LA HABANA, Cuba.- Después de su desafortunado paso por la Biblioteca Nacional José Martí, el señor Eduardo Torres Cueva movió a sus subalternos en la Oficina Nacional del Programa Martiano. Y a propósito de la fecha del 19 de mayo, al cumplirse un nuevo aniversario de la caída en combate del Apóstol de nuestra independencia, el ahora martiano mayor del castrismo le encomendó a Yusuam Palacios Ortega y a su Movimiento Juvenil Martiano que celebraran un panel virtual titulado “Martí y la verdad sobre Estados Unidos”. Todo en el marco del evento “Estados Unidos en la pupila de José Martí”, auspiciado por el también oficialista centro de Estudios Martianos.
Por supuesto que a una pupila tan observadora como la de Martí no podían pasarle inadvertidos ciertos detalles de la política estadounidense que no eran de su total agrado, acerca de los cuales emitió su opinión crítica durante su larga estancia en el país norteño. Pues bien, esos criterios y la advertencia martiana sobre la asimetría de las economías cubana y norteamericana, y que según él podía ensombrecer el intercambio futuro entre ambas naciones, serán de seguro los temas que centrarán la atención de estos comisarios culturales disfrazados de martianos.
Sin embargo, una pregunta elemental deja sin argumentos a todos los que imaginan —o pretenden hacer ver— una existencia tormentosa de Martí en Estados Unidos. ¿Por qué Martí escogió a Estados Unidos como país de residencia —y exilio—, y no a cualquier otra nación americana? Evidentemente, el futuro Héroe Nacional cubano apreciaba las libertades existentes en nuestro vecino norteño, así como la fortaleza de sus instituciones.
En la ciudad de New York el Apóstol encontró el ambiente propicio para dar riendas sueltas a su talento literario. Allí escribió lo mejor de su poesía, y también vio la luz lo más enjundioso de su ensayística. Esa atmósfera permitió igualmente que floreciera su combativo periodismo, e incluso que se acreditara como corresponsal de varios periódicos extranjeros.
A su estancia en Estados Unidos se debe además la aparición en 1889 de La Edad de Oro, esa maravillosa recopilación de textos dirigidos a los niños de Cuba y del resto del mundo.
La labor política de Martí encontró de igual manera un terreno fértil en tierras norteñas. En la patria de Lincoln pudo formar un partido político para organizar la gesta independentista en la isla, y también fundar un periódico que le permitiera dar a conocer su mensaje a los emigrados cubanos que le secundarían en su empeño libertario.
¿Y qué decir de las Escenas Norteamericanas, donde Martí alaba las virtudes ciudadanas, el talento artístico, e incluso las bondades geográficas de muchos sitios en Estados Unidos?
Se nos ocurre, por ejemplo, traer a colación lo escrito por el Apóstol sobre Coney Island, ese lugar que él destacaba para el disfrute veraniego de los neoyorquinos. “De los lugares más lejanos de la Unión Americana van legiones de intrépidas damas y de galantes campesinos a admirar los paisajes espléndidos, la impar riqueza, la variedad cegadora, el empuje hercúleo, el aspecto sorprendente de Coney Island, esa isla ya famosa, montón de tierra abandonado hace cuatro años, y hoy lugar de amplio reposo, de amparo y de recreo para un centenar de miles de neoyorquinos que acuden a las dichosas playas diariamente”.
Claro que ni Torres Cueva ni Yusuam Palacios están dispuestos a mostrarles a los jóvenes cubanos estos escritos de Martí sobre los Estados Unidos. Ellos solo enarbolarán las frases de Martí que ayuden a sostener las condenas a lo que denominan “imperialismo yanqui”.
De todas maneras, cualquier análisis desapasionado comprende que dedicar todo un evento a la visión que tenía Martí de Estados Unidos no es más que una maniobra oficialista para desviar la atención de la aguda crisis que hoy padece la sociedad cubana.
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