LA HABANA, Cuba. ─ El pasado viernes comenzó el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), el cual ha tenido desde siempre la condición de “único”, pero que ahora la posee en virtud de una norma constitucional. La ocasión fue propicia para la reaparición de Raúl Castro, a quien ─como reza la expresión popular─ ya no se le ve “ni en los centros espirituales”.
Debo confesar que me asombró el buen aspecto físico que presenta, lo cual no es algo que uno deba esperar en una persona que pronto cumplirá 90 años. Con más arrugas, pero eso es algo natural. Con una pequeña dificultad para deambular, cosa que no resulta inusual en un dirigente político. Si no, que lo digan los presidentes ecuatorianos: el actual, Lenín Moreno, y el próximo, Guillermo Lasso.
Fuera de eso, sólo dificultades al pronunciar palabras complejas, como “institucionalización”. Un problema que tiene dos soluciones: la primera (que no recomiendo) es la que aplicaba el “Perínclito Mentor de la Dominicanidad” —el dictador Trujillo—, que abofeteaba a Joaquín Balaguer, que era quien le escribía los discursos, mientras le gritaba con su voz atiplada: “¡C…, esa palabra no iba ahí!”.
La otra solución —menos violenta— sería dar indicaciones a su ejército de secretarios para que eviten esos vocablos de difícil pronunciación. Pero —insisto— no creo que esos pequeños deslices deban ser conceptuados como algo grave. Mucha mayor trascendencia —creo— tienen los profundos errores conceptuales que, incluso desde el punto de vista de la teoría marxista-leninista, posee el flamante Informe Central leído por el General de Ejército.
Paso a explicarme: desde una fase muy temprana del actual “Proceso” cubano (y poco después de proclamado el “carácter socialista de la Revolución”) se utilizó, para calificar su naturaleza, el mencionado adjetivo compuesto. Este incluso se abrió paso hasta los textos constitucionales de la Isla, aunque la versión actual separa ambos calificativos: “marxista y leninista”.
Detalles gramaticales aparte, el hecho cierto es que las despistadas teorías del fanático autor de El Capital poseen carácter supralegal en la Cuba de hoy. Conviene valorar —pues— los méritos (o la falta de ellos) que, desde el punto de vista de esa ideología imperante, posea el referido Informe Central.
Un aspecto esencial, en ese sentido, es la concepción de la producción de bienes materiales como la “base” de la sociedad en su conjunto. Eso es lo fundamental y central. Lo otro —teorías, discursos, religión, ideología, política (incluyendo la “de cuadros”), arte, cultura, propaganda— queda englobado dentro de un concepto derivado y secundario: el de “superestructura”.
En base a esa concepción, los partidos comunistas, al celebrar sus congresos, históricamente han colocado los temas económicos en el centro de sus debates. Los informes centrales que sin falta lee en tono solemne el mandamás de turno, ofrecen una panorámica del desarrollo que, durante el quinquenio previo, se supone que ha tenido la producción de bienes materiales.
Esto, por supuesto, no quiere decir que lo aseverado en esas largas y aburridas alocuciones sea necesariamente cierto. Mucho hubo y hay en ellas de exageración, mixtificación y ocultamiento, cuando no de francas mentiras. Pero la tradición y el buen gusto exigen que el Secretario General de turno se explaye hablando de los logros productivos reales o imaginados.
En Cuba, yo al menos no esperaba algo diferente del Informe Central. A diferencia de su hermano mayor y fundador de la dinastía, cuyo marxismo leninista tenía un carácter más verbal, folclórico y epidérmico, en Raúl Castro esas concepciones parecen poseer un carácter más profundo. Tal vez sea un fruto de su condición de “viejo pericón”, pues desde sus años mozos militó en la Juventud Socialista.
Por ello confieso que sí me ha sorprendido que ese señor no haya hecho siquiera el intento de esbozar cuál fue el comportamiento de la economía durante el lustro decursado desde el anterior congreso partidista. Al respecto, él se limitó a hacer un “breve repaso” de los temas que abordarán las tres comisiones del Congreso; en particular la primera, consagrada a los “Resultados económico-sociales”.
Reproduzcamos el breve parrafito que consagró Raúl Castro a la única rama de la economía que mencionó de manera específica: “El sector del turismo internacional que venía creciendo de manera sostenida hasta el año 2018, sufrió una caída en el 2019 a consecuencia de las medidas adoptadas por la administración norteamericana, a lo que se suman los efectos demoledores de la pandemia mundial de la COVID-19”. Y punto.
En un comunista doctrinario como el General de Ejército, el hecho de no haberse referido a otras ramas productivas no puede ser fruto de la casualidad o de un olvido involuntario. Si él no se animó a abordar esos temas (como lo demanda la liturgia de la secta) es porque nada de bueno tiene que decir al respecto.
Por ende, esos silencios en los que ha incurrido el encumbrado orador ponen de manifiesto que no es mentira lo que planteamos desde hace años los periodistas independientes y los opositores cubanos sobre el estado catastrófico de nuestra economía. Aquí viene como anillo al dedo el sabio refrán: quien calla, otorga.
Entonces, creo que podemos señalar que lo más importante del Informe Central leído por Raúl Castro ante el congreso comunista no es la reiteración de su disposición a abandonar el alto cargo que venía ostentando (con lo cual no hizo más que ratificar algo ya anunciado desde hacía un buen tiempo). No. Lo más trascendental de esa alocución es su reconocimiento —no importa que tácito y vergonzante— del desastre en el que la administración de su hermano mayor y la suya propia (que es la que cubre el más reciente quinquenio) han sumido a la economía cubana.
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