LA HABANA, CUBA.-En las primeras horas del sábado comenzaron a retirarse las aguas en las zonas inundadas del barrio El Vedado tras el paso de un temporal que trajo lluvia, aire frío y poderosas marejadas que provocaron desbordamientos en las zonas bajas del litoral norte habanero. Olas de hasta seis pies castigaron el malecón, poniendo en estado de alerta a los vecinos del área.
Desde muy temprano la gente inició el proceso de limpieza, recogida y rehabilitación de sus hogares. Aunque los bienes más importantes se habían puesto a salvo gracias a la inventiva popular, para algunos residentes la contingencia climatológica fue el golpe de gracia a un pésimo año. Los estragos de rigor -lodazales, apagones, destrozos, ausencia de gas para cocinar- pesaron mucho más por la escasez de productos no perecederos, tan necesarios en eventos de esta índole.
En uno de los quioscos estatales habilitados para distribuir lo esencial a precios razonables, un limitado lote de pan suave llamó la atención de damnificados, operarios y curiosos. Ante la impaciencia de la gente, tres empleados se dedicaron, con toda la calma del mundo, a organizar las bolsas. A nadie se le ocurrió que dos podían acomodar y la otra despachar; así que cuando inició la venta racionada -diez panes por persona, empaquetados o en unidades independientes- ya se habían formado dos colas distintas para comprar, con la enquistada mentalidad de “sálvese quien pueda”, el bien más preciado ahora mismo en Cuba
Cerca de mediodía varios lugareños se quejaron de que en el mercado de 11 y 4 había leche en polvo, otro de los productos desaparecidos; pero no se le podía vender a la población porque debido a la falta de electricidad, el artículo no pasaba por la caja registradora. Ante una situación tan delicada, ningún empleado tuvo la idea de registrar la venta con su puño y letra en vales impresos, para que aquella gente pudiera contar al menos con un alimento de fácil conservación mientras duraran las afectaciones al fluido eléctrico.
Nada empeora tanto las consecuencias de un desastre natural como la falta de suficiencia en la red estatal de servicios, y de iniciativa por parte de sus trabajadores. Con el mercado de Galerías Paseo cerrado, prácticamente no había dónde adquirir una botella de agua. En la calle Paseo alguien distribuía azúcar a granel y en la esquina de Calzada y B trabajadores de la gastronomía esperaban las provisiones del día junto a dos ollas de catadura cederista y sendos sacos de carbón.
A pesar de no haber sido un huracán lo que azotó al litoral norte, El Vedado perdió trazas de su fisonomía. Algunas partes lucen tan maltrechas y rurales que es casi imposible reconocer en ellas a uno de los barrios más hermosos heredados de la era republicana. En edificios de impronta capitalista o ciudadelas semiderruidas, la realidad era la misma: gente sacando mucha agua, reacomodando mobiliario, rescatando electrodomésticos y tragándose lo que cocinó antes del vendaval para que no se le echara a perder, que tal hubiera sido un crimen imperdonable si se pondera cuánto hay que padecer para conseguir pan y leche.
“Si me quedaba algún ánimo de celebrar, ya con esto no quiero ni saber”, gritó una vecina que sacaba el fango a escobazos del portal de su casa. No hubo risas ni choteo en respuesta a su comentario. Todo el mundo estaba muy serio, silencioso, pensativo. Y es que a los cubanos se les critica su excesivo sentido del humor, a menudo incongruente, que los lleva a reírse incluso de su propia desgracia; aunque cada vez menos últimamente.