LA HABANA, Cuba. – Y no crea el lector que con estas líneas pretendo alterar la traducción más aceptada de una de las obras de Oscar Wilde. Esto que escribo no tiene nada que ver con Oscar Wilde ni con La importancia de llamarse Ernesto. Tampoco voy a recordar al Eliseo Diego de Nombrar las cosas, pero sí tiene que ver esto que escribo, sin duda alguna, con un cambio de nombre, con un renombramiento que me ha dejado efusivo y hasta boquiabierto, ¿enarbolado?
Esto que escribo no es tampoco un homenaje al amado Salvador Redonet, el académico que se ocupara tanto de esa generación de escritores a la que pertenezco y a la que él bautizara como “Los Novísimos”. No escribo, pues, de Las cosas por su nombre, ese texto que escribió “El Redo” y que no le dio tiempo a publicar. Estas líneas tienen que ver con el nombre de las cosas, pero no a la manera de “El Redo”. Estas líneas tienen que ver con el nombre de una avenida, con el cambio de nombre de una avenida en Washington D.C., y con algo más.
Estas líneas fueron provocadas por el cambio de nombre de una avenida en Washington D.C. a la que todos conocían como la 16th St. NW y a la que acaban de otorgar un nombre nuevo. Esa calle tiene ahora el predicamento de un cubano. Esa calle exhibe hoy el nombre de Oswaldo Payá, de ese Oswaldo que terminó muerto después de que un auto chocara al auto en el que él viajaba, después del golpe que le diera aquel auto, después de aquel golpe que, para decirlo con Vallejo, fue “un golpe de odio”.
Un golpe de odio mató a Oswaldo Payá y a su acompañante. Un golpe de odio acabó con la vida de dos hombres, un golpe de odio hundió en el luto a dos familias, y a muchísimos cubanos. Un golpe de odio en la carretera mató a Oswaldo Payá, y su muerte todavía me hace pensar en un poema de Virgilio Piñera, aquel que dice: “Si muero en la carretera no me pongan flores/Si en la carretera muero no me pongan flores/En la carretera no me pongan flores si muero/No me pongan/no flores en la carretera si muero…”.
Y dicen que sí hay cubanos que ponen flores al sitio en el que chocaron al auto en el que viajaba Oswaldo, dicen que hay ofrendas en el sitio del funesto accidente, del provocado y monstruoso evento. Hay flores en la carretera del accidente absurdo, tan absurdo como muchos de los poemas y cuentos de Piñera, como alguna de sus novelas. Y ahora, como en un cuento de Virgilio, lo que parecía imposible, lo que parecía un absurdo, se hizo realidad.
Ahora una avenida de Washington cedió su nombre al hombre muerto en la carretera. Y yo tengo fe, y me quedan esperanzas todavía. Yo espero ver cómo cambian en Cuba muchas cosas, incluso los nombres de las cosas; de las escuelas, de los parques, de los hospitales. Yo tengo fe y espero que desaparezcan algunos nombres, muchos nombres de hombres y mujeres que regentan la vida cubana. Yo espero que no se pronuncien esos nombres, que mueran en el olvido y para siempre.
![Casa de Oswaldo Payá sobre la calle Peñón, frente al Parque Manila, en La Habana](https://www.cubanet.org/wp-content/uploads/2023/06/casa-oswaldo-paya.jpg)
Yo espero que reaparezcan muchos de los nombres que Cuba olvida. Yo espero que esa calle sobre la que se levanta la casa de Oswaldo Payá se rebautice, que esa calle que hoy se llama Peñón tome su nombre, que desde el parque Manila los cubanos puedan fotografiar la casa en la que vivió Payá, como hice yo hace un rato.
Y yo espero también que lo recuerden quienes desanden la calle Ayuntamiento o la calle Manila, que son las entrecalles que escoltan al parque Manila, las entrecalles que escoltan a Peñón, esa calle sobre la que se levanta la casa en la que vivió Osawaldo Payá. ¿Sería mucho pedir en una Cuba libre? Yo creo que sería bueno, que sería ideal, que los cubanos no olvidemos a los muertos del comunismo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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