SANTA CLARA, Cuba.- Es “mujer” poco instruida, de la cual se burlan quienes no la conocen. La “revolución” no le permitió superarse cuando pudo, sino que le “disparó” cuatro años de “peligrosidad por la cabeza” en 1984 cuando, sin saber lo que Orwell predijo, travestirse así fuera solo en el pensamiento constituía morrocotudo delito.
A pesar de graduarse después como “técnico” en electrocardiogramas, su dicción la aleja de lo deseable para un personaje público tan singular. Comete dislates y pronuncia mal cuando conversa abierta o íntimamente. Suele confundir consonantes o se olvida del protocolo que otros cuidan por mezquindad.
A Adela, “la enfermera” devenida primera delegada trans de Cuba, nada le importa, excepto escandalizar al mundo por la “salvación inmediata de sus vecinos”, electores pobres a los que fuerzas mayores dañan constantemente, especialmente las no naturales.
No obstante, se encuentra muy bien ubicada en su papel y, con sublimes imprecaciones o risibles imperfecciones, equidista años luz de la moral putrefacta de quienes la ordenan y presumen “bienvenida” a las esferas insinceras del poder.
Sigue siendo presidenta del comité desde los años noventa, porque no encuentran un sucesor “digno como el que ahora designe nuestro Gobierno”.
Aunque el régimen asegura “que están representados todos los (f)actores sociales” en su Asamblea Nacional, en realidad, las minorías no existen.
Lleva siete años —barzoneando entre pitos y flautas— en la gubernatura local donde “colegas” la toleran —porque no les queda otro remedio—, mientras ella sin tapujos canta: “Me mastican, pero no me tragan”. Porque sus religionarios encubren el desdén para no parecer —en público al menos— rémoras “del otro gobierno”. (Como si este no fuera prolongación de aquel verde-verdugo).
Vive en el barrio marginal conocido como “La Güesindia” —por el ferrocarril que lo atravesaba: West Indians Co. Ltd.—, ahora en una casita mejor que “le resolvieron casi con pena”, vecindario que la reeligió masivamente a golpe de conga en 2012, 2015 y 2018 en las infranqueables urnas socialistas, rodeada de idéntica sobrecogedora miseria.
A esta zona humildísima que ella representa, “insalubre, insoluble”, remojada por constantes aluviones de cualquier categoría —pluvial, albañal o del abasto—, la bautizó “Venecia”. Y sobre ella puso a ondear sus francas naves.
Ha salido victoriosa por amplio margen de cuanta votación la han involucrado quienes prefieren su “cómica” permanencia, a la de tradicionales farsantes, muy por encima de cualquier “serio” contrincante impuesto por el PCC.
Sin embargo, los derrocados han seguido en la comparsa como “profesionales” de la asamblea que ella por derecho integra, pero que prescinde de “su fina apariencia” cuanto puede, y cada vez que cree que debe.
En esta última selección “parlamentaria”, para constituir la inocua asamblea provincial, siquiera fue informada, mucho menos “invitada” oficialmente, evitando así que alguna “dama de la corte” desfalleciera al verla.
¿Imaginan el jelengue entre heteronormados si una “tetúa, orillera y exconvicta”, construida a fuego —y sangre hormonada ilegalmente— irrumpiese en el sagrado foro luciendo su lengua viperina y más brillo corporal que una carroza?
Pues para ahorrase molestias en obligatorias reuniones “de alguna alcurnia” de la subsede de esta república bananera que hoy se “restituye” con un nuevo “presidente”, le han otorgado “tarea distintiva” —razón de notoriedad demostrada— que la eleva a “jefa de distribución de materiales y donaciones para damnificados” —víctimas del reciente “evento feminoide”—, sacándola a hurtadillas del “escenario”.
Desde 2015, tras exhibirla como “triunfo” apabullante del CENESEX ante la prensa extranjera durante la jornada orquestada contra la infinita homofobia insular, Mariela Castro le prometió en Holguín —sede del evento— “cortarle de un tajo el odiado pito y echárselo a los perros”, regalándole una vaginoplastia y nueva identidad, la pobre Adela ha vivido conteniendo el aliento, rezando a las once mil vírgenes, a la espera de su turno en “la cola de las locas”, que según el libraco “Transexuales en Cuba” escrito por aquella madrina que ella cree la representa, restan cinco pendientes de subirse al quirófano, porque ya sobrecumplieron su plan “actualizando” a una veintena.
No le habrán dicho, pero ¿estará nuestra heroína incluida? Porque el silencio ha sido atronador.
Adela (52) y su “consorte” Ubaíl Rodríguez Barreto (25), quieren constituir pareja… ¡y tener hijos!, ser más felices; pero no pueden siquiera legalizar estatus. Son la vergüenza del gobierno, que rechaza herramientas jurídicas, excepto para aprehenderlos al menor desliz, recordándoles respectivas obediencias.
Así, cuando Ubaíl aguantó la pata a un caballo que expiraba destajado, “lo guardaron” varios años. Y ella fue a las visitas cuando encontró dineros.
Pero los que de aquella institución “protectora” no cuentan a Adela, es que la jerarquía ha detenido intervenciones a (de)generados sexuales, porque continuarlas significaría un desafío a “sustentadores” (de la sustentabilidad anunciada).
Entre pactos con religiones homófobas, ruines compromisos políticos y cultos secretos de ignota naturaleza, va el asunto estatalizado, al punto que finalmente los asesores nórdicos volvieron a sus gélidas penínsulas movidos por el “adelanto” social del vapor tropical.
Una colección de libros reeditados en plan alcahuete por la editorial CENESEX, aboga por los ¿derechos? de los homo-afectados en una dictadura remanente de ¿izquierdas?
Lo que han divulgado como “conquistas” de esa institución hasta esta fecha, se reduce a señuelos que la comunidad diversa de Cuba podría únicamente “llegar a soñar”.
El leguleyo Seijido —consagrado y reiterativo—, enuncia en copiosas páginas el “deber del Centro” que para con los flagelados históricos (de Fidel Castro), no ha cargado consigo escara que no sea la habitual al estereotipo/homosexual del “socialismo”.
Porque leyes contundentes y definitorias como el estado civil entre homoparentales, la adopción, y un sinnúmero de facilitaciones sobre la convivencia, continúan desterradas por causas archiconocidas e inexplicadas, ya que no se precisa ahondar en los ayeres ni presionar a los mañanas.
Y no podría sucederse de otra manera —en país que ha patentado como corzo— el odio visceral del discurso castrista hacia lo distinto durante demasiados años; fracturando a la familia, la nación, el ideario, sembrándonos su huevo dictadorzuelo en cada núcleo familiar, volviéndonos indiferentes a los ajenos espasmos sociales, secuela de agrias deyecciones sobre la dulce “legitimidad estatuida”.