MIAMI, Florida, mayo, 173.203.82.38 -En su reciente visita a Washington el Cardenal Jaime Ortega se quejó de las acusaciones dirigidas contra su persona responsabilizándole de la deportación de los presos políticos excarcelados en Cuba a mediados del 2010. La queja del Cardenal se produjo durante una conferencia de prensa realizada por el obispo cubano en la universidad de Harvard. Según manifestó Ortega en aquella ocasión su intervención benéfica a favor de los prisioneros de conciencia, conocidos como los 75, se produjo en un marco propicio en que las autoridades accedieron de manera inédita a la gestión de la Iglesia Cubana en una mediación impensable teniendo en cuenta el asunto de fondo, los implicados y el instrumento mediador.
Según la versión del Cardenal Ortega siete Damas de Blanco habían pedido que su mediación fuera más allá de obtener la liberación de los presos buscando su salida a un país dispuesto a acogerles. Monseñor Ortega recordaba que tres veces les preguntó sobre aquel deseo manifestado por las representantes del grupo femenino al que ellas dieron triple asentimiento en una secuencia que nos remite al simbolismo de la numerología bíblica (Siete mujeres- la triple pregunta con igual número de respuestas) Lo cierto es que en marzo del 2008 una treintena de esposas de los presos dirigieron cartas al Secretario de Estado del Vaticano Tercisio Bertone pidiéndole mediara ante el gobierno cubano en favor de la liberación de los presos políticos sin mencionar salidas al exterior.
“Monseñor: apelo a su amor y a su compromiso cristiano, a su compasión. Monseñor, interceda por mi esposo y por el resto de los prisioneros de conciencia que junto a él cumplen injusta prisión en las rigurosas prisiones cubanas”. Un fragmento de la carta suscrita por Ileana Marrero Joa esposa de Omar Rodríguez Saludes que recibió una lacónica respuesta a través del Nuncio Apostólico Luigi Bonazzi: “Como todos saben, muchas personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu manifiestan sus aspiraciones y anhelos a la Iglesia Católica, tanto en Roma como en Cuba. Atendiendo a esas peticiones, y en el máximo respeto de la soberanía del país y de sus ciudadanos, he expresado al Presidente Raúl Castro la preocupación de la Iglesia para con los presos y sus familiares” A esto añadía Monseñor Bonazzi que esa preocupación referida por Bertone seguía estando presente y viva en el Secretario de Estado y en la Iglesia Católica cubana. No más. Tuvieron que pasar dos años para que las cosas tomaran un rumbo inesperado.
Los resultados son de sobra conocidos. El gobierno español de Rodríguez Zapatero fue en definitiva el receptor de los excarcelados que viajaron acompañados por un nutrido contingente de familiares. Una cifra que superó el centenar de presos y más de 600 acompañantes en lo que algunos coincidieron en señalar como la reproducción de un pequeño Mariel aéreo hacia Madrid. Justo unas horas antes de que las autoridades españolas dieran por cerrada la misión de acogida, que ya se avisaba abusiva para la generosidad de Zapatero, desde Cuba salía el último vuelo que cerraba este capítulo llevando 37 presos y 200 familiares.
La solución española a la larga no resultó una sorpresa luego que en ella se vinculara el entonces Ministro de Exteriores de España Miguel Ángel Moratinos. Dicen que el interés del Canciller estuvo muy vinculado a ambiciones personales buscando un aparente apoyo de la parte cubana en su aspiración a ocupar la vacante de la FAO. De ser cierto el rumor mal le salieron los planes a Moratinos que ayudó a sacar una espina clavada en el dorsal del castrismo quedando sin el supuesto espaldarazo llegado el momento de la elección, donde el voto de la delegación cubana favoreció la candidatura brasileña de Graziano Da Silva.
El sorpresivo y rápido cambio de actitud que conllevó a las excarcelaciones tuvo como preámbulo un contexto lleno de tensiones sociales e imprevistas situaciones. Las marchas de las Damas de Blanco por las calles no podían ser contenidas ni por las más violentas manifestaciones de las turbas pro castrista. Las imágenes represivas se tornaron en costosas reacciones internacionales contra la dictadura cubana. A todo esto otras mujeres ajenas se sumaban a las protestas callejeras en apoyo de los familiares de los presos, un acto sumamente preocupante para las autoridades comunistas de la Isla. La muerte de Orlando Zapata, la huelga de Fariñas y en consecuencia un nuevo premio Sajarov en favor de la causa cubana en pro de libertades cívicas unido a la campaña por el Nobel de la Paz para las Damas, también reconocidas con el premio del Parlamento Europeo, eran una mecha encendida que convenía ser extinguida. La salida de los presos era una condición apremiante que el gobierno raulista debía afrontar sin dejar entrever debilidad por la concesión. Pero no todo se ajustaba a la liberación. Sacarlos de Cuba era la meta final. Es aquí donde el papel de la Iglesia en la figura de Jaime jugó un rol al que sin inculpar al purpurado, la inteligencia castrista supo aprovechar e instrumentar.
Creer en la existencia de una agenda tras este resultado no es un dislate. Para la Iglesia esta puede apuntar hacia un protagonismo de cara a futuros cambios en los que la institución pudiera tener una tarea destacada. Un propósito loable si en el fondo es esa la propuesta. Las cosas no resultan tan claras en los cálculos de las autoridades cubanas donde la carta del canje siempre estuvo en sus planes. Insisto en la correspondencia nada casual entre la cifra 75 y 5. Las manifestaciones de Raúl Castro ya en el poder mostraron abiertamente que existía el proyecto del trueque entre los presos políticos del 2003 y los condenados por espionaje en Estados Unidos. Un plan que no funcionó y que se revitalizó tras la detención de Alan Gross en el 2009. Para entonces ya los 75 dejaron de ser imprescindibles y se convirtieron en un estorbo del que había que desembarazarse de la mejor manera.