GUANTÁNAMO, Cuba.- Recibí la noticia por mensaje de texto a las 3:29 a.m. Conecté el televisor y la confirmé. Confieso que le dirigí un callado reproche a quien me despertó para darme una noticia que en nada cambia mi vida.
Nací en 1957 y desde que tengo uso de razón Fidel Castro ha sido para mí un referente obligado, alguien que ha marcado indeleblemente mi vida y la de varias generaciones de cubanos. Aunque la noticia no tiene nada de asombroso —en definitiva él también es mortal— su salida de la escena nacional, al menos físicamente, ha sido organizada por todo lo alto e incide sobre el ícono más alto de nuestra historia: el héroe nacional José Martí, pues se rumora que sus cenizas serán colocadas frente al mausoleo del Apóstol.
Temprano en la mañana el barrio estaba muy tranquilo. Fui a comprar el pan, como tantos cubanos de a pie y algunos vecinos me comentaron la noticia sin gran consternación.
No estoy alegre, tampoco me voy a emborrachar como han prometido hacer algunos. Como dice la Biblia —y creo firmemente en eso— la muerte de ningún ser humano debe alegrarnos porque a todos nos tocará morir. Y como afirmó John Donne en su célebre “Sermón de la Montaña”, estoy convencido de que “la muerte de todo hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad”.
¿Recordará el pueblo cubano a Fidel Castro dentro de diez, veinte, cuarenta años? ¿A qué Fidel Castro va a recordar, al que prometió la restauración de la Constitución de 1940 e inmediatas elecciones generales o al que instauró un gobierno totalitario? Por mi parte creo que recordaré al joven aparece en una foto, cerca de la Universidad de La Habana, encarando a un esbirro de la dictadura de Batista; o al que presentó la denuncia contra el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 ante los tribunales. Quisiera recordar al que escribió en el Manifiesto No.1 del Movimiento 26 de Julio que: “El Movimiento se integra sin odios contra nadie. No es un partido político sino un movimiento revolucionario; sus filas estarán abiertas para todos los cubanos que sinceramente deseen restablecer en Cuba la democracia política e implantar la justicia social”.
O quizás recuerde al joven revolucionario que en el Pacto de México prometió a los cubanos “que la revolución llegará al poder libre de compromisos e intereses, para servir a Cuba en un programa de justicia social, libertad y democracia, de respeto a las leyes justas y de reconocimiento a la dignidad plena de todos los cubanos”.
Pero la historia demostró que ese Fidel Castro murió apenas tomó el poder.
Según informó la televisión nacional se han decretado nueve días de duelo nacional, se ha convocado al pueblo a que jure fidelidad al concepto de revolución y las cenizas del líder serán inhumadas en el cementerio de Santa Ifigenia luego de transitar el país en sentido inverso al que realizó Fidel Castro con la Caravana de la Libertad en 1959.
Tal disposición no está exenta de cierto simbolismo porque en 1959 la Caravana de la Libertad fue un suceso esperanzador pero esta de las exequias del líder cierra un ciclo de 57 años donde todavía permanece sin cumplir la promesa de la restauración democrática que fue la base angular de la revolución cubana. En 1959 toda Cuba vibraba de esperanza; hoy sólo hay pobreza, deseos de emigrar y represión en todas partes.
1959 fue el año en que el joven Fidel Castro se desentendió de todas las promesas que había hecho al pueblo y por las que murieron cientos de jóvenes que creyeron en él. El año del triunfo marcó precisamente el de su primera muerte, ahora sólo asistimos a la segunda y definitiva.