LA HABANA, Cuba– De los libros que escribió Luis Báez -entre ellos, varios dedicados al Comandante- los más conocidos son “Los que se fueron”, “Los que se quedaron” y “Secretos de generales”.En este último libro, los generales castristas entrevistados por Báez se mostraban joviales, dicharacheros y bonachones. Como salidos de un ejército de fábula, no del que conocemos.
Fue un intento por encargo de mostrar el lado más amable del generalato. Una galería de retratos bien retocados. Un confesorio de utilería, en que el entrevistador, más que de confesor, hacía de maquillista.
¿Y por qué íbamos a creer en el titulo? Los generales no confiesan los secretos. “Jamás”, como diría enfático el Jefe, el Uno.
Los principales jerarcas militares del régimen desfilan por el libro como los quiso ver Báez, para convencer a los incrédulos de que “el ejército de Fidel” lo dirigen seres humanos.
Los generales narran sus anécdotas de la guerra, en Cuba o África, y su modo idílico de vivir la “pax castrista”. Así, entreabren sus verjas para revelar hábitos domésticos y gustos culinarios. Sólo poco más que eso. Si acaso, alguno evoca al actual general-presidente, en ratos de ocio guerrillero, toreando novillos en su principado serrano. O revela pactos de amigos, preocupados por ser sepultados juntos, con suficiente poder para decidir que sea en El Cacahual.
Abuelos campechanos y jaraneros, aficionados al ron y el lechón asado, la jardinería, la pesca y las rancheras mexicanas. Sin dudas, errores ni arrepentimientos. Irrestrictamente leales a los Jefes, describían su existencia plácida y feliz en sus mansiones de las zonas congeladas, entre una comilona y la próxima. Cerca de la mesa de dominó. A bordo de sus carros. Todo aromático y refrigerado. Viendo la vida a través de sus gafas Ray Ban. Midiendo el tiempo en los relojes Rollex que les regalaron el Uno o el Dos. Muros de por medio, a distancia adecuada de la plebe.
No referían sus privilegios. Ocultaron a tiempo de miradas indiscretas las langostas y los whiskies. Luego hicieron chistes. Solo que sus bromas no convencen. El humor de los generales suele ser inasible para los no iniciados. Por mucho que se esfuerzan, no logran caer simpáticos. Son demasiados distantes. Nos separa de ellos, entre otras cosas, un océano de privilegios y despotismos.
Por ejemplo, Sixto Batista era mostrado como un simpático ancianito que no cesaba de jaranear. A inicios del Período Especial, ese mismo viejito invitó alegremente a los miembros de los CDR a romper cabezas de disidentes a batazos. Parece ser que algunos porristas tomaron demasiado al pie de la letra la jocosidad del General Batista, Sixto, no Fulgencio.
Escrito a inicios de los años 90, “Secretos de generales” no se ha vuelto a publicar. Hace 18 años, en vísperas de la sucesión raulista, el periódico Granma reprodujo una a una las entrevistas que utilizó Luis Báez para conformar el libro. Tal vez fue una forma de que los cubanos nos fuéramos familiarizando con los generales, para que no nos sonaran demasiado ásperas las órdenes que ladrarían en un futuro sin Comandante.