LA HABANA, Cuba — Lo dijo Ángela Merkel, la canciller alemana: lo que Rusia viene haciendo en Crimea es una vuelta al siglo XIX. Nada más cierto. Patética es la afirmación, por tanto, que hacen algunas analistas de que Vladimir Putin es un líder con una capacidad y visión estratégicas superiores a otros líderes mundiales, incluyendo a Barack Obama. Ahora patear la puerta delantera y trasera de naciones débiles, que es lo que ha venido haciendo Putin para vengarse de la modernidad gorbachoviana, resulta ser parte de una visión estratégica digna de Wiston Churchill.
Recuerdo que en su edición de 2013, la revista Time fue capaz de puntuar al nuevo zar ruso como un hombre más influyente que el presidente de los Estados Unidos, y esto solo por su desesperada apuesta para detener la maquinaria bélica occidental en su posible marcha sobre Damasco. Los medios pueden cometer errores garrafales, y en cierto sentido tontos, que solo tienden a estimular la impunidad de los bárbaros. Ya se hablaba de putinismo, hasta que gente con cultura histórica corrigió el error académico recordándonos que Rusia no tiene mejor estrategia para reafirmarse en el mundo que recuperar el estilo de sus peores zares. Y Putin es otro zar más sin las maneras francesas de sus antepasados.
Occidente paga caro el exceso de realpolitik. Eso se había comprobado con Serbia en los años 90 del siglo pasado, tras la desintegración de Yugoeslavia, con la carnicería desatada casi a las puertas de Roma. Alemania fue entonces la gran perdedora porque dejó pasar la oportunidad de marcar un liderazgo mundial y obtener poco tiempo después, y de seguro, un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. O al menos de presionar por él con más legitimidad. Ahora, la misma Alemania parece rectificar el rumbo y juega al duro, acompañando a los Estados Unidos, contra el último exabrupto territorial ruso.
El resto del mundo en silencio. Triste. Suponíamos que el discurso latinoamericano con el tema de la descolonización de Puerto Rico o el tema argentino de las Islas Malvinas pasara la prueba de la retórica demagógica con una condena generalizada e independiente al oso ruso, que no parece ni quiere descansar en el juego peligroso del corrido de fronteras. El antiimperialismo latinoamericano está calladito, incluyendo el cubano, cuando la política imperial la practican los enemigos de su enemigo. Error de visión y falta de liderazgo en temas que nos competen, atrapándonos en la paradoja de que la nación que suponíamos el imperialismo por antonomasia, los Estados Unidos, lleva el cetro global contra las peores formas de imperialismo, la anexión territorial, de la que fueron víctimas un número nada despreciable de naciones en el hemisferio occidental.
Bienvenido el imperialismo: anti norteamericano. Al menos con Cuba se repite este mantra. En 1991 el Irak de Sadam Hussein invadió Kuwait y aquí sin ruidos. Entonces los Estados Unidos lideraron una coalición mundial, restituyendo las fronteras violentadas y el gobierno dicho revolucionario, que se encargaba de mostrarnos en las escuelas, la prensa y las universidades el rostro feo de las ocupaciones en África, Asia o América Latina, se quedó sin discurso ni credibilidad para hablarnos de su compromiso con la autodeterminación de los pueblos, justo en el único escenario en el que ese concepto tiene sentido político real.
El impacto conceptual de esta ausencia armónica de coherencia política y de excedencia de hipocresía moral lo sufren los mismos conceptos y la pérdida de discurso en la arena internacional. Verificamos ahora por qué autodeterminación de los pueblos solo significa la defensa de ciertos Estados contra sus propios pueblos, y por qué se debilita la lucha contra viejas realidades coloniales.
La anexión de Crimea la sufren, no solo los ucranianos al perder un territorio constitutivo, sino los independentistas puertorriqueños, los nacionalistas argentinos, la mediterraneidad boliviana y, por supuesto, la integridad territorial cubana. ¿Por qué devolver Guantánamo si otros imperialismos, aliados por cierto del gobierno cubano, se anexan territorios a su antojo?
La lección general es esta. Sin tiempo para dedicarse a asuntos menores que pueden gestionarse mejor con una buena política subsidiaria, es urgente recuperar la visión estratégica que asocia valores fundamentales con intereses políticos en una proyección de mediano y largo plazos.
Ninguna nación seria y que se respete puede seguir haciendo política en el corto plazo de la realpolitik si quiere evitar consecuencias desagradables, que pueden ser irreversibles, como las que estamos viviendo ahora. En 1962 China se anexó el Tibet y nada sucedió: los intereses nos dijeron que no se podía molestar al imperio del medio por su capacidad desestabilizadora, lo mismo que nos dijeron de Rusia en Chechenia y en Georgia. Sadam Hussein hizo su juego imperial porque estuvo aupado durante años por Occidente e hizo pasar un susto a la estabilidad mundial. Y Cuba juega a la guerra fría en lugares tan lejanos como Corea sin asumir las responsabilidades por juegos incontrolables en una zona peligrosa y de altos intereses como Asia.
Y lo peor de todo esto es que Occidente tiene en sus manos la herramienta por excelencia para garantizar la paz mundial y el trazado histórico de fronteras: la inversión global en la sociedad civil como única fuente pacífica de detener el apetito de antiguos Estados predadores.