LA HABANA, Cuba. – “En cuanto reúna 3 000 dólares dejo esto y me voy”, asegura Yordan bajándose del bicitaxi para recorrer a pie las dos cuadras de la calle San José que flanquean el Capitolio, y por las que tienen prohibido circular esos vehículos. Pequeño, compacto y con buen número de canas asomando en la sien, tira con fuerza del bici. Apura el paso sin siquiera mirar a los dos policías de tránsito mal escondidos tras las farolas, al acecho de choferes menos avisados. Pasa de largo sintiendo que lo siguen con la vista, cual depredadores frustrados. Tendrán que esperar por otros bicitaxis para consumar la extorsión; Yordan tiene experiencia suficiente y sin importar cuantas carreras al día lo lleven por esa ruta, siempre realiza ese tramo a pie.
“No voy a arriesgarme a que me pongan una multa por no caminar un par de cuadras. No me puedo dar ese lujo. Cada kilito que luche arriba de esto [el bicitaxi] es pa’ la guanajita [alcancía]”.
Yordan quiere irse. Es el anhelo que comparten la mayoría de los cubanos, pero él lo va a intentar por segunda vez. En 2019 se aventuró por la ruta de Rusia con la intención de llegar a España, pero las cosas no salieron bien. Había vendido su pequeño apartamento, convencido de que no regresaría; sin embargo, el frío, el idioma y su propia candidez le jugaron una mala pasada, obligándolo a endeudarse para volver a la Isla.
Gracias a buenos amigos y una vecina a la que mucho ayudó durante la crisis epidemiológica, no le han faltado techo ni alimentos. Aun así, reconoce que la vida en Cuba ya pasa de dura. En realidad no tiene palabras para definir lo que siente cuando abre los ojos y piensa en su rutina. Reunir 3 000 dólares a lomo de bici parece imposible, titánico, pero Yordan no tiene otra forma de alcanzar esa suma, así que en lugar de lamentarse hizo un plan: 20 carreras diarias de 100 pesos cada una (puede ser más, dependiendo de la distancia), para un total de 2 000 pesos, equivalen a 18 dólares aproximadamente, si los paga a 110 pesos. A veces los encuentra por menos precio, otras veces no cumple el plan de producción porque el cuerpo no le responde.
Cuando ha reunido 10 000, 15 000 pesos, entra a Revolico y en cuestión de minutos cierra el negocio. Así viene haciéndolo desde hace meses, sin salirse un milímetro del plan, remendando las zapatillas de trabajar, sin darse gustos ni comprarse un calzoncillo, y rogando por no enfermarse.
Me cuenta que el otro día era tanto el calor que no se le quitaba el deseo de tomarse una cerveza. Luego de mucho pensarlo, pagó 170 pesos por una importada, pues la Cristal ―producto nacional― cuesta ya 190 pesos. La disfrutó hasta la última gota y casi enseguida sintió remordimiento por no haber guardado ese dinero en el jackpot de la libertad.
Así vamos. Algo tan superfluo como una cerveza fría es un lujo en este país, un capricho inalcanzable para el cubano de a pie, que somos casi todos. Yordan ya sobrepasó la curva de los 40 años, pero insiste en que aquí no se queda, y esta vez prefiere ahogarse en el río Bravo antes que regresar.
Cuba no vale la pena ni teniendo una montaña de dinero. No hay producto ni servicio que deje al cliente satisfecho y con deseos de volver, ni siquiera a los hoteles. De nada vale tener los bolsillos llenos si encuentras la ciudad cada día más sucia, miserable y apagada.
“La mejor inversión es salir de aquí”, asegura Yordan, que no da crédito al silencio y aburrimiento en que transcurren los días de Centro Habana, donde no hay más algarabía que la de las colas. En los barrios donde siempre hubo música se escucha, si acaso, el bafle de un bicitaxi, un ritmo machacón que pasa de largo y otra vez el sopor provinciano recae sobre Los Sitios, Pueblo Nuevo, Cayo Hueso, como si hubieran arrancado La Habana de cuajo para sembrarla en Sancti Spíritus.
Casi 1 000 dólares ha reunido Yordano para su travesía. Sabe que le queda mucho pedaleo por delante, pero nada lo desanima, salvo quizás las conversaciones sobre asuntos migratorios que mantuvieron Cuba y Estados Unidos recientemente. Sabe que nada bueno para el pueblo cubano puede surgir de esos intercambios que se realizan en el mayor secreto, siempre apuntando a intereses geopolíticos. De un cónclave similar, hace pocos años, emergió la derogación de la política de “pies secos, pies mojados”. Quién sabe lo que se les podría ocurrir esta vez.
Yordan acelera por el costado del cine Payret. Ya no pregunta qué van a construir ahí. Nadie lo hace. No importa. Un hotel, probablemente. Otro sinsentido como el Manzana Kempinsky, el Grand Packard o el Telégrafo Axel. Otro pedazo de Cuba que no será para los cubanos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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