LA HABANA, Cuba.- Desde hace meses, con bombo y platillo, están celebrando los 60 años de la creación el 22 de agosto de 1961 de la principal organización de la cultura oficialista: la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
La UNEAC se fundó dos meses después de las reuniones en junio de 1961, en la Biblioteca Nacional, de Fidel Castro con los intelectuales, donde el Máximo Líder decretó el “todo dentro de la revolución, contra la revolución ningún derecho”.
Pese al lema de las celebraciones: “En la UNEAC está la fuerza”, el desgaste, inconsecuencia e indignidad de la organización es cada vez más evidente.
Sesenta años de aberrantes políticas culturales han generado un medio intelectual donde imperan, como en el resto de la sociedad cubana, el miedo, la simulación, el doble discurso, el servilismo y la desvergüenza.
Los salones, jardines y pasillos de la casona de la UNEAC en El Vedado, por donde deambulan unas pocas vacas sagradas y un montón de elefanticos de yeso, sulacranes y musulungos, han sido el escenario ideal para la envidia, los chismes y los chivatazos. También para los panfletos y las declaraciones viles que se firman sin leer, con manos temblequeantes y cansadas de aplaudir.
Los aplausos, las firmas y el entusiasmo en el cumplimiento de las tareas encomendadas no son solo para ser premiados o conquistar prebendas. Es que en la UNEAC hay que cubrirse la espalda y cuidar lo que se dice, en qué momento y delante de quién, porque siempre hay alguien que toma nota acerca de los que se muestran apáticos, majaderos o hipercríticos, y escribe luego su correspondiente informe dirigido a la Seguridad del Estado.
El régimen reclutó sus comisarios culturales entre oportunistas y mediocres. Los cazó a lazo, con el palo o la zanahoria. Les recordó ciertos pecadillos que creían olvidados, se hizo de la vista gorda con sus desvíos de la moral comunista. Les prometieron que serían los embajadores itinerantes de la cultura revolucionaria por el mundo. A otros los conformaron con carros, patentes de publicación y un séquito de complacientes cortesanas y efebos con aspiraciones artísticas y literarias.
Esos personajes asalariados del pensamiento oficial le han servido al castrismo para implementar sus políticas culturales, utilizándolos, lo mismo como censores que como informantes, agentes de penetración o en el mangoneo de los jurados de los premios, las revistas, las editoriales, la radio, la TV y los viajes al exterior.
Pero también a intelectuales talentosos chantajeó o compró. La cumbre de la domadura y el amansamiento ha sido la concesión de Premios Nacionales a figuras que una vez fueron incómodas y contestatarias para que olvidaran el Decenio Gris y comprendieran la utilidad de esforzarse en aplaudir y firmar cuanto documento el régimen les ponga delante.
Lo que debía ser un sindicato de escritores y artistas, funciona como todos los demás sindicatos cubanos: cumple orientaciones “de arriba”. Siempre ha sido así, con todos los presidentes que ha tenido la organización: desde Nicolás Guillén, el primero, hasta Luis Morlote, el actual, pasando por Abel Prieto y Miguel Barnet.
En lugar de defender a los artistas e intelectuales de los atropellos y la represión, la UNEAC contribuye a denigrarlos y apabullarlos, como ocurrió en los casos del 27N y el Movimiento San Isidro. Lejos de pronunciarse a favor de la libertad de creación y de expresión, refrenda y apoya los decretos leyes del régimen de la continuidad fidelista que restringen libertades y derechos, como el 270, el 349 y el 35.
Talentos aparte y salvo algunas pocas excepciones, de tanta indignidad y ridiculez, más que un Parnaso, la UNEAC recuerda la Corte de los Milagros. Fernando Rojas, Iroel Sánchez, Corina Mestre, Teresa Melo, Israel Rojas, Raúl Torres, Víctor Fowler, Manuel Porto, Raúl Capote… Una comparsa de bufones, genuflexos y aduladores que repiten el coro sin abochornarse, se ponen combativos cuando lo requieren las circunstancias y aplauden como focas amaestradas, en reñida emulación para ver quien lo hace más fuerte…
No en balde son tantas las personas que no lamentan, sino que se congratulan, se sienten aliviados, más libres y dignos, después de haber sido expulsados o renunciado a la membresía en la UNEAC.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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