LA HABANA, Cuba.- Hace poco los sacerdotes Conrado y Castorhan se mostraron receptivos al clamor de las Damas de Blanco. Hasta su sede fueron estos dos padres católicos para oficiarles una misa, lo que no sucedía desde las negociaciones del régimen con el gobierno de Obama. En ese momento se les prohibió asistir a la iglesia Santa Rita, al oeste de La Habana, parroquia en la que cada domingo eran arrestadas mientras caminaban hacia el templo católico.
Esa vez las damas no fueron a misa, porque no se les permite todavía, pero la misa fue a las damas, y para eso vinieron estos dos padres desde distantes provincias, y en la sede de la organización se produjo el oficio religioso. Fue allí que les devolvieron el espacio que les habían arrebatado.
Doloroso es que solo estos dos sacerdotes hayan ofrecido su misericordia, mientras que la alta jerarquía de la iglesia permanece en silencio, calla tan voluminoso atropello. Ningún Padre de las barriadas capitalinas, ni siquiera el sacerdote que oficia en la parroquia de Santa Rita, lo hicieron antes, aun cuando sabían que su deber era ir a donde estaban esas hijas y entregarles la palabra divina.
Hasta hoy no se sabe de dónde salió la orden. No sabemos si la decisión fue tomada por la jerarquía eclesiástica, por la policía política o por el propio gobierno. El caso es que ellas no pudieron recibir la eucaristía porque alguien lo decidió previamente.
Ahora, y gracias al rostro y las buenas maneras de esos dos padres, podemos decir que no toda la iglesia católica se olvidó de su rebaño. Estos dos curas no tuvieron el miedo que asiste a muchos miembros del clero y a las autoridades de esa, tan antigua, institución.
Jesús llamaba al templo a sus seguidores. Jesús jamás dijo a alguno de sus incondicionales que no podía entrar, ni siquiera se lo prohibió a sus declarados enemigos. Pero hoy la alta jerarquía católica cubana se atribuye el derecho de negar a algunos fieles la entrada al templo por filiaciones políticas, mientras acepta que la cúpula comunista dicte normas a una iglesia a la que persiguió y satanizó. No tengo la menor duda de que Jesús estaría avergonzado de ellos, y sobre todo de ese Jaime Ortega que recibió tantas patadas y hoy baja la cabeza y es embajador del régimen comunista.
Ese es el legado que dejará la iglesia, así lo recogerá la historia y así lo verán sus fieles. Yo, como católico, como disidente, intelectual y cubano, agradezco a estos dos sacerdotes ese gesto tan valioso asistiendo a estas mujeres meritorias, esas que cada día muestran su valor, ese valor que falta a tantos seguidores de Jesús, y también a muchos de sus representantes en la tierra.