GIJÓN, España, octubre, 173.203.82.38 -La primera vez que volví a escuchar el nombre de Laura después de la Primavera Negra fue en agosto del 2004. Me lo mencionó un agente de la Seguridad del Estado en la prisión de Agüica, lugar que me habían destinado para un periodo largo de confinamiento. Cuando me dijo, “Laura Pollán” sin agregar otra palabra o detalle, tuve que presumir se trataba de la esposa de Héctor Maseda. Evité todo comentario. Ni siquiera indagué la razón de aquella mención aparentemente inocua. No quería demostrar interés a mi carcelero. Mucho menos establecer un debate. Mi esposa Iliana había tenido oportunidad de adelantarme noticias de “esas provocadoras Damas de Blanco” que tanta preocupación ya le estaban causando al Gobierno.
Mis recuerdos de Laura son anteriores al 18 de marzo de 2003. Desde esa fecha, apenas unos días antes, no volví a verla más. Algo que tristemente se ha hecho definitivo, haciendo que el reencuentro no se produzca jamás. Laura acaba de fallecer. Su deceso fue tan inesperado como oscuro.
La Laura que viene a mi mente es aquella mujer callada que parecía indiferente a los asuntos de la política. Nunca se inmiscuyó en las conversaciones que sostuve con Maseda temas relacionados con el quehacer de la oposición. Ajena a todo tipo de comentarios, no daba opiniones ni criterios. Solo se dedicaba a los trajines domésticos en un continuo ir y venir sin musitar palabra, tan reservada y distante que en un principio llegué a pensar que mi presencia en Neptuno 963 le molestaba.
Las únicas palabras que intercambié con Laura en aquella época fueron los saludos normales de cortesía que cruzábamos cada vez que yo visitaba su casa y mis agradecimientos cuando me ofrecía el tradicional buchito de café.
La impresión de distanciamiento en aquellos contactos eventuales sufrió un cambio radical en los tiempos duros. Desde los primeros meses de encarcelamiento a la celda nos llegaban noticias sobre el grupo de mujeres que ganaba las calles, vestidas de blanco, calladas y alzando el puño florido. Al frente de ellas desfilaba Laura.
Mítines de repudio, golpizas, represión, arrestos y vejaciones se convirtieron en reseña habitual sobre estas marchas pacíficas. Pero también nos alegró saber de varios premios y reconocimientos internacionales. El más importante, el Premio Sajarov 2005. Cuanto deseé desde entonces el Nobel para ellas.
Y no es falso que Laura Pollán fuera indiferente a la política. Posiblemente no entendía de la manera en que muchos pretenden entender los manejos de ese arte tan espinoso. Ella realmente estaba dedicada a la noble tarea de los Derechos Humanos, principalmente en la liberación de los presos políticos. Por estos dos objetivos luchó, sangró y murió. “Vamos a seguir marchando aunque nos maten”, era su única respuesta contra quienes la arrastraban e insultaban.
Fue tanto el renombre que ganaron las Damas de Blanco que el régimen se vio forzado a hablar de ellas en la prensa nacional. Evidentemente no se puede esperar frases de amor y elogios de quien odia y reprime hacia aquellos que le piden libertad, respeto y paz. No obstante la manipulación y el abuso servían de barómetro perfecto para medir el éxito continuado de aquellas mujeres que supieron gritar en silencio. Ironías de la lucha pacífica y no violenta. Cada paliza recibida, cada brazo partido, significaba una batalla ganada.
Desde prisión varias veces hablé con Laura por teléfono. La última ocasión fue horas antes de que me sacaran de Toledo para ser deportado a España. Lo hice para despedirme de ella y de todas las Damas de Blanco, para agradecer todo el empeño que demostró ella y demostraron todas, por lograr la excarcelación del grupo de los 75. Su voz para nada me pareció entonces la de aquella esquiva mujer ocupada solo con los quehaceres de casa o sus labores de profesora. Se habían transformado en una líder capaz de aglutinar mucha gente en torno a una cusa justa.
Las mañanas de los domingos, la Iglesia de Santa Rita, los predios de la Quinta Avenida en Miramar, marchas pacíficas en diferentes lugares y jornadas conocidas como Té Literarios pasaron de la noticia a la cotidianidad social de la isla. El esfuerzo y la constancia de las Damas de Libertades y de Derechos, con Laura Pollán al frente, hicieron posible esa realidad.
Hoy en Cuba se ha hecho popular el gladiolo, devenido un símbolo de protesta y el ejercicio de la Libertad; esperemos que el gobierno no ordene a sus turbas que arrastren, ni pisoteen la flor. Ojalá que los servicios de inteligencia no decreten un nuevo operativo para eliminar los gladiolos del país, quizás mediante el uso solapado de algún químico nocivo que se encargue de sacar de circulación a esa embarazosa flor.