LA HABANA, Cuba.- El 19 de junio de 1962, en Cárdenas, Matanzas, una multitud se lanzó a las calles, gritando y sonando los calderos, para protestar por la implantación de la libreta de racionamiento.
Cincuenta y dos años después, ante las penurias que estamos viviendo los cubanos, cuando todo escasea, aun lo más elemental, hasta el agua, al borde ya de la hambruna, parece de una idílica abundancia el tiempo de aquel racionamiento que se iniciaba y sacó de quicio a los cardenenses, haciéndolos enfrentar al régimen.
Hace unos días, en San Antonio de los Baños, una madre y sus dos hijos se quitaron la vida, volando su casa, luego de dejar una nota donde explicaban que no querían pasar más hambre. Y es que son tantos los desesperados que no dudo haya en Cuba muchos potenciales suicidas más.
A juzgar por el descontento existente se puede imaginar la magnitud de los cacerolazos que vendrán. Para contenerlos no bastarán, como en Cárdenas en 1962, las tonfas de los policías y la posterior visita —con discurso incluido— del presidente designado (en aquella época Osvaldo Dorticós Torrados) y un puñado de dirigentes regañones. Tampoco podrán, porque Estados Unidos ha advertido que no lo volverá a permitir, recurrir a un éxodo masivo, como hizo Fidel Castro en el verano de 1994, luego de aplastar el Maleconazo.
Es de suponer que los generales de las FAR y el MININT ya tengan preparado un plan para reprimir al pueblo con sus tropas elite cuando este no pueda soportar más hambre, privaciones y abusos, y estalle.
Sería mejor que en vez de planes represivos de contingencia, los mandamases se decidieran a hacer las reformas necesarias para intentar enderezar siquiera un poco la economía. Pero no. Lo que hacen es ir en sentido contrario. Siguen apostando por la hegemonía de las probadamente ineficientes empresas estatales e imponen cada vez más trabas para sofocar al sector privado.
Recurren tercamente a las mismas fórmulas antieconómicas que han fracasado una y otra vez. Como las empresas de acopio, que dejan que se pudran las cosechas en el campo por falta de envases para recogerlas o de combustible para los camiones que las transportan, antes que desatarles las manos a los campesinos para que produzcan alimentos para la población.
Para enfrentar el caos económico en que se debaten, la única fórmula que se les ocurre es recurrir a más planificación, como dijo Alejandro Gil, el inefable ministro de Economía.
Con la crisis originada por la COVID-19 y el recrudecimiento de las sanciones norteamericanas, el régimen escogió el peor momento para reforzar el control estatal, y con el pretexto del combate a las ilegalidades, asfixiar a los productores privados.
Así, en Cuba, hay muchísimas más multas, arrestos y decomisos que contagiados por el coronavirus.
¡Y luego hay que escuchar a los mandamases panzudos que no se cansan de tanta cháchara y reuniones, hablar de “desatar las fuerzas productivas” y aumentar la producción de alimentos!
Dicen que Dios ciega y confunde a los que quiere que se pierdan. Es lo que parece estar haciendo con los mandamases castristas, que triunfalistas, disociados de la vida real, no quieren acabar de enterarse de que están jugando con fósforos, arrellanados sobre un barril de dinamita.
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