PUERTO PADRE, Cuba.- “La inhibición es la causa más perfecta de la muerte imprevista, se produce por una detención brusca de los mecanismos cerebrales superiores, provocada por diversos estímulos de mayor o menor intensidad, como la emoción, el dolor, el frío, u otros, en personas predispuestas, que ocasionan la muerte, sin que objetivamente se pueda apreciar alteración anatómica alguna… pero que es de la mayor importancia médico-legal pues no encontrados los factores que produjeron la muerte, resulta la llamada `autopsia blanca´”, dicen tratados de medicina forense.
Y este es el asiento de la llamada “tortura blanca”: producir en la persona interrogada sin alteraciones anatómicas, estímulos emocionales para que diga lo que en otras circunstancias no diría. Pero cabe preguntar –y el objetivo de esta interrogante no es causar dolor, a nadie–: ¿Acaso no hay personas que, sin necesidad de torturas físicas o “blancas” no dicen lo que se les pide que digan o callen por razones de “lealtad”, entre otras muchísimas razones…?
La semana pasada vi la entrevista concedida al cineasta Ian Padrón por la psicóloga clínica Ileana De la Guardia, hija del que unas veces fuera integrante, y otras, oficial al mando de importantes operaciones encubiertas –encomendadas personalmente o con su conocimiento por Fidel Castro–, el coronel Antonio De la Guardia Font, Tony, fusilado, junto con otros tres oficiales, por la Causa No. 1 de 1989, mismo fallo que condenó a 30 años de cárcel a su hermano gemelo, Patricio, por entonces general de brigada, jefe del Estado Mayor Central del Ministerio del Interior (MININT), con jurisdicción operativa y jurídica sobre todas las direcciones generales y jefaturas provinciales.
La desorientación circadiana
Según Ileana, para conseguir que se culparan a sí mismos y no mencionaran la vinculación de sus superiores en el delito de tráfico de drogas internacional, su papá y su tío fueron sometidos a “desorientación circadiana”. Esto es, lo que con menos tecnicismos, “color” y burdamente en muchos casos y fuera de procedimientos legítimos, en Cuba –y en jerga de interrogadores– “interrogatorio intensivo” o, simplemente, “intensivo”, y del que no escapa según la gravedad del delito o su connotación, ningún imputado, detenido y no confeso, o insuficientemente confeso, sea civil o militar, con cargos de dirección o mero empleado o desempleado, ya fuere por delito común o político.
Y, en lenguaje forense, por analogía al término o concepto de “autopsia blanca”, los legistas suelen llamar “tortura blanca” al interrogatorio continuo, sistemático, taladrador, en el que un interrogador principal asistido por subordinados, se introduce no sólo en los misterios de una imputación criminal, sino en la misma psiquis de la persona interrogada.
Pero para la consecución de ese objetivo, quebrarlo, en nada influye el color blanco que a esa tortura le han atribuido el periodismo, la literatura, el cine, y, hasta las propias víctimas de esos delitos de privación de libertad, daños y lesiones psíquicas, quienes en ocasiones, han relatado que blancas han sido desde las paredes de sus celdas, hasta sus ropas, platos y comidas, las que sí pueden ser desordenadas, dándose el desayuno a la hora de la cena y el almuerzo a la hora del desayuno para completar la desorientación circadiana.
¿Tortura blanca?
Luego…, conociendo la naturaleza humana como creo conocerla, nunca vi en los ojos de Tony –al que vi por última vez en 1983 en La Habana, encontrándome yo con una intelectual amiga suya– ni en la mirada de Patricio –al que no vi más desde encontrarme con él en la Jefatura del MININT en Las Tunas, junto al general Panchín, quien me llamó para que explicara a Patricio detalles de un caso en la segunda mitad de los años 80– trazas del pusilánime en ellos, esas grietas que es donde por falta de confianza en sí mismo, progresa el interrogatorio intensivo. Y véase este ejemplo, clásico, sin sospechas de parcialidad.
“Che Guevara, vengo a hablar contigo, le digo, parándomeles en frente. Entonces me miró y de forma arrogante me dice: `A mí no se me interroga´. Para entablar una conversación, digo: Comandante, yo no he venido a interrogarlo, yo he venido a conversar con usted. Yo a usted lo admiro, usted fue ministro en Cuba y está aquí por sus ideales, aunque para mí están equivocados. Yo he venido a conversar con usted”.
Así me relató Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, el inicio de su “diálogo” con el Che Guevara, en La Higuera. Observe el lector que entrecomillé la palabra “diálogo” porque no es tal charla, sino un sondeo de inteligencia del oficial de la CIA, haciéndose pasar como capitán del Ejército boliviano, y como Félix inicia el interrogatorio de modo imperativo: “Che Guevara, vengo a hablar contigo”, pero ante la respuesta del guerrillero argentino ripostando: “A mí no se me interroga”, entonces el oficial de la CIA adopta una postura conciliadora y dice: “Comandante, yo no he venido a interrogarlo, yo he venido a conversar con usted. Yo a usted lo admiro…”.
Según Félix Rodríguez, el proyecto de la CIA era transportar al Che Guevara a Panamá, por vía aérea, para interrogarlo en el Comando Sur. Pero, “honestamente, no creía que eso iba a funcionar, no creía que el Che Guevara fuera a colaborar”, me dijo Félix cuando lo entrevisté.
Los que callaron
Ahora, por analogía comparada de “tortura blanca” en progresión, cabe preguntar:
¿Por qué los interrogadores de la Causa No. 1 de 1989 creían que los acusados iban a “colaborar”, conforme lo hicieron? ¿Por la lealtad incondicional a Fidel Castro?
¿Por qué el excoronel Antonio De la Guardia no dijo a sus interrogadores: “A mí no se me interroga, pregúntele al Ministro del Interior”?
¿Por qué el exgeneral de brigada Patricio De la Guardia, no respondió al fiscal Juan Escalona: “No me pregunte a mí por lo que hizo o dejó de hacer mi hermano, pregúntele a los generales Raúl Castro y José Abrantes, ministros de las Fuerzas Armadas y del Interior, que son quienes controlan tierra, mar, aire y lo que se dice o se calla en Cuba”?
La respuesta es sólo una: Ellos, y todos los que callaron y callan todavía hoy cuanto conocen de esa Causa Uno, no lo hicieron por miedo, porque valor frente a sus adversarios otras veces mostraron.
Callaron por lealtad a los que les hicieron mentir, lo cual es la peor de todas las formas posibles de masoquismo. Y esa fractura, enjaretada con prebendas, sí es una tortura y no precisamente blanca, porque ese tormento, el de callar cuando debieron decir por su bien, por el bien de sus seres queridos y por el bien de Cuba, por la que creyeron luchar, perseguirá el recuerdo de los muertos y la conciencia de los que aún viven en silencio por el resto de sus días. Triste.
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