activos seguidores de la última estúpida guerrita de “egos” entre el influencer tal y el youtuber más cual.
No creo que hoy por hoy haya otra comunidad en Estados Unidos más “distraída” que la cubana ni una población más fácil de silenciar con “distracciones” que la de esta Isla, más preocupada por el precio de los pasajes Miami-Habana, o por si habrá combustible para ir a marchar a la plaza por el Primero de Mayo, que por la vida de Abel Machado Conde, el joven preso político del 11J que hace unos días escribió una carta a su madre diciendo que se suicidaría debido a los maltratos que recibe en una prisión de Quivicán. Es que de seguro ni conocen su nombre, tan sencillo, aunque sí en pocos días han aprendido a pronunciar más que bien el apodo del rapero repartidor de dólares, Tekashi 6ix9ine.
Van rebosantes de envidias contra La Diosa porque llena un estadio en Miami cuando apenas ayer llegó por parole pero nada dicen de frente, bien alto y claro —como lo hiciera Dianelys Alfonso desde Cuba muchas veces, a su manera tan peculiar— contra los responsables de que un joven cubano de 28 años esté dispuesto a donar un órgano a quien lo ayude a salir del infierno en que vive, o contra los profesores que acosaron y expulsaron de la escuela al joven estudiante de 17 años Rainel Rodríguez por sus ideas políticas.
Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero se pudren en una cárcel, injustamente olvidados, después que nos hicieran cantar Patria y Vida. Pero de eso ya pocos se acuerdan, y si hay una canción que llegó para rápido sustituir aquella tan “agitadora” es Paroles, paroles, aunque no la de Dalila y Alain Delon, sino la que nació de los acuerdos migratorios que “cayeron del cielo” como la válvula de escape que tanto necesitaba la tambaleante dictadura.
En fin, es la “tontería nacional” pasando por sobre nuestra cabezas y arrollando a quien sobresalga, ya con el odio, la envidia, los rencores, la “mala leche” o, simplemente, con el silencio que, aunque para algunos parezcan sentimientos “normales”, “inofensivos”, en Cuba son los más fieles sinónimos de la complicidad. Y es que tantos años tropezando con la misma piedra, demasiadas abolladuras en el cuerpo, incluso en el mío propio, hacen que no me trague el cuento de que todavía haya cubanos ingenuos o distraídos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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