MIAMI, Florida, abril, 173.203.82.38 -Conocí a Eleno Oviedo en esporádicos encuentros en reuniones a las que él acudía en representación de la organización Plantados por la Libertad. Otras veces pude saludarlo en la pequeña oficina de la organización de ex presos políticos cubanos radicada en Miami. Su afable carácter, discreción de palabra y una sonrisa siempre pronta en su rostro hacían imposible imaginar esa parte de dolor escondida en el hombre que sufrió la dura realidad del presidio político en Cuba.
La experiencia de anteriores encuentros con Mario Chanes, Julio Pitaluga o Ernesto Díaz Rodríguez se repitió una vez más en la persona de Eleno. En los breves momentos en que intercambiamos criterios nunca le escuché proferir palabras de odio ni de rencor.
Eleno junto a tantos compañeros de presidido que sufrieron en carne propia la crudeza de una condena por causas políticas en Cuba, dedicó los años de vida en libertad a dos tareas cruciales: dar a conocer al mundo la existencia del presidido político y la verdad del sistema represivo castrista. A ello unía su esfuerzo personal para llevar solidaridad y ayuda a favor de las nuevas generaciones de presos y sus familiares.
Ahora que en la euforia del momento algunos parecen olvidar el camino que se ha edificado con tanto dolor y sacrificio conviene recordar que la historia de hombres como Chanes, Ernesto o Eleno hizo cuestionar a muchos jóvenes nacidos después del 59 su idea sobre el modelo de justicia y libertad que aparentemente había conformado la Revolución de Fidel Castro. Poco a poco fuimos descubriendo un mundo tenebroso del que hasta entonces apenas hubiéramos creído existía en nuestra tierra. Supimos que en la Isla teníamos un hito de Nelson Mandela, superado con creces en casos como el de Mario Chanes o el mismo Eleno Oviedo. Una realidad que llegó a ser conocida por la comunidad internacional gracias al intenso trabajo de denuncias que hicieron estos hombres tras su liberación.
La otra misión, no menos importante, consistió en promover la situación del nuevo presidio que quedaba a sus espaldas y que gracias a ellos en buena medida se hizo menos oneroso. En primer lugar gracias a que ahora la mirada externa estaba alertada de lo que allí ocurría. En segundo lugar por la ayuda material modesta pero importante destacar con mayúsculas con la que ellos apenas pudieron contar. Lejos de cuestionar la necesidad de hacer llegar esa ayuda que nunca estuvo disponible en sus casos, hicieron saber su necesidad y se brindaron de puente para hacerla llegar a sus destinatarios. Presos y familiares a los que ellos no conocían pero que sin reparos egoístas se dieron a la tarea de enviar un sostén económico, imprescindible a tantas familias en desgracia por la ausencia de uno de sus miembros encarcelado.
Hoy que Eleno ya no está entre nosotros recordaba todas estas cosas mientras leía la nota luctuosa sobre su deceso. Pensaba con agradecimiento en nombre de tantos amigos que recogieron el fruto de su sacrificio. También por su accionar en la procura de solidaridad con personas que padecían el horror de la cárcel por motivos políticos a las que nuca conoció y ni siquiera llegaría a conocer. En el nombre de todos estos presos ya en libertad, mi sobrino Omar Rodríguez entre ellos, no podía dejar pasar por alto el paso triunfal de hombres como Eleno Oviedo por esta vida azarosa.
Cubanos como él hace años han hecho realidad un axioma que parece ser una novedad de estos días sobre la falsedad de la línea divisoria que se pretendió hacer pasar entre los cubanos para dividirlos en razón de posiciones políticas, ideas o simplemente desde radicaciones en la Isla o en el exilio. Eleno Oviedo, junto a muchos otros cubanos, fue uno de los pioneros en esa regla sencilla que consiste en poner el punto final cuando de cubanos se trata. Siempre supo que somos “cubanos y punto”.