LA HABANA, Cuba.- “El sentido del humor es muy importante para nosotros”, dice Dimitris Stamous, director del Merlin Puppet Theatre. “Somos griegos y por eso entendemos que en la vida hay comedia y hay tragedia. Nos gusta mucho el expresionismo alemán. Hablamos de temas universales y decimos que lo hacemos con humor griego pero al modo alemán”.
Desde La Habana, Alemania puede parecer muy lejana y Grecia más remota aún, pero de allá nos llega Casa de Payasos, una teoría de marionetas para la nada humana, la pieza con la que esta mínima tropa viene a desplegar la maravilla de su arte antiguo de marionetas para adultos de ahora mismo.
El Merlin Puppet Theatre trabajaba con textos al principio, pero dejaron de hacerlo y entonces descubrieron al títere en estado puro: “Eso nos permitió concentrarnos más en la acción, no tener que dar largas explicaciones en escena y poder comunicarnos con muchos más espectadores. Ahora, eso forma parte de nuestro lenguaje propio”.
Casa de Payasos, una teoría de marionetas para la nada humana es una visión crítica de la sociedad occidental y toda la escenografía está realizada con basura, combinando, en un pequeño retablo, diversas técnicas, con títeres de mesa, de objetos y de sombras, hechos de madera, pulpa y papel, manejados por solo dos titiriteros con asombroso realismo y distintas y eficaces formas de iluminación.
Todo acontece en un edificio de cinco apartamentos con personajes tragicómicos, en un entorno hermético y sombrío como una prisión, donde viven sus delirios, rutinas y temores de solitarios, extraviados en las mil locuras claustrofóbicas del hombre de hoy. Hasta los objetos que hay alrededor de ellos pueden convertirse en marionetas, pues asistimos a una intensa exploración de la cotidianidad.
Pero no se piense que estamos ante una lúgubre búsqueda con pronóstico reservado, un diagnóstico nihilista o un bodrio existencial. Ni de lejos. Casa de payasos es divertida, absorbente y su hora de duración parecen quince minutos. El público habanero aplaude, descifra, comprende y se identifica con estas historias griegas que parecen del vecino o de nosotros mismos.
En la primera hallamos a un hombre frente a un televisor, devorado por los mil mundos que pasan por su pantalla. El humor negro que nace en este punto manará a través de toda la pieza hasta el final, matizándose con la sordidez, el absurdo, la demencia y la risa.
La segunda historia le sucede a un ama de casa en un patético estado de irrealidad y apatía, muy en tono con la enajenación del hombre-televisor y con una coherencia de atmósfera que nos lleva al tercer relato, desarrollado como teatro de sombras. El hombre del balcón, un títere muerto, yace separado del mundo ordinario que, tras él, habitan su esposa y sus hijos, cuyas sombras tejen un infierno de voces y movimientos frenéticos.
La cuarta historia, en otro espacio del edificio, discurre sobre la mesa de un banquero, con una fluidez y un ingenio técnico que obliga al público a aplaudir. La escena de los fajos de billetes que se van volando y la cabeza del hombre que estalla en borbotones de doradas monedas, es sencillamente inolvidable.
El cuento final tiene como escenario la azotea de la edificación, donde una gran luna menguante acompaña a un borracho que, de pronto, ve llegar a una muchacha que se para en el borde con la intención de suicidarse, pero no se atreve. El lunático bebedor la anima a que salte y, cuando ella no se atreve, le enseña él otras formas de darse muerte.
Merlin Puppet fue fundada en 1995 y siempre trabaja en sala, donde la oscuridad ayuda a controlar la atmósfera “para contar ciertas historias, para hacer algunos comentarios sociales, sobre la vida, las relaciones humanas”. Y este “humor griego al modo alemán”, aunque parezca remoto, cautivó por completo al público que ha acudido a las funciones en el contexto de la edición 17 del Festival de Teatro de La Habana.
Que al final los dos titiriteros, Stamous y Demy Papada, que parecen más, inviten a los espectadores a subir al escenario para ver y manipular las entrañas —marionetas, artilugios, utilería— de su espectáculo, es un cierre magnífico que en vez de disolver el hechizo lo condensa. Alemania y Grecia no están lejos, sino aquí mismo.