GUANTÁNAMO, Cuba.- Inhumadas las cenizas de Fidel Castro, fue razonable pensar que a partir de ese momento cejaría la agitación política en torno a su figura, siquiera por un tiempo, por respeto a sus familiares.
El luto, aunque oficialmente debía haber terminado a las doce del día del cuatro de diciembre, se ha mantenido en diversos establecimientos públicos y centros laborales, pues fueron prohibidos los espectáculos humorísticos, la música altisonante y casi que hasta las celebraciones de fin de año. Los toques de tambor dedicados a Santa Bárbara y Shangó también fueron prohibidos en su día y parecía que lo mismo iba a ocurrir con la festividad dedicada a San Lázaro, de tanto arraigo popular. En Guantánamo fue cancelada la fiesta La Guantanamera, un acontecimiento cultural que se preparaba durante todo el año.
Lo que no cesó en ningún momento fue la avalancha propagandística en torno a la figura y el legado del líder. No quisiera defraudar a quienes ansían una moderación al respecto, pero todo parece indicar que asistimos sólo al principio de lo que parece ser la última genialidad del comandante.
La voluntad del líder
Cuando el pasado sábado 3 de diciembre el general de ejército Raúl Castro Ruz informó en la Plaza Antonio Maceo sobre la voluntad de su hermano acerca de que, una vez fallecido, su nombre y figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones ni sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos y estatuas, tal pronunciamiento provocó muchas opiniones a favor y en contra, también especulaciones.
Un ejemplo de cómo la prensa dependiente del partido comunista quiere presentar a la opinión pública el legado y la figura del comandante es un reciente artículo de Enrique Ojito, publicado inicialmente en el periódico Escambray, de la provincia de Sancti Spíritus y reproducido el pasado 12 de diciembre por Cubadebate y, dos días después, nada menos que por el Granma. Si no es un récord, es un buen average tratándose de un periodista “del interior” —como gustan referirse los habaneros al resto del país—, por demás desconocido.
El artículo centra su objetivo en refutar a quienes achacaron al comandante haber permitido en vida el culto a su personalidad. Para hacerlo el periodista pondera lo que califica como humildad de Fidel, porque expresa textualmente: “A pesar de tanta grandeza real, no mítica, su cuerpo se redujo a cenizas, que descansan desde el 4 de diciembre en las entrañas de una piedra marmórea en el cementerio de Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba. El sitio dedicado a su memoria, que bien pudo erigirse en la altura del Pico Turquino, irradia sencillez y austeridad, contrario a los pronósticos de los detractores del hombre que no buscó la gloria, sino que la encontró a su paso”.
Lo que omite el periodista es que las cenizas del líder cubano reposan a escasos metros de los restos de José Martí, nuestro Apóstol, alguien que ubicó en su justo lugar las ideas de Carlos Marx y proclamó abiertamente su vocación democrática y su anhelo de que la república se levantara con todos y para el bien de todos, no sólo para unos cubanos en detrimento de otros. Tampoco dice nada sobre la procedencia de la gigantesca piedra, ni cómo fue trasladada desde su lugar de origen hacia la necrópolis, mucho menos cuánto costó el “sencillo y austero monumento” y la construcción de la avenida por donde transitaron sus restos, todo lo cual fue indudablemente pensado por el propio comandante.
Ojito reitera la frase —dicha por Raúl Castro— de que Fidel es “el padre fundador de la revolución cubana”. Esto puede confundir a la juventud pero no a quienes peinamos canas, pues en 1968 el propio Fidel Castro aseguró en un controvertido y memorable discurso que la revolución cubana era una sola y se inició en La Demajagua. Partiendo de tal presupuesto el padre fundador de la revolución cubana no puede ser otro que Carlos Manuel de Céspedes.
El periodista afirma que una ley dictada en 1959 prohibía, entre otras acciones tendentes al culto a la personalidad de los dirigentes, la presencia de fotografías oficiales en las oficinas administrativas, ¡y Cuba está llena de fotos de Fidel Castro en todos los establecimientos públicos, calles y oficinas desde hace más de veinte años! ¿Ojito no ha visto eso?
Realmente el socialismo no se concibe con un caudillo pero en Cuba ha habido siempre más de lo segundo que de lo primero. Si hubiera habido socialismo en Cuba el papel preponderante no lo habría tenido un hombre, ni un grupo de hombres, ni siquiera un partido, sino la ley y los mecanismos regulatorios creados para controlar su aplicación y hacer del país un verdadero Estado de derecho, algo que todavía es una quimera.
¿Una nueva ideología populista?
Varias personas refieren que la voluntad del líder obedece a la posibilidad de que un día echaran abajo sus estatuas y borraran su nombre de las calles y plazas.
Otros —creo que están mucho más cerca de la verdad— consideran que la decisión del comandante obedeció a su deseo de alcanzar una proyección intangible pero más alta, consistente en convertir su pensamiento en una nueva ideología dirigida esencialmente a América Latina. Sistematizado y estructurado “de forma científica” el legado del líder no necesitaría de estatuas ni calles pues su pensamiento sería replicado hasta el cansancio convirtiéndolo en una nueva religión revolucionaria hecha al dedillo para la gente desesperada y proclive a la violencia que abunda en este continente todavía incapaz de hallar su madurez.
Por lo pronto los periódicos, la radio y la televisión oficialistas se encargan de hacernos llegar el claro mensaje del departamento ideológico de que, si de ellos depende, tendremos Fidel Castro para rato.