GIJÓN, España. – Llama la atención cómo ni siquiera la potencia casi incalculable de un tornado pudo cambiar las maneras del gobierno cubano. Mientras miles de ciudadanos sufrían las penurias provocadas por la destrucción del tornado del pasado 27 de enero, Raúl Castro y el Jefe del Estado, Miguel Díaz−Canel, celebraban la Marcha de las Antorchas para honrar el aniversario número 166 del nacimiento de José Martí.
Mientras la consternación invadía a la población de varios barrios habaneros, desde la escalinata de la Universidad de La Habana se pronunciaban las consabidas proclamas revolucionarias: “hagamos de cada llama una razón para luchar y vencer”. ¿Cómo se pueden llevar sesenta años de lucha contra un enemigo ficticio? Tiene que ser agotador.
Ser un cadáver en Cuba es una suerte. El sistema se pasa el año celebrando obituarios. Son muchos los fallecidos ilustres, empezando por Martí, siguiendo con Fidel y pasando por todos los “mártires” de la Revolución. Sin embargo, quedan vivos en la Isla once millones de cubanos que necesitan alimentos, mejoras de vivienda, pensiones dignas y materializar las titulaciones superiores en salarios sustanciosos.
El régimen ni siquiera tuvo mano izquierda para permitir a Zenaida Romeu, directora de la afamada Camerata Romeu, permanecer en la localidad de Regla, adonde fue a repartir agua, ropa, abrigos y zapatos para los damnificados del tornado. Pese al gesto, la Romeu y su grupo fue desalojada del lugar por las autoridades. No hubo consentimiento ante los reclamos ni comprensión ante las urgencias.
Para levantar las 342 viviendas destruidas, reparar las 2700 casas afectadas y realojar a las 5000 personas evacuadas hace falta algo más que buena voluntad, porque los desfiles y las conmemoraciones (de obligado cumplimiento) sólo sirven para el pábulo de los gobernantes.
Al ser la mayoría de empresas de propiedad estatal, los dirigentes están obligados a presentarse en infinidad de eventos, que terminan siendo andamios para sostener el difícil equilibrio entre la población adoctrinada y las necesidades irresueltas.
El periodista Joaquín Estefanía reseña en “El País” un libro del escritor Patricio Fernández (Santiago de Chile 1969). Un ensayo sobre la Cuba actual en el que afirma: “Que la revolución ha perdido su encanto. Que su proceso de degradación no es nuevo, y que se halla en una fase terminal, sobre todo desde la falta de su hacedor (…) Una ideología improductiva solo perdura mientras tenga alguien que la financie”.
Los años pasan, pero las consignan no se modernizan. Todo sistema que no evoluciona acaba en la autosarcofagia. Se gangrena por dentro y comienza a desmoronarse. El continuismo no es más que el afán de mantener un privilegio a costa del hundimiento ajeno. La sociedad, el entorno, las relaciones con los demás van modificando nuestra conducta. La supervivencia, como estímulo natural de lo humano, obliga a adaptarse al medio para no ser devorado. Un régimen que no se adapta al medio que la gente le plantea como camino para la supervivencia está condenado al fracaso. Lo contrario lleva al empecinamiento y a la ceguera. Hubo un punto de inflexión cuando Obama visitó La Habana en 2016. Visto con esta corta perspectiva, aquel fue un hecho impensable con Fidel, que echó por aquella boca todo y más contra Estados Unidos, para luego acoger en la capital, con todos los honores, al “líder” del Imperio.
Aquel pudo haber sido el inicio de una apertura política y económica. Algo parecido a lo que existe ahora, de forma incipiente. Una apertura que, lamentablemente, solo beneficia a las empresas propiedad del Estado. Por lo que se ve, si cae Maduro, que ya ni siquiera puede “regalar” petróleo barato, no sé a quién va a recurrir Díaz−Canel en los próximos años. Como dijo Fidel en 1958: “Ni los muertos pueden descansar en un país oprimido”. Los muertos no piden nada, pero, por lo que se ve, tampoco pueden descansar en Cuba.