LA HABANA, Cuba. – Por estos días se cumplen 40 años de la batalla de Cangamba, en la que soldados cubanos y combatientes de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (FAPLA) debieron soportar un cerco de varios días tendido por la UNITA, el grupo guerrillero que se oponía al gobierno comunista de Luanda.
Sentado cómodamente en su hogar de la provincia cubana de Granma, el coronel de la reserva Fidencio González Peraza, entonces jefe de las tropas cubanas en Cangamba, y actualmente condecorado con la distinción Héroe de la República de Cuba, ha ofrecido declaraciones a la prensa oficial cubana acerca de aquellos sucesos.
González Peraza relata que solo en dos ocasiones salió de su trinchera a combatir debido a que sus compañeros no lo dejaban. “Me preservaban para dirigir las acciones”, dijo. Y mientras que el coronel observaba las acciones desde su trinchera, 17 combatientes cubanos, la mayoría muchachos del Servicio Militar, perdían la vida en esa acción.
Debemos recordar que durante la intervención militar cubana en Angola, la mayoría de los muertos de la Isla fueron reservistas y jóvenes reclutas del Servicio Militar, muchos de los cuales habían sido obligados a pelear en el continente africano. Los jefes, en todo momento, se cuidaron el pellejo.
Solo dos altos oficiales murieron en Angola, y en ambos casos por accidentes. Uno fue el comandante Raúl Díaz Arguelles, víctima de la explosión de una mina antitanque. Y el otro fue el general de Brigada Francisco Cruz Bourzac, cuyo avión fue derribado por las propias baterías antiaéreas de las tropas cubanas.
Claro, esa tradición de los altos militares castristas de no arriesgar el pellejo tiene su raíz en la lucha antibatistiana de la Sierra Maestra. En esa gesta perdieron la vida valiosos combatientes que sí le pusieron el pecho a las balas, algunos de los cuales serían ascendidos póstumamente al grado de comandante. Serían, entre otros, los casos de Ciro Redondo, Andrés Cuevas, Ramón Paz Borroto y René Ramos Latour. Sin embargo, los dos principales jefes de la guerrilla se las arreglaron para mantenerse todo el tiempo alejados del combate real.
Fidel Castro, al lado de Celia Sánchez en la Comandancia General del Ejército Rebelde, en lo intrincado de la Sierra Maestra, daba órdenes, orientaba las acciones militares, despachaba columnas para otros frentes de combate, entre ellas las encabezadas por Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, y de vez en cuando hablaba por la emisora Radio Rebelde.
Si acaso tomaba parte en alguna que otra acción sin importancia. Pero siempre en la retaguardia, donde su vida no corriera peligro.
Por otra parte, su hermano Raúl también se esforzó por estar a buen recaudo de las balas enemigas. Su etapa guerrillera transcurrió en la Sierra del Cristal, donde fundó el segundo frente de la tropa castrista. En ese lugar casi no hubo combates importantes contra el ejército de Batista. Todo lo que hizo allí el menor de los Castro se resume en juntarse con Pepe Ramírez para celebrar un denominado “Congreso Campesino en Armas”, y en fomentar sus amoríos con Vilma Espín.
Previamente, tanto uno como el otro habían evitado entrar en el cuartel Moncada aquel fatídico 26 de julio de 1953. De esa manera se acreditaron la participación en la acción, pero distantes del lugar donde tenía lugar la balacera.
En todos estos años el discurso castrista ha insistido en la supuesta continuidad de la lucha comenzada por nuestros mambises en el siglo XIX. “Nosotros ayer hubiéramos sido como ellos; y ellos hoy habrían sido como nosotros” es el eslogan que el oficialismo repite.
Mas, se obvia el hecho de que Martí y Maceo, dos de los principales jefes mambises, sí le pusieron el pecho a las balas. Muy distinto a como actuaron los dos cabecillas de la tropa castrista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.