VILLA CLARA, Cuba.- Alguien recomendó una página que usualmente no leo, porque otras atendibles refieren mejor de los tiempos que corren.
El diario-sanitario del Partido, publicó este 9 de abril un panegírico cínico y circunspecto a propósito de la octava Cumbre de Las Américas y la doctrina colonizadora imperial (Monroe) que antepone al aventurero William Walker como gestor de la ira continental, mientras contrasta las “bondades” de la policía política castrista y las maldades de la “contra” —abortada por “el aparato” con inasistencias al cónclave— que pretendía tumbar a sus “intumbables” en aquel traspatio. Era asunto lapidario.
No hace falta ser seguidor del pasquín de marras, para darse cuenta que se trata de otro articulito por encargo, designio del presente despojo argumental que retoma viejas tretas propagandísticas como si estas fueran las eras de pragmáticos defensores de la obra de Quincy Adams, en lugar de fervorosos antitrumpistas.
En fin, alarde decimonónico para enmarañar “políticas de conquista” demasiado coincidentes con nuestras ideologías respectivas.
No podría, en plan actualizador, excluirse a la isla enferma de tal parodia: “Hagamos a Cuba grande otra vez” como si antes no hubiésemos reiterado: “Cuba para los cubanos”. Reexpidiendo por el mundo a maestros taimados, curadores pos neocolonizados del “Tabaco Mejor”, y matasanos convoyados con asesores militares del ingente credo.
Raúl Capote (RC) escribe para la “Abuelita” que lo adoptó, como si nunca hubiese vivido en Cuba. Pero no debe tener vínculo alguno con el fértil locuelo de Truman, porque estaría disfrutando de mejores estipendios y reportando a sucesivos ahorcados.
No averigüé quién es, no es mi intención descreditar a alguien que hace su trabajo bajo seudónimo tal vez, en la página que encabeza la Doctora Pogolotti, quien suele comentar acerca de nuevas –e igual de utópicas— políticas culturales, más allá de sus “gloriosos” textos sesentones. La ceguera, como la merced, puede llegar a ser contagiosa.
Agrega RC, en su ditirambo, que se vive libremente en país alejado del arrimo imperial, donde “jamás hemos sido reprimidos ni maltratados” por la delicada policía que él cataloga de benévola, en extremo humanitarista (sostenible hasta que le toque en carne propia o de allegados, y vayan a saberlo cuando saquen pata del corro aplaudidor o se les filtre desavenencia), la cual dignifica “nación que se levanta airada” contra La América Expansiva —porque el subcontinente inepto y pro-dictatorial que nos circunda, no merece su atención, ahora—.
La cosa es con el Revuelto, porque la prensa de sus empleadores anda revolcando documentos de uno u otro sesgo inmemorial para aturdir a ignorantes con imágenes del occiso en plena faena fundacional.
RC no desea enseñar las caquitas apilonadas en seis décadas de ingestas infecundas, ni hace notar por qué la CIA & Agregados dejó de poner bombas en Cuba, y no mantiene agentes adentro ni le importa, porque no hacen falta.
¿Olvidó acaso las palabras de su amo: “Esto lo vamos a tumbar nosotros y no ellos”?
La yerta “revolución” que él asegura sigue “viva” —aunque sea en el imaginario País de los Callos y exprimibles cayeríos—, tiene gente que chilla solo cuando se los pisan e inmediatamente la rematan de un disparo.
Evita también ahondar en las razones por las cuales los bravos y duros machitos del G2 (más los apendejados insectos que les traicionaron) siguen gozando de libertades elementales en cualquier geografía menos en Cuba, donde se proclaman “eternos defensores de la humanidad”, dizque su castro-y-anqui-losada-tiranía.
Si otro O’Sullivan —que no es el liberto británico— protagonista del relato, encontró repercusión publicitaria en su país para criticar a hegemónicos totalitarios sin que le expedientaran ni acosaran por ello ¿podría alguien nombrado Raúl, casi dos siglos después, intentar sembrar seguidores en Cubita la Bella?
Quizá RC mismo osara —infiel al falaz ideario adalid que propagó la “guerra de guerrillas” por ordenanza kremliniana—, escribirlo en el “democrático” papel que representa ¿O habría que prestarle obras de Vargas Llosa, para que luego, en Villa Marista, le entren a galletazos para que calle?
Una última indelicadeza suya: olvida que el Perú no es solo tierra de mártires citables cuando encajan a intereses bellacos. O sitio de antiguallas turísticas y terremotos movilizadores de sensiblería, como el espectáculo liderado por nuestro adorado cacique, cuando se extrajo sangre públicamente —primero que nadie, en mayo del 70, trepado en jeep y traje verdes con negra zafra fracasada por telón—, para luego retratarse como saltando del tanque en aquel Girón apagado, foto que repitió 15 veces hasta que quedó perfecta. Y después se zampara descomunal seviche junto al Gabo, compañero de correrías gustativas que le repusiera del cruel desangramiento, antes que aquel albacea desembuchara en “El Olor de La Guayaba” sus exquisiteces con Plinio Apuleyo, el Mendoza colombiano. Ninguno de ellos evocó entonces a los Túpac Amaru u otro indígena.
Ese andino estado fue también asilo para miles de connacionales que —como RC— vagaban por las nubes. Decepcionados “gusanos” que asaltaron la embajada en el 80, cuando el caudillo mostró —fusiles enristrados sobre el mismo brazo dador—- muy inciviles argumentos, empujando a que se fuera –a joder al imperio— la isla entera, igual hiciera con sus inexcusables narcotraficantes: “No los queremos; no los necesitamos”. Porque RC no clasificó en aquella purga, pero yo sí, y tenía 20 años, y sigo aquí.
Entonces GGM, sin Nobel todavía, y el apoderado, palabrearon describir —ante la cobardía magnífica del pueblo— testamento común que titularían “La Soledad del Poder”. Pero no contaron con la réplica en agosto del 94, cuando decidieron torcer alineados rumbos. Ya tornados alienados.
Porque el comandante siempre calculó bien la presión dentro de “su” cafetera, pero mal el monumento al desprestigio que aparejado se le irguiera.