MIAMI, Estados Unidos. – Si hay una discusión política que fatiga por lo reiterativa es la del embargo a Cuba. ¿Qué hacer con esa Isla? ¿Funcionan los embargos y los castigos? ¿O es preferible ensayar una cierta indiferencia ante lo que sucede en Cuba?
¿Qué ocurre con la coherencia? Como consecuencia de las protestas del 11 de julio pasado hubo miles de detenciones en la Isla, palizas a los opositores y centenares de condenados a prisión. Siempre en privado los funcionarios cubanos reconocen la verdad, que el sistema no funciona: más de 60 años los han convencido de que la Isla, poco a poco y a veces con rapidez, se hunde.
Un país que les abría la puerta a cientos de miles de gallegos, asturianos y canarios se ha transformado en uno que exporta su mano de obra por cientos de miles también, unas veces profesionales bien educados y otras obreros sin oficio ni beneficio.
El comentario viene a cuento de que el presidente Joe Biden quiere retomar la política de Obama hacia Cuba, pese a que no salió nada bien. O se es un criminal o no se es un criminal. El problema es la uniformidad de las medidas en política exterior y eso emite una señal sobre la coherencia interna del país emisor.
No se puede sancionar a unos violadores de los derechos humanos y dejar a otros impunes. No se puede castigar a los oligarcas rusos por robarse lo que les pertenece a todos los rusos y permitir que hagan lo mismo a una escala diminuta los familiares de los Castro y los oligarcas cubanos o los chavistas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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