GUANTÁNAMO, Cuba.- De todas las revoluciones del siglo XX, la cubana fue la más original hasta que tomó el poder. No estuvo dirigida por un partido, como sí ocurrió con las revoluciones rusa, china, y otras donde los movimientos liberadores estaban controlados por los comunistas.
Su programa consistía en la reimplantación de la Constitución de 1940, la convocatoria a elecciones generales y la reasunción de la democracia. Y su triunfo fue la primera oportunidad para demostrar ante el pueblo cubano y el mundo que era congruente con sus ideas fundacionales, presentes en “La historia me absolverá” y refrendadas luego en los Pactos de México y de la Sierra y en intervenciones del propio Fidel Castro durante los primeros meses de 1959.
La segunda oportunidad estuvo en la posibilidad de convertir a Cuba en un país socialista sui géneris, distanciado del socialismo real, que constituyera un verdadero ejemplo de ejercicio democrático vinculado al control del pueblo sobre los medios de producción y de servicios.
En vez de que eso ocurriera, luego de 16 años sin Constitución y con un gobierno que funcionó con estructuras ejecutivas muy semejantes a las del batistato, el castrismo enrumbó su proa hacia la Unión Soviética y llegó al extremo de concederles a los “bolos” dos pedazos de nuestro territorio para que construyeran una base de espionaje electrónico contra los E.U.A. al oeste de La Habana, y otra de submarinos en la bahía de Cienfuegos.
Los comunistas siempre mencionan que los norteamericanos impusieron al primer gobierno democrático cubano la Enmienda Platt y la Base Naval de Guantánamo, pero no dicen que entonces el asunto fue sometido a votación por los representantes del pueblo y que después el apéndice constitucional fue derogado, y la presencia de la Base ratificada mediante un acuerdo firmado por dos gobiernos legítimos y por otras instancias de poder. En el caso de las bases soviéticas de Lourdes y Cienfuegos jamás se consultó a la Asamblea Nacional del Poder Popular ni al pueblo cubano. Fueron los años de la imposición del idioma ruso y hasta de los gritos de “¡Hurra!” de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en un desfile militar en la Plaza de la Revolución, una verdadera vergüenza.
La tercera oportunidad vino con el desplome del campo socialista. Antes, la crisis migratoria por el puerto del Mariel fue una palpable demostración del descontento popular, pero Fidel Castro hizo oídos sordos y mantuvo su obstinación hasta traspasar sus cargos a su hermano. El castrismo no funcionaba, y así lo reconoció el propio líder ante un periodista extranjero. Volvió a demostrar su desprecio por la suerte del pueblo cuando afirmó que era mejor hundirse en el mar que renunciar a la gloria. ¿Cuál gloria?, se preguntan muchos cubanos. Es fácil decir consignas como esa cuando los que las lanzan no van a arriesgar sus vidas ni las de sus familias.
La cuarta oportunidad llegó ahora con el séptimo congreso del P.C.C., pero el castrismo y sus aupados acaban de ratificar que en Cuba habrá un solo partido. Aunque prometan cambios sabemos que así jamás habrá democracia.
¿Ha habido socialismo en Cuba?
El cuestionamiento no es retórico y puede extenderse a todos los países autocalificados como socialistas.
Resulta significativo que en un evento como éste no haya un solo delegado que aclare que no se puede identificar al socialismo con la mera nacionalización de industrias y de los principales medios de producción y servicios. Quienes hayan leído algo de marxismo saben que el socialismo, al menos teóricamente, es mucho más que eso.
Privar a las revoluciones que se autodeclararon socialistas de un auténtico ejercicio democrático las condenó al fracaso y dividió al movimiento revolucionario mundial en comunistas y socialdemócratas. La historia se encargó de demostrar que son los socialdemócratas quienes tienen la razón. Por eso es una verdad absoluta que en países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Francia y hasta en Israel hay más socialismo que en Cuba, China, Vietnam y, por supuesto, Corea del Norte, país este que ha hecho un aporte reaccionario al marxismo al oficializar la existencia de una monarquía constitucional socialista. ¡Y dicho país es uno de los aliados más cercanos al castrismo!
El socialismo debe ser, ante todo, socialización del poder, control real del pueblo sobre sus dirigentes y el poder ejecutivo, libertad y respeto absolutos a todos los derechos humanos. Todo ello vinculado a una economía próspera. Nada de eso ha habido en Cuba. Un socialismo de partido único será siempre una dictadura, mucho más cuando la autoproclamada fuerza superior de la sociedad ocupa ese lugar sin haber sido elegida por el pueblo.
Si en Cuba hubiera socialismo, Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Relaciones Exteriores, no habría afirmado en una de las sesiones de trabajo de este congreso que hay que lograr que los trabajadores se sientan propietarios de los medios de producción y que la gente se sienta partícipe de las decisiones.
Más de medio siglo después de haberse proclamado el carácter socialista de la revolución las resonancias del presunto socialismo cubano están más presentes en los discursos exaltados, las consignas y las loas a los dirigentes que en resultados concretos.
Reelegidos congreso tras congreso y protegidos por un culto a la personalidad alimentado sistemáticamente por sus correveidiles durante 57 años, los jerarcas del partido se aprestan a abandonar el poder. Mientras vivan el anuncio será sólo otra apariencia. Lo confirmó el propio Raúl Castro al depositar el voto de su hermano en el congreso. Hasta anuncian un referéndum y una reforma constitucional que, viniendo de ellos, no pueden ser más que afeites.
De ser cierto lo dicho por el agente del Ministerio del Interior Antonio Guerrero acerca de que por cada siete jóvenes hay un militante de la Unión de Jóvenes Comunistas y que de 17 adultos sólo uno es militante del partido, quizás el fin del castrismo sea tan original como sus inicios cuando el partido y su dictadura se extingan por falta de militantes.