MIAMI, Estados Unidos.- Ante su incapacidad para crear alimentos y bienes durante poco más de seis décadas, el castrismo ha optado por algo tan intangible como los símbolos, la iconografía y lemas referidos a su supuesta epopeya como alimento espiritual para el pueblo.
Resulta asombroso constatar cuántas circunstancias le han sido útiles en ese sentido. El epítome de dichos símbolos echados a rodar, de modo puntual, incluso más allá de sus fronteras, es la imagen del atorrante Ernesto Guevara, conocido como el Che.
La exportación final del supuesto médico argentino, altanero y fracasado, resultó ser una pieza perfecta para la jerarquía de la dictadura donde, según no pocas especulaciones, despertaba envidia y tirantez.
Merece, sin embargo, estudio aparte, indagar cómo un hombre sin apenas atributos y henchido de odio llegó a ser endiosado, incluso, por personas que tienen en alta estima el concepto de libertad.
Por obvias razones la oposición cubana ya asume bastante responsabilidad con existir y expresarse, en las peores circunstancias personales y materiales, cuando la oportunidad se presenta.
Internamente no cuenta con un componente que se ocupe de revelar al mundo su devastadora realidad en imágenes, símbolos o lemas. De hecho, esa iconografía ocurre en la realidad de cada día, de modo espontáneo, y luego es sustraída y enaltecida por las plataformas mediáticas internacionales responsabilizadas con las noticias que la dictadura confina o desfigura a su favor.
La oposición cuenta, sin embargo, con mártires que el régimen ha hecho todo lo posible por desfigurar. Dos emblemáticos huelguistas de hambre, Pedro Luis Boitel, en los años setenta, y Orlando Zapata Tamayo, en los 2000, se erigieron en su momento como emblemas de una voluntad contestataria capaz de la inmolación por alcanzar sus ideales.
El caso Boitel figura, incluso, en un clásico de la filmografía anticastrista: el documental “Nadie escuchaba”, de Jorge Ulla y Néstor Almendros.
La insólita visión de Oswaldo Payá a finales de los años noventa, humildemente llevando cajas con miles de firmas a la Asamblea del régimen, para lograr la aprobación constitucional de su Proyecto Varela, es uno de los más notables íconos del enfrentamiento pacífico a una dictadura militar que suele resolver diferendos, con quienes no comparten su ideología, mediante la violencia.
Durante las protestas de San Isidro hay imágenes de Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero Alcántara que son materia alegórica y así fueron comprendidas, en su momento, por distantes espectadores de la complejidad cubana, quienes entonces dilucidaron por qué “los humildes” para los cuales fue gestionada aquella revolución de 1959 la demeritaban en sus postrimerías.
La épica rebelión del pasado 11 de julio acaba de dar un primer fruto de fijeza cultural mediante el documental que, paradójicamente, se titula “Sara, este es el símbolo”, realizado por el distinguido fotógrafo Angel González y su esposa, la talentosa artista Rita Aguila.
La propia hechura de los nueve minutos y 18 segundos del audiovisual se refiere a la necesidad de suscitar símbolos que atañen a la lucha por la libertad cubana, reseñada, de alguna manera, en esta columna.
Entre las imágenes significativas de la rebelión que causaron gran impacto mediático se encuentra la de la anciana Sara Naranjo, de 87 años, quien se incorporó espontáneamente a la misma repicando una cazuela, harta de ser ignorada por el régimen, “aburrida de pasar hambre y trabajo”, ha dicho.
A pocos días de tan glorioso acontecimiento, el artista visual Edin Gutiérrez, exiliado hace más de treinta años en Miami, recibe la invitación para ser parte de un mural colectivo, llamado a conmemorar los acontecimientos del 11 de julio, en una pared de la emblemática Pequeña Habana.
Ya conocía el video de la noticia sobre la anciana y siempre consideró que la gesta de aquella mujer tan frágil y valiente ameritaba ser acrecentada mediante el lenguaje perdurable del arte.
Fue así como Sara se convirtió en la inspiración de Gutiérrez para participar en el mural, donde la bandera cubana se refleja en la cazuela y en su mascarilla protectora se puede leer “SOS”. “Este es el símbolo”, afirma con orgullo Gutiérrez.
Por suerte, tan loable relato queda asentado para siempre mediante otra obra de arte, el documental de Angel González, producido de modo totalmente independiente.
“Sara, este es el símbolo”, es una primera contribución, exprofeso, a la necesaria simbología que reclama la cruzada por la libertad de Cuba.
Narrado con delicadeza y candor, mediante la esmerada fotografía que caracteriza al director, son instantes que detienen el modo en que la dictadura ha secuestrado a su provecho el heroísmo de la resistencia cubana.
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