LA HABANA, Cuba.- La Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA), según contó Hugo Chávez, comenzó oficialmente con un abrazo el 14 de diciembre de 1994, hace más de dos décadas: “Fidel parado en la pata de la escalerilla, yo cargaba un maletincito y lo puse en el suelo para darle un abrazo”.
Ese día se juntaron dos antiamericanos furibundos para dale solución a la pobreza en Latinoamérica, pero murieron sin lograrlo.
Puerto Rico los miraba desde su pequeño espacio, mientras lograba para su país bienestar y desarrollo, porque la alimentación del pueblo es más importante que los maratones de política patriotera. Y lo ha logrado. La economía puertorriqueña, en términos nominales, es la primera y la más fuerte de esa región y una de las más industrializadas.
Puerto Rico es, pues, un ejemplo a seguir, cuando en la actualidad se sabe que las ideas independentistas han disminuido tanto, que sólo cuenta con el 2.5% del apoyo popular. El resto se siente orgulloso de su avance tecnológico, de su modernidad, gracias al apoyo de los Estados Unidos.
Hoy, puede decirse, que esta “Isla del Encanto”, como la llaman, en nada se parece a Cuba, la “perla de las Antillas”, una perla que ha perdido su brillo, su derecho a una verdadera democracia, opuesta sobre todo a una oposición pacífica.
Es innegable que Cuba, pese a la intensa propaganda de la que goza su dictadura comunista desde hace más de medio siglo, no ha podido demostrar objetivamente un verdadero progreso económico. Comenzó a retroceder cuando los barbudos bajaron de la Sierra Maestra y gracias a ellos cuenta con una industria paupérrima y un nivel de vida tan pobre como la de Haití.
Para que las ilusiones no mueran, el ALBA, a través de la palabra de Nicolás Maduro, continúa pronosticando que transformará a las sociedades latinoamericanas, según su propósito y que eliminará las desigualdades sociales, aún en contra de la propia naturaleza del género humano, puesto que los hombres son distintos unos a otros, de acuerdo a su capacidad intelectual.
Aquellos que luchan por prolongar sus poderes presidenciales, hablan de crecimiento y fortalecimiento político del ALBA y su Tratado de Comercio de los Pueblos: demagogia que los pueblos identifican muy bien, porque, ¿qué logrará, por ejemplo, Nicolás Maduro, cuando un 87% de los venezolanos se oponen a su gestión administrativa? ¿Cuál será el resultado, cuando se ha quedado con sólo el 13% de la población, para sus mítines políticos y la repartición de tristes limosnas?
Los creadores del ALBA ya no existen. Tampoco el ALBA. No han podido crear riqueza alguna para sus pueblos a lo largo de más de dos décadas. Está demostrado el falso pensamiento único, la falsa unidad latinoamericana. Aún así, Maduro y sus amigos, ya muy pocos, insisten en mantener lo que ellos llaman independencia y soberanía, a un costo tan alto, que ponen en peligro la supervivencia de esos pueblos, estresados, confundidos, mal alimentados.
El ALBA, es cierto, comenzó con un abrazo, pero para vergüenza de sus agradecidos, ha terminado en un rotundo fracaso.