LA HABANA, Cuba.- Mientras en Cuba se agudiza la escasez de alimentos la dictadura se aparece con otra de sus burdas maniobras para ganar tiempo y embaucar a los ilusos. En esta ocasión se trata de la “soberanía alimentaria”, irremediablemente condenada al fracaso pues los factores determinantes para lograrla –el campesinado y la tierra– no son libres.
Además, cómo alcanzar la sostenibilidad agrícola si en el 80 % de las tierras cultivables –por demás estatales– prima el abandono, la agricultura está a un nivel medieval, apenas hay aperos de labranza, escasean los insumos con el pretexto de que no hay dinero para comprarlos, el sistema de regadíos está prácticamente colapsado por falta de combustible y lo más importante: nuestros campos cultivables están llenos de marabú y maleza. Y para rematar, el inepto Acopio, el ineficiente instrumento gubernamental, frena cualquier posibilidad de avance en la agricultura.
Por supuesto, los medios oficialistas al servicio de la dictadura tampoco paran de reiterar la cantilena de la soberanía alimentaria. Cuando le comento a un vecino que Elizabeth Peña Turruelles, directora nacional de Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar en Cuba, declaró en el programa televisivo Agrocuba que “los cubanos desperdiciamos muchos productos” y esto se debe a “la incultura alimentaria”, exclamó: “¡Mira que tenemos que soportar cosas! Cuando son ellos los que han acabado con la agricultura en este país, y ahora nos quieren poner a comer matojos y bichos como los chinos”.
Y es que cuando los gobernantes hablan de la poca cultura alimentaria de los cubanos, todos sabemos a qué se refieren, pues no es la primera vez que quieren obligarnos a comer hojas silvestres y alimañas. Con esa finalidad las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) publicaron en 1987 un catálogo de “Plantas Silvestres Comestibles” con recomendaciones para identificar y procesar algunas de ellas. Entre otras joyas, en el libelo se leía: “Si la planta no se conoce se recomienda hervirla 5 a 20 minutos, comer una pequeña porción, esperar 6 horas, si en ese lapso de tiempo no se presentan síntomas anormales, no es venenosa. Si no puede hervirla, pruébela, un sabor quemante amargo que da náuseas, o una savia lechosa son indicios de que no debe ingerirlas.” Incluso recuerdo un segundo catálogo, elaborado por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), donde se explicaba cómo desollar, preparar y cocinar perros, gatos, gusanos o grillos.
El mensaje de aquellas recomendaciones para la llamada “opción cero” era claro: “Sálvese quien pueda”. Pues la incapacidad de la dictadura para hacer producir nuestras tierras ha quedado demostrada en estos 63 años. En el mes de abril de 2021 el gobierno dio a conocer 63 medidas para incrementar la producción de alimentos en el país e informó que 30 eran de aplicación inmediata. Sin embargo, a casi un año de aquel nuevo invento, cada vez llegan menos productos agrícolas a la mesa del cubano. El gobierno afirma que el 2022 es decisivo en los resultados de estas medidas para producir alimentos, pero termina febrero y los platos siguen vacíos. Además, la gran escasez ha exacerbado el aumento vertiginoso de los precios.
En cuanto a nuestra cultura alimentaria, no es que no la tenemos, sino que la perdimos, generación tras generación, después de 1959. La dirigente quizás ignora que antes de esa fecha en nuestro país cada región, provincia, e incluso ciudad tenía ricas tradiciones y cultura culinarias que conformaban su identidad. Variadas y deliciosas recetas típicas eran motivo de orgullo para los locales y deleite para los huéspedes, pero toda esa gran variedad de productos de nuestras granjas, campos, ríos y mares desapareció precipitadamente tras la llegada del castrismo a Cuba.
Una de las justificaciones utilizadas por los comunistas es que los que peinamos canas nos referimos al pasado como si nuestro país hubiera sido perfecto. Claro que no lo era. Sin embargo, aunque durante la república había dificultades, nuestra situación de entonces es incomparable a la hecatombe en la que el sistema comunista ha hundido al país. Este plan, con sus nuevas 63 medidas para incrementar la producción de alimentos en la isla, se suma a fracasos anteriores como la desecación de la Ciénaga de Zapata para convertirla en un gran arrozal, el Cordón de La Habana para sembrar café caturra alrededor de la capital, los fracasados planes citrícolas en 1967, la zafra de los diez millones en 1970, el proyecto de las granjas avícolas, y otros más cuyos infaustos resultados solo han ocasionado más miseria para el pueblo cubano.
No obstante, valga acotar que en algunas casas cubanas sí se desperdicia comida. Así lo atestiguan invariablemente los criados que he podido conocer a través de los años de varios dirigentes de la “revolución”. En algunas oportunidades sus patrones son generosos y les dejan llevarse el excedente a sus casas. En otros, con menos suerte, la comida va a parar a la basura, o en el mejor de los casos a engrosar las cochiqueras privadas de los mandamases.
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