LA HABANA, Cuba. — Sé de un corredor de permutas que con vista a los meses que vienen en Cuba, anda haciendo un censo de casas y locales apropiados para oficinas, almacenes, bancos, tiendas, salones de exposición, tintorerías, gimnasios, compañías de seguros, publicitarias, etcétera. De los cuatro mil que se le han encargado, las dos terceras partes en La Habana, y el resto en provincias.
Y sé de un cubano residente en La Habana, médico para más señas, con familia adinerada en Miami, que asegura estar en tratos con la Sherwin Wiliams para representarla en Cuba. En una isla donde en general las casas no se han pintado en cincuenta años, este médico habría dado con la llavecita de los millones.
Por lo que he me ha llegado a través de un español muy amigo de la familia de este médico de la pintura, son muchos los cubanos, de Adentro y de Afuera, que hoy gestionan en Estados Unidos y en Europa representaciones de productos industriales. Largovidentes a los cuales deberá sumársele la tropa de los extranjeros.
Éste mismo español, que en los años en que a los nativos residentes en la Isla les estaba prohibido alojarse en los hoteles, debió para hacer el amor alquilar en casas particulares, ya tiene elegidas tres ubicaciones posibles para el inicio de la cadena motelera que se propuso en aquellos años. Fue entonces cuando lo conocí. Como de costumbre, viajaba con su señora, y sus encuentros con la joven médico con la cual venía noviando hacía unos años, ocurrían de día mientras su mujer, dándolo en reuniones de negocios con el gobierno, lo esperaba jugando brisca con unas primas cubanas de la emigración de cuando la guerra civil. Y ahora aquí estaba el hombre, esta vez, para su mayor comodidad, hospedado con su novia médico en el mismo hotel donde se hospedaba con su señora.
En cambio, el galán de a pie, el que no podría pagar la millonada de los hoteles, ése tiene que seguir alquilando por horas en casas particulares donde a veces no podrá concentrarse oyendo a la familia de la casa discutir ahí detrás de la puerta mientras almuerzan o juegan dominó, como tan a menudo le sucediera a él, al español. Los ciento y tantos hotelitos galantes para parejas con prisa, o posadas, que existían en La Habana antes del ´59, cuando la población capitalina era la mitad de la actual, fueron convertidos en viviendas. El éxito, pues, de nuestro largovidente español, fomentador de futuros moteles, está asegurado.
Por lo que cabe suponer, pronto también estarán aquí haciendo estudios, si no lo están ya, los que se ocuparán de los ómnibus del transporte urbano, y quién sabe si hasta del Metro. En un país desabastecido, carente de todo, el permutero profesional de nuestro cuento no exagera. Por muchos locales que consiga, nunca serán suficientes para alojar a las importadoras o productoras de cuanto artículo necesitará el país al salir de su modorra.
La mayor parte de los comercios de los viejos tiempos fueron convertidos en viviendas cuando las casas de quienes abandonaban el país huyendo del socialismo se acabaron, lo cual permitiría suponer que el gobierno nunca creyó en la sociedad de la abundancia que anunciaba, y ahora, para remediarlo, deberán fabricarse complejos de tiendas y supermercados. También en eso piensa invertir un poderoso amigo del español de las posadas.
Después de tanto silencio, todas estas noticias alegran, pero a la vez espantan. Semejante estampida de ojos puestos en Cuba me traslada a los años siguientes al término de la guerra de Secesión en EE.UU. cuando los yanquis triunfantes se lanzaron en pandilla sobre los arruinados territorios del sur copando propiedades rústicas y urbanas. Con razón escribiría Margaret Mitchell, al evocar esos días en Lo que el viento se llevó, que existen dos modos de enriquecerse a la carrera, uno destruyendo una civilización, y el otro reconstruyéndola.
Por supuesto, los cubanos tenemos con la Mitchell una diferencia de escenario. En aquel sur vencido, quienes todo lo perdieran fueron los que todo lo habían tenido; y en nuestro caso, por nada tener hoy, ni nunca haber tenido nada, con esta arribazón de empresarios que llegarán con Internet y con todo lo demás a meternos en el siglo XXI, sólo podríamos ganar. Para empezar, ganar decenas de miles de plazas de trabajo en el comercio y en la industria de la construcción, pues a los residentes de los locales censados por el permutero habría que empezar por dotarlos de nuevas viviendas.
Acorde con la rapidez con que se presuponen los cambios, el censo de La Habana, por lo que me dicen, está en sus finales.