LA HABANA, Cuba.- Sí. Quitaron el anuncio del Palmetto. El compañero Hugo Cancio debe estar un poquito molesto porque a fin de cuentas por ahí pasan diariamente millones de personas y veían la publicidad de Katapulk bien grande, y también la de ETECSA, el monopolio castrista, con su recarga promocional que tanto gusta a los cubanos de acá y acullá, para dar teque sobre lo mala que está la cosa y lo poco que le debe quedar a la dictadura aunque, paradójicamente, con cada recarguita los de acá y acullá le alarguen más la vida.
¿Y el bloqueo, entonces? Pues ahí sigue, solo que nadie entiende ya como funciona, porque ahí están Katapulk y ETECSA, y Tahimí Alvariño con su sonrisa a lo Joker, mirando extasiada el café que cae calentito en la taza, y la bolsa de leche de 5kg, y unos donuts… la vida misma. Desayuno sencillo, sin huevos ni bacon, que tampoco hay que excederse restregándole al cubano en su propia cara la obligada pobreza en que vive. Leche, café y rosquitas. Lo más trivial del mundo; pero que levante la mano el cubano que puede desayunar eso.
Tahimí lo sabe, pero Hugo Cancio paga muy bien y con ese dinero la pequeña “Martín perdida en el bosque” va a ayudar a mantener a Coralita, que acaba de llegar y todavía no recibe ayuda del gobierno. La recibirá en algún momento, eso es seguro, porque a pesar de lo que dijo el viejito papelacero que quiere regresar a Cuba, en Estados Unidos se atiende muy bien a los ancianos.
Mientras tanto Tahimí promociona leche, café y rosquitas para los cubanos que reciben remesas. El resto que siga jodido, si total, siempre lo ha estado. Ella lo sabe, y lo sabe Coralita, y Bárbaro Marín, que el año pasado casi se muere -según él- de un paro respiratorio porque se confundió, creyó que estaba en Colombia y fue a la farmacia cubana de madrugada, donde no le quisieron vender Salbutamol sin tarjetón.
Entonces le pareció, claro, que en Cuba muchas cosas estaban mal. Lo puso en un post en Facebook, empleando un tono algo crítico, y un rato después lo borró. Alguien le dijo que esa publicación podría traerle problemas y el civismo del actor se desmayó. De haber insistido en denunciar ese incidente que casi le cuesta la vida, quizás Bárbaro y Tahimí no serían ahora mismo los presentadores del programa “Alianza en la casa”, que se trasmite los martes en horario estelar por el canal Cubavisión, que va por todos y por todo, incluido el Palmetto. Vivir para ver.
La sonrisa de Tahimí Alvariño es un puente de amor entre Katapulk y el Consejo de Estado, entre la marca Goya y las despensas desoladas de los hogares cubanos, entre la emigración y el rebaño de intramuros que sigue sin entender nada; pero a algunos les funciona y a otros les da igual, porque nunca tendrán dinero para ir a ver los volcanes, los apagones no les permiten ver el dichoso programa, y mañana los espera una cola de horas para comprar lo que haya, si algo hay.
Siempre es interesante ver cómo esos artistas “de pueblo” sacan sus habilidades de equilibrista para moverse entre dos orillas tan opuestas que han terminado por parecerse demasiado. El exilio anda exultante por el retiro de la valla publicitaria, y hay que entenderlo. Es una victoria para quienes no pueden volver a pisar la tierra que los vio nacer por culpa del mismo régimen que hoy anuncia a todo color su monopolio en el “imperio cruel”. No parece una burla. Es una burla.
Sin embargo, la victoria más bien parece un premio de consolación, pues los cubanos ya conocían y compraban en Katapulk desde mucho antes que a Hugo Cancio se le ocurriera averiguar hasta dónde podía atreverse. La valla en el Palmetto era una apoteosis del nuevo deshielo, para que a nadie le quedara dudas de que el bloqueo es como el Coco, o el hombre del saco: todo el mundo sabe que no existe, pero algunos se dejan asustar.
Hugo Cancio no necesita una valla. Cuenta con el respaldo de políticos estadounidenses, tan generosos en sus concesiones hacia la dictadura que el empresario se atrevió a colgar el anuncio en la ciudad del sufrido exilio cubano. Está muy bien celebrar el retiro del panel publicitario; pero lo ideal sería que Katapulk desapareciera, o al menos sirviera para desmentir sin cortapisas el mito del embargo. Con publicidad o sin ella, la emigración cubana deja sus dólares en la plataforma online del socio de Díaz-Canel para que su familia en Cuba pueda desayunar, o bañarse con Palmolive.
Esos millones recaudados a pesar del “bloqueo genocida”, siguen el rumbo de otros millones que debieron invertirse en la agricultura, el transporte o el sistema energético nacional. El pueblo cubano no sabe adónde van a parar, ni se molesta en pedir explicaciones. El régimen no ofrece explicaciones porque no lo considera necesario. Así se lo han hecho creer los cubanos.
Mientras tanto Hugo Cancio, Díaz-Canel, Tahimí Alvariño y Bárbaro Marín son continuidad; por ellos y por sus hijos, que no se jaman el cable que ahora mismo mastican los hijos de los que no tienen ni donde amarrar la chiva; los que no necesitan verse al borde de un paro respiratorio y sin Salbutamol para denunciar la profunda e irreversible crisis que se traga a este país.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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