MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Cuando Jimmy Carter llegó a la presidencia de Estados Unidos en 1977, los cubanos percibieron prontamente un ligero cambio en el clima tenso que había caracterizado las relaciones entre Cuba y el cercano país desde 1959 hasta esa fecha. Carter traía buenas ideas. Aún sin profundizar en el tema de los derechos humanos, se hablaba del levantamiento gradual del embargo y del acercamiento paulatino entre ambos gobiernos. El rumor corría por la Isla en tiempos donde la información aún podía ser controlada por el gobierno casi ciento por ciento.
Solo que la irrupción del demócrata y sus sueños llegaron en el momento menos adecuado para Castro, involucrado en la guerra de Angola. Una movida, por ligera que fuese, tendiente a una solución política del diferendo con Estados Unidos iba a incluir ese asunto en la agenda. Quedaba la cuestión del respeto a las libertades y derechos, en la que la administración demócrata de Carter ponía tanto énfasis. Dos puntos inaceptables para el sistema castrista.
Entonces la aproximación resultaba inconveniente y poco acogedora para Fidel Castro, en la plenitud de sus facultades totalitarias. El Comandante estaba tan convencido de su postura que ni siquiera prestó atención a las palabras entusiastas de Leonid Brezhnev en la Plaza José Martí al referirse a la política de coexistencia pacífica abrazada por Moscú, que propugnaba la buena convivencia entre los bloques enfrentados por ideologías diferentes.
Aunque no suele aparecer en la lista de saldos negativos de la gestión presidencial de Carter, la ficha del Marielazo que Castro jugó casi en la recta final del único período del demócrata, fue un puntillazo en la serie de adversidades que llevaron al mandatario ante la derrota abrumadora frente a Ronald Reagan.
El paso del tiempo no ha logrado disminuir la fe de Carter en un mundo respetuoso de los derechos humanos. En su papel como ciudadano universal consiguió levantar su estatura humana a un nivel que no pudo lograr siendo presidente de la nación más poderosa del mundo. Sus esfuerzos le han valido el premio Nobel de la Paz y el respeto de sus contemporáneos en todo el planeta. Incluso quienes discrepan con él no dejan de dispensarle reconocimiento. La confianza puesta en su capacidad mediadora tiene como garantía los atributos de credibilidad, honestidad y un rasgo que algunos confunden con falsa ingenuidad, y que no es más que puro idealismo enraizado en la caridad cristiana.
Es la razón que puede explicar el por qué ha sido Carter la única personalidad que puede llegar a Cuba y reunirse con disidentes, ex presos políticos y aquellos señalados como agentes del imperialismo, sin levantar reacciones críticas del gobierno, que no admite el mismo gesto en otros casos y que de producirse provoca los comentarios más duros hacia el transgresor. Mandatarios y personalidades de alto rango han tenido cuidado de pasar la línea trazada por el régimen castrista, que parece no existir para el invitado Jimmy Carter.
No puede decirse que los de La Habana sean dados a dejarse subyugar por carismas y bondadosas actitudes. Por allí pasó Madre Teresa de Calcuta, una santa en vida, y el Papa Juan Pablo II, la figura que mayor impacto dejó en los cubanos abriendo corazones a la esperanza. Esas visitas ayudaron al anfitrión a mejorar su imagen oscurecida. Carter también logró hacer algo en ese sentido durante su primera estancia en Cuba en mayo del 2002.
En aquella ocasión su arribo coincidió con la entrega de once mil firmas ciudadanas solicitando un referendo sobre libertades y derechos. El hecho sería amplificado por Carter en la conferencia que impartió en la Universidad de La Habana, transmitida en directo por los medios nacionales, gracias a un acuerdo previo a la visita. Ante un auditorio encabezado por el propio dictador y su equipo de gobierno, el orador se pronunció sobre el embargo, dejando en claro que no todos los males de Cuba eran achacables a ese problema. Una gran mayoría de la población conoció del Proyecto Varela por boca del ex presidente que logró además comprometer a sus anfitriones a publicar íntegramente sus palabras.
Algunos criterios afirman que la intervención de Carter resultó funesta al provocar la soberbia del tirano, determinando el desencadenamiento vengativo del 2003. Tal argumento carece de fundamento. La disposición represiva estaba lista desde mucho antes y solo esperaba por el momento coyuntural que la justificara.
En los bordes de otra primavera retorna Carter, siempre paciente y flemático. Nuevamente para hablar de cambios en todos los sentidos, incluido el de las libertades De nuevo se reunió con opositores, entre cuyos rostros surgen caras frescas. También lo hizo con el cardenal Jaime Ortega, la comunidad judía y finalmente con el dictador retirado. Con el gobernante Raúl Castro se entrevistó dos veces. No quedó nadie excluido en esta gira. Ni la sociedad civil, ni la religiosa ni los gobernantes.
Sus críticos no aprueban que pidiera el levantamiento del embargo y que además se pronunciara sobre los agentes del gobierno cubano, convictos en Estados Unidos por espionaje. Aunque Carter habló de la liberación de los cinco, considerando el tiempo que han permanecido encarcelados, nunca dijo que fueran inocentes, condición que sí proclamó para su compatriota Alan Gross para quien pidió libertad aludiendo razones humanitarias.
Bravo por Carter que intercede buscando libertades de unos y otros, procurando el mayor alcance en su misión humanitaria. Si continúa soñando con la posibilidad de un arreglo entre Estados Unidos y Cuba sin omitir el derecho de los ciudadanos cubanos a disfrutar de las libertades cívicas en su propia tierra, el sueño es válido. Somos muchos los que esperamos ver en esta vida, y no desde el Más Allá, la democracia materializada como un bien supremo en una Cuba conviviendo pacíficamente con el vecino cercano, pero mejor aún con sus hijos reconciliados.