LA HABANA, Cuba. – Últimamente, y en especial en estos días, en que se celebra en La Habana la Duodécima Bienal, se oye hablar mucho del arte conceptual. Aquél donde importa más el concepto, la idea, que la obra de arte en sí, que puede no pasar de las palabras. O mejor, de la palabrería. Porque en muchos casos es solo eso.
Nada que ver con Kosuth, Duchamp, Klein o Raushemberg. Si saben de ellos, si los han oído nombrar, solo les sirve para citarlos. Y epatar a costa de ellos.
Hablar de ideas y conceptos, está bien. Pero, ¿acaso toda obra de arte, antes de serlo, no fue una idea, un concepto?
Si la obra no pasa de la idea, o si esa idea es convertida en una línea de producción en serie de artefactos y payasadas para vender, se convierte en argucia, tergiversación, impostura, pillería pseudo-artística.
Los charlatanes del arte conceptual, sin una obra detrás, solo la idea de ella, recuerdan a esos escritores -¡conocemos tanto!- que tienen la cabeza llena de tramas y sub-tramas que cuentan a todo el que les da un chance, pero que nunca se han animado a escribir su primer libro, o al menos un cuento. Ah, pero tienen la intención. Palabra mágica en estos tiempos, capaz de sustituir con creces a las acciones. ¡Que no va a suplantar al arte o a lo que entendemos por tal!
¡Ni Kcho! Al menos él, en su estudio en El Romerillo pinta o construye botes y balsas o lo que se le ocurra o le encarguen, además de balbucear guturales loas al Comandante y al General, entre una gozadera y la próxima.
Los mueleros del arte conceptual, ni eso. El discurso les sirve para disfrazar la falta de talento, su incapacidad. Sin claridad de ideas ni un bagaje intelectual que los sustente, en el vacío casi absoluto, hablan de proyectos y más proyectos. Enrevesados, difusos, costosos, pero atrevidos, irreverentes, cuestionadores, eso sí, sin ser demasiado directos en la crítica, para que les permitan la exposición y que no se las cierren.
Y si hallan mecenas cándidos y generosos, preferiblemente extranjeros, de esos que vagan por el Tercer Mundo en busca de algo irrelevante en qué gastar su dinero, mejor.
Al final, es lo que buscan con sus proyectos: dinero y viajes al exterior. Y argumentarán sobre los materiales que no hay o cuestan mucho, el embargo norteamericano, la situación del país, la globalización capitalista, los meridianos culturales tan alejados de nuestra latitud, etc.
Como dirán que en el postmodernismo ya no queda nada por inventar, los que se pintan de conceptualistas echarán mano a lo que encuentren a su paso para parodiarlo, desmenuzarlo, despanzurrarlo. Todo en nombre de sus proyectos, que no pasarán, si acaso, más allá de la artesanía cara, el marketing para ella y la autopromoción.
Es la corrida de los timadores, los mueleros, los impostores disfrazados de artistas y los funcionarios que les siguen el juego. Aplaudidos por los incautos y los ignorantes que quieren pasar por cultos y sofisticados, nadan como los peces en las aguas revueltas del esnobismo, la pedantería, la extravagancia y la fatuidad.
Se precian de dinamitar las convenciones y los constructos culturales. Pero a su paso, si es que consiguen pasar, si algo dejan, es solo cascajos. Y mierda. Pura mierda. Como la que distribuía en latas a su público Piero Mazoni allá por 1961. Pero al menos Mazoni era sincero, no trataba de dar gato por liebre y llamaba justo por su nombre a aquello que vendía por su peso en oro: Mierda de Artista.
luicino2012@gmail.com