LA HABANA, Cuba.- He estado buscando unos versos que de forma un tanto imprecisa permanecían hasta ahora en mis recuerdos, y después de mucho tiempo. “¡Tirad!/Ciad! / ¡Remad con fuerza!…” Eso recordaba, y quizá un par de versos más, aunque me resultara imposible reconocer de qué texto, sin dudas muy antiguo, salían, ni cómo llegaron a mi cabeza permaneciendo hasta ahora en mi memoria. En ese empeño de recordación llegué a suponer que eran parte del “Gilgamesh”, pero muy pronto tuve la certeza de que estaba equivocado.
Mi amigo Pedro de Jesús, quien algunas veces suele ser, para mí, una especie de “diccionario de dudas”, se embarcó conmigo en la averiguación, en la búsqueda, y juntos dimos con esa “antigualla”, con aquellos versos que recordábamos un poco, esos versos que, uno a uno y juntos todos armaban un “canto de remeros” que se entonara en una muy antigua Nueva Zelanda, y que los cubanos estudiábamos en el preuniversitario, al menos cuando estuve yo sentado en un aula de preuniversitario.
“¡Tirad!/ ¡Ciad! ¡Guardad el compás! ¡Ciad! ¡Parad! Remad con fuerza! ¡Remad, remad hacia allá! ¡Adelante, adelante! ¡Tirad!… En esos versos remar es un imperativo, es la orden que no cesa, que se repite sin pausas, retando a los remeros, a las fuerzas de esos remeros de Nueva Zelanda. Los versos invitan, más bien ordenan, a que alcancen otro punto en el mar, y luego otro más distante. Remad, remad, esa es la orden, la obligación de los remeros. Remad es la ordenanza, remad es la consigna y el deseo. Remad y mirar en lontananza, buscando el punto deseado, el que advierte el destino final.
“La maldita circunstancia del agua por todas partes”, habría dicho Virgilio Piñera. Esa maldita agua circundante que obliga a que el viaje sea diferente para nosotros; un viaje que se hace remando, la mayoría de las veces. El remo siempre entre manos; remando, remando, remando, llegando, o sucumbiendo ante la grandeza del agua, ante la abundancia de agua; el maremágnum, la maldita circunstancia del agua por todas partes. El mar que circunda, que atrapa y traga a tantísimos cubanos. “Ciad, guardad el compás, Ciad, remad y remad“, y cuidarse de no ir con todo el peso a las profundidades del mar, y cuidar que no se partan los remos, cuidarse del naufragio y de la muerte, del encallamiento. Cuidarse. “Tirad. Guardad el compás. Remad, remad, remad con fuerza”.
En nuestra isla el remo es ejemplar. En Cuba el remo es venerado, es casi un santo, un santo pleno y salvador. San Remo, el remo que elevamos a la categoría de Santo redentor, y que bien merece. El remo es nuestro benefactor, nuestro “San Remo”. Y no debemos obviar a ese que es uno de nuestros “centros imantados”. No podemos olvidar que en nuestra iconografía religiosa destaca, por encima de casi todos los santos, la imagen de la Virgen de La Caridad del Cobre, nuestra patrona, nuestra virgen María, que en su representación protege a tres navegantes, a tres remeros, los tres Juanes.
Y muchos son los Juanes que han remado desde que la virgen se le apareciera a aquellos remadores que la encontraron en la Bahía de Nipe. Y quizá desde entonces el remo merece la categoría de santo ejemplar, de salvador, de San Remo, que nada tiene que ver con fiestas y celebraciones ideadas por el comunismo y sus acólitos regados por el mundo, para apaciguar nuestras rebeldías, para entretenernos con circo.
Y esa señora esposada con Díaz-Canel pretende ahora fundar fiestas y fiestas que nada tienen que ver con nuestras tradiciones. Ella supone fiestas, circos, que nos alejen de ese renacido espíritu rebelde. Esa mujer “lo que quiere es que la miren”, y entretenernos con fiestas que no nos representan, que nada tienen que ver con nuestras costumbres, con nuestra historia, al menos no más allá del hecho de que Ítalo Calvino, el gran escritor italiano que naciera en Cuba, en La Habana, en Santiago de las Vegas, se estableciera con sus padres, luego de la vuelta a Italia, en Sanremo, donde recibió su primera enseñanza.
Y pese a lo que quiere esa mujer, que no es otra cosa que conseguir muchas miradas, San Remo, para nosotros los cubanos, sigue significando lo mismo que aquel antiquísimo Canto de remeros, ese que propone, invita, a “Tirad con fuerza a Ciad, a guardar el compás, a remad, a remad hacia allá, adelante, adelante, hacia Waipa”, y ya sabemos en cual lugar está nuestra Waipa. Y el San Remo, el de Lis Cuesta abajo, es otra cosa; para ella es un “festival” que debía serenar nuestras combatividades, para ella San Remo es el circo, el jolgorio que divierte y apacigua, aunque para nosotros sea una “tabla de salvación” que acorta las distancias que nos separan de las libertades. San Remo es la fuga, la redención.
San Remo es también el avión que vuela a Rusia. San Remo son los pasos que conducen por una Europa de sitios y caminos agrestes, peligrosos, donde se hablan idiomas que tienen muy raros alfabetos. San Remo es un camino en busca de libertades y comidas que se anuncian, a veces, con alfabeto cirílico, con otros alfabetos. San Remo, incluso en la escapada, es el amor madre a la patria, es el odio a quien la oprime.
San Remo es, para los cubanos verdaderos, el que acorta las distancias, el que aleja el miedo y aproxima las libertades. Y aunque parezca muy raro, San Remo es también el amor a la patria y el odio a quien la oprime. San Remo es el barco, es el avión. San Remo es la balsa. San Remo es quien destruye, subordina, a las veleidosas olas. El remo, San Remo, es Ciad, es remad, para alejarse de la patria, y también para reencontrarse con la patria. San Remo, el nuestro, dista mucho de ese que refiere y propone la “primera dama”. San Remo, tristemente, es nuestra manera de buscar la vida, de escapar de la muerte, y hasta de encontrarla, que es también una manera de poner distancia con la dictadura.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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