LA HABANA, Cuba. – La crisis general que atraviesa Cuba no sería novedad si no estuviera golpeando con dureza al sector que supuestamente ayudaría a despegar una economía atascada desde 1959. A pesar de las proyecciones del régimen, que todavía conserva la esperanza de recibir este año 2,5 millones de visitantes extranjeros, lo cierto es que el turismo no da señales positivas. A la guerra en Ucrania y los efectos globales del COVID-19, habría que sumarles la muy mala calidad de los servicios, que sitúa a la mayor de las Antillas por debajo de los estándares competitivos en la región.
Hace pocos días en las redes sociales circulaba un video donde un grupo de turistas cubanos y extranjeros protestaba en el hotel Neptuno (Miramar) por la falta de agua embotellada, pues no había en la instalación ni en los comercios aledaños, incluyendo aquellos que venden en moneda libremente convertible (MLC). Si alarmante fue comprobar que la imprescindible bebida escasea en la Isla hasta para los que tienen divisas, vergonzoso fue escuchar las justificaciones de uno de los trabajadores del Neptuno, quien lejos de intentar apaciguar a los clientes y buscar el modo de subsanar un error que es responsabilidad absoluta del hotel, se condujo con la habitual grosería y prepotencia que caracteriza a todo el que en Cuba ostenta un mínimo de autoridad, desde un ministro hasta un bodeguero.
Es difícil explicarle a un visitante que no hay disponibilidad de agua, ni siquiera hervida y filtrada como la ofrecen en algunos hoteles de Varadero. Pero eso no es justificación para darle publicidad al “destino Cuba” sin aclararles a los turistas sobre este delicado particular. Ya se les ve desandar las calles de La Habana bajo un sol inclemente, sudorosos y colorados, preguntando en todos lados si venden agua, exponiéndose a estafas, arriesgándose a consumir impurezas en botella sellada y con la etiqueta de Ciego Montero, una práctica de la que han sido víctimas muchos extranjeros, con nefastas consecuencias para su salud y sus vacaciones.
Ver a los turistas pasando tanto trabajo en un país caluroso, sucio, miserable hasta en las pequeñas cosas, con una vida nocturna sosa y descolorida, hace que uno se pregunte a qué vienen, quién les recomienda este destino caro y decadente donde ni el agua está garantizada. En la trampa caen jóvenes y viejos por igual; pero en el caso de los jóvenes el choque es notable porque no se conforman con permanecer entre las cuatro paredes del hotel. Quieren conocer la ciudad, pero se topan con edificios en ruinas, colas interminables, gente marchita, bullanguera, mal vestida; acomplejada por una pobreza imposible de remontar y harta del trato preferencial al turista. Por tanto, en el fondo se alegran de verlos así, al borde del desmayo, zapateando una botella de agua y teniendo que conformarse con una Coca Cola o un Sprite, si tienen suerte. Muchos se han visto obligados a calmar la sed con cerveza, aunque no sea su costumbre, ni lo deseen.
Hoy, hacer turismo de ciudad en Cuba es, literalmente, contemplar piedras viejas. La falta de opciones es abrumadora. En los hoteles, la incomodidad ante el servicio deficiente y la sensación de haber tirado el dinero, seas extranjero, emigrado o cuentapropista que hizo un esfuerzo tremendo para pagarle unas vacaciones “de verdad” a su familia, rompen el encanto desde el primer día, y como no hay reembolso pues a resignarse, al menos los niños la pasan bien.
Varios amigos cubanoamericanos, que se obligan a venir una vez al año para estar con su familia, insisten en que la clave para no estallar de indignación en Varadero y disfrutar al menos de la playa, es mantener bajas las expectativas. Solo así pueden permanecer ecuánimes ante la monótona oferta de víveres y el deterioro de instalaciones que en su momento fueron icónicas.
Hoteles de Meliá e Iberostar han quedado a disposición del turismo de bajos ingresos, donde clasifican cubanos (de aquí y de allá), latinos, rusos, europeos despistados y canadienses jubilados. Hasta esos espacios ha llegado la crisis, sin que importe demasiado lo que pagaron los clientes. Habitaciones en mal estado, gastronomía mediocre y falta de higiene están a la orden del día en las quejas de los usuarios. Ahora se suma la escasez de agua para beber, y ya eso rebasa el límite de lo tolerable.
Lo que ocurrió en el hotel Neptuno no es un hecho aislado. El agua embotellada se ha convertido en una pesadilla más para el sector privado, que debe comprarla en la red de tiendas en MLC, cuando aparece, y competir además con la demanda de los hoteles.
El régimen, hasta el momento, no ha hecho referencia a la grave situación. Mientras tanto, Cuba continúa metamorfoseándose en tierra inhóspita, donde además de hambre se pasa muchísima sed; un martirio que los turistas sufren apenas pisan suelo antillano y descubren que la Isla del ron, los habanos y el folclor, es realmente una postal desteñida sobre un fondo verde olivo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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