LA HABANA, Cuba.- Hace unos años, Rafael Hernández, el director de la revista Temas, la de los famosos y desilusionantes debates del último jueves de cada mes, decía sentirse orgulloso de lo que llamaba “esa mayoría ciudadana integradora de todas las minorías posibles” y a la que calificaba como “el producto más valioso de esta revolución”.
Según el ensayista, esa ciudadanía, que ya no se conforma con la salud y la educación gratis, es “discutidora, discrepante, se queja de todo, critica a las instituciones, reclama sus derechos…”
No sé si como todas esas características han ido in crescendo entre la población, todavía pensará así Rafael Hernández. Incluso de tan demagogo como suele ser a la hora de mostrarse abierto –ya sabemos que de mentiritas-, no estoy seguro si era sincero cuando hablaba así, de un modo tan abarcador…
Lo que sí estoy convencido es que ese régimen al que Rafael Hernández todavía se empeña en llamar “revolución”, sigue tan excluyente como siempre, le importa un rábano los reclamos de la población y considera las quejas y discrepancias, cuando van en serio y no se andan por las ramas, no como virtudes, sino como graves y punibles defectos.
Conozco a cientos de personas con esas mismas características a las que se refiere Rafael Hernández que viven condenadas al ostracismo o perpetuamente vigiladas, hostigadas y reprimidas por la policía política y los porristas de las brigadas de respuesta rápida. Muchas de esas personas han estado en la cárcel precisamente por discrepar, quejarse, criticar a las instituciones, exigir sus derechos…
No sé si algunas de esas personas clasificarían entre una rarísima categoría definida por Rafael Hernández: la de aquellos que “no se autoperciben como socialistas, aunque de cierta manera, lo sean sin saberlo.”
¿Socialistas sin saberlo? Eso me recuerda a Isabelita, mi novia de sexto grado que nunca se enteró del noviazgo: si acaso, imaginaba que me tenía loco, como a tantos otros chicos del aula.
Últimamente, de tan intransigentes y de una extrema derecha demencial que se han vuelto algunos en esta oposición nuestra de cada día, que juzgan todo lo que pasa en el mundo de acuerdo a lo mal que nos ha ido en Cuba con el castrismo, he llegado a preguntarme si yo no seré uno de esos socialistas sin saberlo de los que hablaba el inefable Rafael Hernández.
Ciertos colegas y compañeros de disidencias, de tanto cuestionarme y acusarme de ser izquierdista por determinadas opiniones mías, me han vuelto a hacer sentir como en aquellos análisis de grupo de mis años en el Pre-Universitario “Cepero Bonilla”, cuando el profesor guía y los musulungos amaestrados de la UJC y la FEEM me reprochaban mi falta de combatividad, el escaso entusiasmo ante las tareas de la revolución, y me conminaban para que me auto-incriminara (o autocriticara, como decían ellos) y reconociera mis serios problemas de diversionismo ideológico derivados de mi afición enfermiza por el rock.
Me hago la autocrítica ahora, aunque nadie me la haya pedido…todavía. Acepto que puede haberme hecho algún daño la versión comunista de la historia y el marxismo que aprendí a la cañona en la escuela. Puede que de ahí provengan las reservas que tengo con las leyes del mercado como solución de todos los problemas. Pero eso no me hace de modo alguno socialista.
Como conozco bien los resultados del socialismo real, el único que ha existido, que son tan inevitables como la lluvia o el invierno, no me seduce, ni siquiera como primer paso para salir del bache castrista, el socialismo democrático y participativo del que habla Pedro Campos. Y jamás el socialismo dictatorial, centralizado, sin libertades ni derechos, de controles policiacos, mezquino, inmoral, que estafa a los asalariados y los convierte prácticamente en siervos del Estado.
Con tanta confusión en todos los terrenos como hay en estos tiempos, ya uno ni sabe lo que es… Pero de ningún modo soy socialista. Al menos, no en el sentido en que se entiende en el Politburó, el Comité Central del Partido Único y el Palacio de la Revolución. Aunque por allá, con tantas actualizaciones, lineamientos, conceptualizaciones y carantoñas a los capitalistas extranjeros, cada vez entiendan menos de socialismo.