LA HABANA, Cuba. – Hace más de tres días que comencé a escribir este texto, aunque pensándolo mejor ya podrían ser más de tres, quizá cuatro, es muy probable que cinco. Creo que comencé a escribir este texto hace siete días; exactamente el día que comenzó esa lluvia tan pertinaz que ―no sería improbable― ya podría haber alcanzado una de las más largas duraciones.
Siete días escuchando ese tic-tic-tic-tic-tic; una semana escuchando el monótono ruidito que consiguen hacer las gotas cuando se rompen en el suelo. Toda una semana de lluvias muy intensas con alguna breve escampadita, y yo haciendo lo posible por que las gotas no se junten, que no hagan charcos que luego se filtran hacia la casa de abajo.
Tic-tic-tic-tic: así suenan las gotas cuando se rompen en el piso de mi casa, y yo poniendo calderos, jarros, latas viejas, cualquier cosa que impida que terminen siendo charcos que filtren luego hacia abajo, hacia la casa del vecino.
Tic-tic-tic… suenan las gotas en el suelo, en los cubos, en los jarros, en las latas. Tic-tic-tic, dicen las gotas cuando se rompen en el suelo y yo queriendo sofocar el aguacero. Yo queriendo atrapar las gotas cuando bajan, y para eso pongo calderos en el suelo y hasta una olla para atraparlas a todas en su caída, para que no se junten, para que no hagan charcos.
Una semana de lluvias con descampaditas. Una semana de lluvia y los suelos saturados, y las calles desbordadas, y atascados, desbordados, los tragantes, y rebosado el techo, y allá abajo las alcantarillas que no tragan, que no drenan.
Lluvias, fuertes lluvias que no son cosa del imperialismo, que son cosas de la naturaleza que se juntan luego a la desidia, a la apatía que es parte esencial de los programas que trazan el Gobierno y el Partido Comunista, que son los dos la misma cosa. Lluvias, y yo poniendo jarros, latas, calderos, en el suelo, pero aun así mi casa reconoce el diluvio, la desidia, la apatía que es parte del programa que se traza el Partido Comunista cada año.
Tic-tic-tic, así suenan las gotas sobre el suelo de mi casa, y se juntan unas con otras haciendo charco o algo que parece una laguna. Tic-tic-tic, así suenan, y yo cambio los cubos de lugar como si bailara y aplaudo el tintineo para no llorar. Tic-tic-tic, y abro un paragua para cantar y canto para no llorar. Canto y bailo como Gene Kelly, como Debbie Reynolds, Singing in the rain.
Canto y bailo para no llorar, pero lloro, lloro en medio de la lluvia y del desamparo que vivimos. Lloro con rabia y vuelvo a culpar al comunismo que no ha concebido, y por tanto no ha conseguido, un plan de viviendas más allá del feísimo Alamar y otros barrios creados por el gobierno comunista que se desasen sin remedio, que caen al suelo por las lluvias o por su propio peso.
Tic-tic-tic, la lluvia no es una niña de cristal, como creyó Teresita Fernández. La lluvia “es un monstruo grande y pisa fuerte”, como canta León Gieco. Tic-tic-tic… la lluvia que no cesa. Tic-tic-tic… y yo tratando de atrapar cada gota con las mismas cazuelas de sufrir el almuerzo y la comida.
Tic-tic-tic, así suenan las gotas en todos los cubos regados por la casa, por la ciudad, por la Isla toda. Agua que cae del cielo y filtra el techo, cayendo sobre nosotros, incluso sobre el colchón, con esa fuerza que podría conseguir el colapso de los techos y también de las paredes, incluso de algunas vidas.
Y luego, con algún retardo, nos enteramos de las muertes que provocaran los derrumbes que las lluvias incitaron. Las lluvias y los truenos se parecen al gobierno comunista, así que no es por gusto que frecuentemente relacionemos al Gobierno con los fenómenos naturales. Los cubanos decimos con frecuencia: “¡Que calor hace en este gobierno!”, “¡Mira que llueve en este gobierno!”.
Los cubanos culpamos al Gobierno, y con razón, de los fenómenos naturales que nos acosan, de las afectaciones que provocan por la mala preparación para esperar a ese aguacero y al ciclón. Y sufrimos cada llegada, sufrimos las lluvias por los sufrimientos que las lluvias provocan, mientras ellos actúan con prudencia y explican los efectos de la lluvia sobre el campo y sus cultivos, y eso les servirá también para justificar el desastre que es la producción de alimentos.
Que no se lleve a la mesa la fuente en la que habitualmente se sirven las ensaladas de vegetales, incluso el pollo, incluso los productos del mar, es culpa de la poca lluvia. Y otras veces culparán a la lluvia, a sus excesos, de otras miserias. La pobreza es culpa de la sequía y también lo será la lluvia.
La lluvia es buena, es buenísima, pero también es mala. La lluvia provoca derrumbes a montón, y esos desplomes casi siempre se hacen acompañar de muertos; basta con que se seque todo lo mojado para ver cómo cae una casa con todo su peso o se desprende un balcón. La lluvia es divina cuando el loco del barrio sale bailando debajo de un paraguas y nos hace recordar a Ginger Rogers, pero no cuando te enfermas y no encuentras el medicamento que te quita el resfriado.
Nuestra lluvia es más amarga que el peor de los vinos. Nuestra lluvia sirve también a la política, nuestra lluvia sirve de pretexto as los comunistas. Nuestra lluvia, como nuestra política, es de azufre, y corroe y es amarga, tanto que hasta puede hacer caer esos edificios que nos parecían perpetuos. Estas lluvias tienen el toque destructor del comunismo. ¿Y acaso conseguirán estas lluvias lo que por tantos años anhelamos? ¿Podrán las lluvias conseguir el fin de esta desgracia que ya rebasa los 60 años?
La lluvia en Cuba puede hacer que se desprenda un balcón que debió estar sano o al menos apuntalado. Un viejo balcón que ha estado sufriendo los embates de la lluvia podría desprenderse y acabar con vidas tiernas, como también matan las enfermedades para las que no hay medicamentos. ¿Y qué pasaría si se enferman los oídos porque no encontraste un escondrijo mientras llovía? ¿Cuánto sufren los bronquios? ¿Cuánto debe la lluvia a las enfermedades pulmonares?
El cielo en La Habana vuelve a estar encapotado, y en un rato podría hacerse el aguacero, y los muchos desastres que provoca el aguacero. En un rato podría hacerse el aguacero que caerá sobre nuestros viejos techos, tan viejos y enfermizos que hasta la llovizna más breve podría provocar una hecatombe.
Las derivaciones de un aguacero casi siempre tienen malas consecuencias. Tic-tic-tic, se escuchan ya las gotas que en breve podrían llegar en estampida. Tic-tic-tic… es la llovizna, es la lluvia, el aguacero sobre el techo de mi casa, sobre el suelo de mi casa. Todo un diluvio sobre nosotros. Todo un diluvio sobre el techo de mi casa, sobre el techo de muchas de las casas de esa vieja ciudad que se desangra cada día mientras ellos cantan y cantan, incluso cuando miran la ciudad inundada.
Ellos, vocingleros, siguen cantando cada día mientras el agua repleta las viejas alcantarillas y deja atascados los tragantes que regurgitan, eructan lo que guardan. Así está La Habana, pálida y mojada, anegada en agua. Así está mí casa de inflados botaguas. Y yo no sé hacer otra cosa que mirar al cielo buscando una respuesta, una señal que anuncie el final del aguacero.
La ciudad pone sus ojos en el celaje, en la cerrazón del cielo, en su negrura. Así estamos desde hace días; largos aguaceros, grandes inundaciones, techos estremecidos, temblorosos. La ciudad se derrumba y ellos cantando.
Somos un país anegado en agua. Somos un país que se desborda para hundirse en su propia agua, quizá para morir ahogado. Cuba se hunde en el agua que cae del cielo, en su propia agua, pero yo abro la pila que me niega el agua. Cuba se ahoga en un mar de agua que del cielo baja, pero aun así no puedo cocinar, no puedo lavar el arroz ni los frijoles, ni bañarme puedo con toda esa agua que cayera. Los cubanos no podemos ahogarnos ni siquiera en una gota de agua.
ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.
Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.