MIAMI, Estados Unidos. – El pasado fin de semana disfruté una suerte de mundo ideal sin las tribulaciones que mantienen dividida ideológicamente la noble nación americana.
En medio de esta barahúnda, la democracia siempre cuenta con espacio para el libre albedrío, donde la política queda en el lugar que le corresponde, tras bambalinas, lidiando bien o mal con nuestros dineros y prerrogativas.
No ocurre así, sin embargo, en las dictaduras comunistas sobrevivientes, como la miserable que agobia, sin piedad, a Cuba, donde la indigencia ensombrece potenciales posibilidades de ser feliz.
En esta inmersión cultural, placentera, terminamos en uno de los más curiosos anfiteatros del sur de Florida, el iTHINK Financial Amphitheater de West Palm Beach, donde hay lunetario techado y una zona verde, de césped, para que los espectadores concurran con sus sillas de extensión y disfruten los shows bajo las estrellas.
Allí se dispensa comida, cerveza y otros licores como para satisfacer a un ejército. La invitada de la noche era la mítica Stevie Nicks, cantante excepcional, compositora, solista del grupo Fleetwood Mac, la única intérprete femenina en merecer dos veces su inclusión en el registro dorado del Rock & Roll Hall of Fame.
Muchas de las mujeres asistentes, jóvenes, adultas o ancianas, concurrieron vestidas como la diva del rock, todas de amplias faldas negras, chales y sombreros.
Amigos cubanos de la Isla, dados al rock, me escribieron presurosos en los medios sociales sobre la dicha de disfrutar de tal experiencia.
Miles de personas blancas con los más expresivos tatuajes, como resucitados de Woodstock. Convocatoria específica de la cultura que se resiste a ser importunada por otras maneras contemporáneas de la música popular. El rock clásico en su apogeo por cerca de tres horas. Todos amables, “flower peoples”, “hagan el amor y no la guerra”.
Cuando el sitio estuvo a su total capacidad de 20 000 personas y la cantante apareció en el escenario, su figura enmarcada en una gran pantalla con sublimes gráficas ocurrió el pandemónium de gritos, aplausos, veneración total en medio de una nube embriagadora de marihuana que siempre se abre paso en estos espectáculos.
Stevie Nicks arremetió, sin pausa, con su cancionero de éxitos, todas las interpretaciones acompañadas a coro por el público en éxtasis, mientras no cesaba de enardecerlos con sus reverencias y piruetas características.
Habló de amor y de la necesidad de entendernos y vivir en paz como consta en la canción de Buffalo Springfield, “For What It’s Worth”, escrita por Stephen Stills, en 1966, y que incluyó en el concierto de West Palm Beach.
Rindió tributo a sus amigos fallecidos Olivia Newton John y Tom Petty, con quien estuvo muy unida musicalmente.
Dedicó una composición a la guerra de Ucrania en memoria de cierta fanática que le había enviado flores pintadas al óleo.
Dieciséis canciones repasaron su obra con éxitos como “Dreams”, “Stop Draggin’ My Heart Around”, “Gypsy”, “Stand Back”, “Gold Dust Woman”, “Landslide”, “Edge of Seventeen” y “Rhiannon”, entre otras.
Hubo un momento cuando pareció olvidar algo y aprovechó para recordarnos que esos deslices podían ocurrir a los 74 años.
Fue sumamente generosa con sus seguidores cuando subrayó la importancia de estar en vivo ante un público constante y fiel, con nuevas generaciones.
El concierto había contado con la introducción de la cantante y compositora Vanessa Carlton, conocida por su canción “A Thousand Miles”, y quien parece ser muy cercana a Stevie Nicks.
Nunca había visto tanta gente joven en una presentación estelar de rock clásico, sobre todo de muchachas rindiéndole pleitesía a esta diva de los años 60.
Todo parece indicar que el legado de este género musical, cuando sus principales intérpretes ya no estén entre nosotros físicamente, está garantizado en el imaginario popular.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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