LA HABANA, Cuba. – La función del arte y la literatura como ejercicio desacralizador frente a la hegemonía del poder está secuestrada en Cuba por la censura. Debido a las políticas culturales excluyentes mantenidas por el Estado durante seis décadas, los contados intentos por ejercer esa función, aun sin rebasar los límites impuestos por el “dentro de la Revolución”, han sido prohibidos. Los autores que se han atrevido a contradecir y desafiar al poder han terminado marginados, exiliados o en prisión.
El documental PM de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera; las novelas de Zoé Valdés, Reinaldo Arenas y Guillermo Cabrera Infante; los poemarios Lenguaje de mudos, de Delfín Prats, y Fuera del juego, de Heberto Padilla; la pieza teatral Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat; la película Alicia en el Pueblo de Maravillas, de Rolando Díaz, las canciones de Pedro Luis Ferrer y la obra danzaria Decálogo, de Ramiro Guerra, son solo algunas de las muchas decenas de obras artísticas y literarias que han sido prohibidas o censuradas durante años.
La mayoría de los artistas e intelectuales cubanos han tenido que aprender la humillante lección de que no se puede cuestionar al régimen sin tener que pagar un altísimo precio.
Tanto los miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) como sus colegas más jóvenes integrados a la Asociación Hermanos Saíz (AHS) se acogen ―salvo honrosas excepciones― a las conveniencias del régimen. Sin recato alguno, elogian, lamen botas y corean el discurso oficial. Inmersos en cuestiones extra-artísticas, actúan como ventrílocuos sirviendo de voceros al régimen, en una pose de fantoches que les impide ejercer su real función.
Las asambleas provinciales que se están efectuando por todo el país con vista al IV Congreso de la AHS a celebrarse en octubre, son aquelarres ideológicos, una misa roja rumbera.
Estos convites pachangueros, con la presencia de altas figuras del Partido Comunista y el Gobierno, a veces con la tímida presencia del viceministro de Cultura, demuestran que la AHS, autotitulada “la vanguardia artística juvenil”, no es más que la patética continuidad de los viejos y obedientes miembros de la UNEAC, la hermana mayor de la AHS en la cadena de matrioskas de organizaciones culturales al servicio del régimen.
Qué se puede esperar de la AHS si es continuadora de la UNEAC, cuyo presidente Luis Morlote aseguró recientemente que su organización “continúa apoyando las políticas culturales de la Revolución sin hacer concesiones”.
En esas asambleas de la AHS, limitarse a debatir sobre la falta de espacios, de financiamiento, de las cuerdas para violines y guitarras o cuero para los parches de los timbales es el summun plus ultra al que pueden llegar los artistas en sus quejas, no sin antes proclamar que la culpa es del “bloqueo” y que los dirigentes son con ellos un amor.
Y luego, vienen los vivas a Fidel, Díaz-Canel y la Revolución, y sus muestras de adhesión y gratitud a la máxima dirección política del país por permitirles ser parte de la lucha contra la colonización cultural que quiere convertir a Cuba en algo parecido a Oslo, Nueva York o Madrid.
A ningún integrante de esta dócil manada se le ocurre hacer reclamos sobre la libertad de creación artística ni solidarizarse con los colegas censurados o represaliados.
Seguro estoy que muy pocos de ellos conocen que una voz tan autorizada como el Premio Nobel Gunter Grass dijo: “La literatura vive de las crisis, su función es desenterrar cadáveres”. Conózcanlo o no, ninguno de ellos se atrevería a asumir esa función. ¡Qué va a asumirla esta autotitulada “vanguardia artística” con ínfulas de maestro de carrusel!
Con sus mediocres obras, siempre elogiosas del poder, pueden esperar, como dijera Harold Bloom, que el tiempo, que lo destruye todo, convierta lo que no sirve en basura.
Que se cocinen estos figurines en su propia salsa de autobombo y mediocridad mientras no se atrevan a que sus creaciones sean la contrapartida del poder.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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