LA HABANA.- Recientemente el periódico Granma publicó el artículo “La malnutrición amenaza al mundo”, basado en el Informe de la Nutrición Mundial del 2017 emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En dicho texto se puede leer que según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), “dentro de los hábitos y actitudes dietéticas del cubano se señala el excesivo consumo de alimentos, donde se encuentran como integrantes azúcares refinos, en muchas ocasiones en combinación con las grasas”.
Al leer esta afirmación, cualquiera que desconozca la realidad cubana podría pensar que nos gusta comer mucho y mal; que nuestros poco saludables hábitos alimenticios son deliberados, cuando en realidad son hábitos de supervivencia: en términos generales no escogemos lo que comemos, sino que comemos lo que aparezca y sea más barato, porque el poder adquisitivo del pueblo cubano es bastante bajo.
Y eso que, por supuesto, las visitas de todos estos funcionarios a centros educacionales, comedores comunitarios y demás instituciones son siempre dirigidas, con las condiciones creadas de antemano para generar una apariencia que dé una impresión positiva. Tampoco hay que olvidar que estas personas se relacionan con la élite en el poder, que goza de una vida de privilegios.
Si la señora Laura Melo, representante del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Cuba se relacionara directamente con la población, llegaría a la conclusión de que a esta de poco o nada le sirve una educación nutricional para diversificar la dieta (como recomienda) si no tiene acceso a los alimentos. Al parecer desconoce que la libreta de racionamiento, dudoso apoyo a la familia cubana, ha quedado reducida a una cuota mínima que apenas alcanza para comer los primeros días del mes.
Se señala a los azúcares en la dieta como malas compañías y se recomienda a niños y adultos reducir su consumo. Sin embargo, los refrescos y bebidas ultraprocesadas forman parte de la merienda diaria de los niños, no sólo por baratos, sino por no haber otras opciones, ya que las frutas, además de escasas, son caras y de pésima calidad, y las buenas se han convertido en una fuente de divisas para el régimen.
Hoy, con la crisis alimentaria, escasean productos esenciales tales como vegetales, viandas, frijoles, huevos; al mismo tiempo, a medida que la escasez se agudiza, los precios aumentan. Desde el 2008 en las tiendas recaudadoras de divisas se le aumentó el precio al pollo, el aceite y la leche. Así pues, pese a que ese mismo año se incrementaron en un 20% las pensiones menores de 400 pesos, podemos afirmar que ese pequeño aumento no mejoró el nivel de vida de los jubilados. Por otro lado los trabajadores con sus bajos salarios sólo pueden tener una economía de sobrevivencia.
En el mencionado artículo oficialista se hace referencia a estudios realizados en nuestro país sobre los principales factores de riesgo para diversas enfermedades como la diabetes, las alteraciones hepáticas, las enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer, y se señala como factor común la dieta. Para prevenirlas recomienda una correcta educación alimentaria desde edades tempranas. Sin embargo, ¿cómo lograrla?
Para el Gobierno la alimentación es un “asunto de seguridad nacional”. En los primeros años de la década del noventa se abrieron los primeros mercados agropecuarios de nuevo tipo, operados y abastecidos por el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), con la finalidad de vender productos agrícolas más baratos que en los mercados de oferta y demanda. También a través del Programa de la Agricultura Urbana fueron creados los organopónicos para la producción de vegetales frescos. Infelizmente estos proyectos, a pesar de contar con la aceptación de la población, no escaparon al abandono, por lo que en el presente las tarimas se encuentran vacías.