LA HABANA, Cuba.- Cuba 1961, un documental de 33 minutos sobre la Campaña de Alfabetización, en coproducción Estados Unidos-Cuba de este año, de la cineasta norteamericana Catherine Murphy, fue estrenado en la sala 23 y 12, de la Cinemateca de Cuba, con la presencia de su directora y ante una audiencia donde muchos habían sido participantes en aquella Campaña.
Valiéndose de abundante material de archivo, en combinación con entrevistas actuales a varios antiguos alfabetizadores, el filme se mueve en las distintas épocas combinando el blanco y negro y el color, la música del grupo Síntesis y de Edesio Alejandro, y los testimonios de Silvio Rodríguez, Adria Santana, Daniel Diez, Daysi Veitía, Diana Balboa, Leonela Relys y Enrique Pineda Barnet, entre otros.
Aunque en la presentación de su película la directora mostraba un júbilo inquebrantable, como de recién llegada, lo cierto es que algunos familiares suyos vivieron aquí, que ella misma estudió en esta capital durante los duros años 90, los peores del Período Especial, y que hasta hizo una maestría en sociología en la Universidad de La Habana. Una temprana versión de su tesis fue publicada en Estados Unidos con el título La Habana cultiva: Agricultura urbana y seguridad alimentaria en años de crisis, donde asegura que Cuba tiene uno de los más exitosos programas de agricultura urbana en el mundo.
En los últimos años, Catherine Murphy se ha convertido en activista, cineasta y educadora, y la mezcla de estas dos últimas vocaciones la llevó a realizar su primer documental, Maestra (coproducción Cuba-USA de 2012), acerca de la Campaña de Alfabetización en la Cuba de 1961. En general, su trabajo se enfoca sobre la justicia social y la alfabetización, y es, además, profesora adjunta en la Universidad de New York, donde imparte un curso sobre cultura e historia de La Habana.
Después de realizar el documental Maestra, en 2004, Murphy fundó el Proyecto Alfabetización, que se dedica a reunir testimonios orales y utiliza diferentes medios y metodologías de documentación para capturar la historia del trabajo de alfabetización de adultos a lo largo y ancho de las Américas.
Aparte de su activismo y su carrera académica, también ha colaborado en filmes documentales de otros directores, como La Cuba gay, de Sonja de Vries (USA, 1994); Robándose América: voto a voto, Dorothy Fadiman (USA, 2008), Sing your song: la vida de Harry Belafonte, de Susane Rostock (USA, 2010) y ¿Puede ponerse de pie el verdadero terrorista?, de Saul Landau (USA, 2012).
Es curioso que esta cineasta, que tanto ha podido informarse sobre Cuba, se haya centrado en un acontecimiento que tuvo lugar hace más de medio siglo y no haya hecho el elogio fílmico de la educación cubana actual. Quizás la razón está precisamente en que conoce bien el desastre educativo que padece la utópica isla y prefirió los tiempos que algunos consideran “míticos”, la épica multitudinaria de aquel año en que —según las estadísticas gubernamentales—, 250 mil voluntarios enseñaron a leer y escribir a 700 mil personas en un año. 100 mil de esos maestros tenían menos de 18 años y más de la mitad eran mujeres.
Aunque en diciembre de 1961, Fidel Castro informó en la Plaza de la Revolución que la Campaña Nacional de Alfabetización había sido un éxito y declaró que Cuba era Territorio Libre de Analfabetismo, en realidad quedó un 3.9 por ciento de la población sin alfabetizar y, a la larga, la campaña cubana —que la UNESCO, comparándola con otras siete campañas, consideró destacada por su velocidad e intensidad— fue más una gran operación mediática que signo de una política educativa en profundidad.
Más bien era un indicio de lo que el gobierno consideraba digno de ser leído. Recordemos que los maestros voluntarios se servían del manual Alfabeticemos, que debían utilizar como guía, y de la cartilla Venceremos, que era un cuaderno de trabajo con ejercicios para el alumno y material fotográfico de apoyo a la clase.
El programa contaba con quince lecciones, cada una de las cuales tenía un asunto de carácter sociopolítico y mucha manipulación ideológica e informativa, y llevaba títulos como “OEA”, “INRA” —Instituto Nacional de Reforma Agraria—, “La Revolución”, “la Nacionalización”, “Fidel es nuestro líder”, “Las tiendas del pueblo”, “La tierra es nuestra”, etc. Como dice una de las mujeres entrevistadas, “nuestra campaña fue también dirigida a lograr cambios conceptuales para la transformación del país”.
En el público que acudió a ver el estreno de Cuba 1961 se hallaban pocos con menos de setenta años y, aunque hubo varios testimonios de quienes participaron como “ejército” alfabetizador en aquella “campaña” civil, todo aquello, en vez de un homenaje para los educadores, resultó más bien un homenaje al pasado confuso, a la abusiva seducción política de todo un país y a la desaparición forzosa de la individualidad.
Por supuesto que Catherine Murphy sabía lo que hacía. Esta directora es una más entre los norteamericanos que ejercen cabalmente la libertad de expresarse y criticar al gobierno de su país, unificando esa legítima práctica con una inmoral propaganda a favor del régimen cubano, tan progresista y libertario que no permite ninguna crítica de sus ciudadanos, ni de los extranjeros, ni aun de sus aliados si se les ocurriera hacerla.
De todos los que hoy saben leer en Cuba, muy pocos leen la prensa con que el Partido Comunista ha intentado durante decenios convertirse en única, o principal, fuente de información. Esa indiferencia es comprensible. Por ejemplo, el periódico Granma reseña las palabras de Ismael Drullet Pérez, secretario general del Sindicato Nacional de la Educación, la Ciencia y el Deporte.
El funcionario —a quien, por supuesto, sus sindicados no eligieron—, tras referirse a las principales tareas para el perfeccionamiento de la educación, destacó como una de las misiones más importantes de la escuela cubana de hoy “la formación de las nuevas generaciones sustentada en valores humanos y revolucionarios, en la fidelidad al Partido, a Fidel y a Raúl”.
Y ahí vemos el diezmado “ejército de maestros revolucionarios” que, en cuanto tienen la menor oportunidad, escapan a otro país cualquiera, o por lo menos a otra profesión, porque, en el fondo, casi ninguno de ellos se siente maestro, ni quiere ser maestro, ni sabe ser maestro.
Y una muestra del estado en que se encuentra actualmente la educación en nuestro país es el hecho de que, a estas alturas, casi todos esos educadores tuvieron maestros ayer que eran como ellos mismos son ellos hoy.